miércoles, junio 06, 2007

Lorenzo Contreras, Compas de espera

jueves 7 de junio de 2007
Compás de espera Lorenzo Contreras

Mientras esperamos que ETA dé el clásico cumplimiento inexorable de la amenaza expresada con el anuncio del alto el fuego, la vida ciudadana discurre con esa mezcla de indiferencia y fatalismo que desde hace bastante tiempo la viene caracterizando. Indiferencia porque están los españoles hartos de palabras contradichas periódicamente por la contundencia de los hechos. Fatalismo porque no le ven solución al problema del terrorismo etarra. En su comunicado de fin de la llamada tregua, la banda utiliza un cierto victimismo de organización reprimida por un estado de excepción que es precisamente el que ella hace posible y protagoniza. El precio que pone a la paz es la rendición de España y los dos conceptos básicos de su reivindicación, independencia y territorialidad, entendiendo por esta última lo ya sabido: utópica extensión del mapa vasco hasta abarcar los famosos siete territorios de la llamada Euskal Herria, que incluyen un “bocado” a la geografía francesa y, por supuesto, la anexión de Navarra.
La situación ya tiene muy difícil retroceso hacia niveles de una mínima normalidad. Zapatero se ha visto obligado a reconocer su fracaso en dos iniciales aspectos: se acabó el trato de prisión atenuada para De Juana Chaos, que vuelve a Madrid sin su vieja seguridad de chantaje carcelario por vía de ayuno y, probablemente, tampoco con su compañía femenina, y en segundo término un mayor rigor judicial para los dirigentes batasunos Otegi y Barrena, a quienes el Gobierno entrega a la justicia del juez Garzón, esta vez con el magistrado convertido en el brazo implacable de la ley.
Zapatero ha tenido que admitir por la vía de los hechos su enorme derrota política. Empieza a considerar el peligro que corre su continuidad en la Moncloa dentro de nueve meses, o menos si se ve obligado al adelanto de las elecciones. La relación que en estos tres primeros años de su mandato ha mantenido con la dirección de la banda y con el entorno de ésta ha consistido en una estrategia de calendario, es decir, ganar tiempo para situarse en las instituciones y posteriormente librar “desde dentro” la gran batalla política y terrorista, en cuyo ámbito podría entrar como enemigo (¿verdadero o falso?) el PNV, convertido en enemigo natural. Si esta batalla se libra a fondo, cualquier hipótesis respecto al futuro tendría encaje.
ETA, conviene insistir, ha ganado la primera parte de esta auténtica guerra de movimientos, esta cruenta partida de ajedrez político que le ha asegurado una renta institucional y de armas. Por el contrario, Zapatero ha perdido la carrera contra el tiempo o está en vías de haberla perdido: ya no tiene garantizada, sino todo lo contrario, su apuesta por llegar a las elecciones del 2008 sin atentados ni muertos.
Hay que reconocerle a la banda un sentido de la audacia, porque su enfrentamiento es casi global. Hasta podría ocurrir que Sarkozy nos echara una mano, pero ésas pueden ser vanas ilusiones. Aun en el peor de los casos para ETA, su juego de marear la perdiz hasta que le ha convenido meterla en el zurrón parece haberle brindado un éxito inicial.
A Zapatero le vienen ahora mal dadas las circunstancias según se van perfilando. Por mucho que lo niegue, en su débito entra haber arruinado el pacto contra el terrorismo y por las libertades. Y encima exige, a toro pasado, el apoyo universal de los partidos y de los grupos políticos y ciudadanos, sin ofrecer, a poco que se le conozca, garantías de que no seguirá en su línea de siempre.
Acosado parlamentariamente, zarandeado dialécticamente, defraudado en sus cálculos, obligado a cerrar bocas enemigas por encima de sus previsiones, sometido a murmuraciones internas de su partido que todavía esperan su peor momento, ZP ya no está en condiciones de invocar su famosa baraka.

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