martes 5 de junio de 2007
Putinerías y algo más José Javaloyes
Si hubiéramos estado en el G8 —hipótesis que al presidente Rodríguez le interesa menos aun que el desfile militar de León—, algún colega español habría estado también entre los periodistas convocados a la dacha de Vladimir Putin para tomar nota de las machadas geopolíticas del sucesor de Boris Yeltsin, a cuya viuda visitó dentro del tiempo destinado a los informadores.
Todo estuvo milimétricamente medido por el Zar de Hielo. Nada faltó para el mensaje de que se acabó el buen el buen rollete pro occidental de su antecesor en el Kremlin. La sintonía aquella está enterrada y, ciertamente, la política putiniana no es, ni en el fondo ni en la forma, la viuda de quien acabó con el sovietismo montándose en un carro de combate. Si durante los años que duró, el sovietismo fue un combinado de marxismo y nacionalismo ruso, lo que ahora cursa con Putin en Moscú parece ser nacionalismo ruso montado en los precios siderales del petróleo.
Por eso Mijail Jodorkosvski, uno de los seis oligarcas judíos a los que Yeltsin enriqueció por la ayuda que le prestaron en su carrera a la presidencia, está purgando el inmenso poder petrolero que tuvo. Y lo hace en la lobreguez de una cárcel siberiana, acusado de fraude fiscal y de alguna que otra bagatela por su pasado esplendoroso como presidente de Yukos, tentado por la política para su desgracia. Allí está Jodorkovski, entre rejas. No a tiro de polonio aunque sí de navaja esgrimida por concernibles compañeros de reclusión.
Quizá porque uno de los factores que llevaron a la desaparición de la URSS fue el agotamiento económico, por causa del esfuerzo ingente que supuso, durante los mandatos de Ronald Reagan, la carrera armamentística aquella, la llamada “guerra de las galaxias”, Vladimir Putin, con las arcas del Estado rebosantes de petrodólares, ha dispuesto de la capacidad de gasto militar suficiente como para quererle tomar ahora la delantera a Norteamérica con el supermisil RS-24, susceptible de ser cargado con diez cabezas nucleares.
Para el nuevo Kremlin, en la ebriedad del oro negro, habría llegado la hora de la revancha: tan absolutamente forrado de petrodólares como se encuentra. Sumido como está en el síndrome del petrobarril, como un Hugo Chávez cualquiera, este autócrata que excusa sus demasías contra las libertades en la transición de régimen por la que aún camina Rusia, sueña a lo Pedro el Grande. Como el otro de Caracas se imagina el recreador del sueño de una revolución panamericana, con Simón Bolívar y Fidel Castro como paradigmas de no se sabe —en su caso— qué libertades y justicias.
Putin quiere rutilar mañana, en el turno alemán del G8, instalándose con su amenaza de un nuevo turno de euromisiles si la OTAN (o Washington) continúan su despliegue antimisil en el Viejo Continente: desde el Báltico al cuadrilátero de Bohemia, y otro de bases militares en Rumania y Bulgaria. Sobre el papel, motivos no le faltan para sentirse con un dogal estratégico en el gaznate; pero le sobran excesos argumentales cuando, en respuesta a la aclaración norteamericana de que el escudo defensivo se levanta contra tentaciones misilísticas a medio plazo por parte de Irán y/o Corea del Norte.
Es demasiado decir eso que Putin decía en su dacha, a la prensa, sobre los riesgos de pasarse en el blindaje defensivo, puesto que la robustez de la propia coraza —argumentaba— puede bloquear el sentimiento de prudencia militar, empujando a iniciativas que en otro caso no se tomarían. O sea, que si una potencia se pasa en el gasto defensivo, termina antes o después comenzando una guerra, desde la convicción inevitable de que resulta invulnerable.
Justo es también reconocer que si hace cinco años, en el 2002, no hubiera G. W. Bush desactivado el proceso de desarme con Rusia, al desistir unilateralmente del Acuerdo de misiles antibalísticos (ABM), suscrito en 1972, a la vista del riesgo emergido en Corea del Norte, Rusia no tendría pretextos ahora para virar de las protestas a las amenazas. Algo, que al propio tiempo, combina con la ambigüedad de su política con norcoreanos e iraníes. De cuyas inquietantes tecnologías balísticas y nucleares es Rusia la fuente primordial.
En fin, veremos qué pasa mañana en la sesión alemana del G8. Quizá Putin se haya sentido sobradamente blindado con sus recursos energéticos (petróleo y gas) y haya tomado una iniciativa que encuentre respuesta no necesariamente proporcionada a lo suyo.
jose@javaloyes.net
martes, junio 05, 2007
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