miércoles, junio 06, 2007

Jose Javaloyes, El cambio climatico ruso-americano

jueves 7 de junio de 2007
El cambio climático ruso-americano José Javaloyes

Pese al empeño de Angela Merkel, la canciller alemana, para que la sesión del G8 en el balneario báltico de Heiligendamm conserve el equilibrio interno de su establecido temario, será —está siendo ya— el asunto de los euromisiles, destapado en febrero por Vladimir Putin, la estrella de la reunión. El tema de los temas, por tanto, el cambio climático, aunque no el incluido en la agenda sino el que afecta a las relaciones ruso-americanas.
Se trata, por tanto, del único cambio climático contra el que cabe luchar, puesto que el convencionalmente tenido como tal, derivado del proceso ascendente de las temperaturas, no responde a la actividad del hombre sino a la de las manchas solares. Algo que tiene su reflejo, según las informaciones obtenidas a través de las sondas espaciales, en el conjunto del sistema solar.
Sería lo más razonable que el debate sobre esta cuestión del futuro de nuestro planeta se reservara a los científicos y no a los políticos. Es lo propio que éstos se apliquen a resolver aquello que tiene remedio y solución, pero no a lo que no la tiene.
Distinta cosa, merecedora de todos los esfuerzos, es la del deterioro del medio natural; proceso que comenzó desde que, en los albores de la Historia de la Humanidad, se consiguió el dominio del fuego. Algo con lo que comenzó la emancipación del hombre respecto de las limitaciones impuestas por la Naturaleza, principalmente al reducir con el fuego, de modo sustancial, el tiempo que necesitaba para poder ingerir sus alimentos, además de aumentar el espacio disponible para asentarse en escenarios anteriormente dominados por el frío o por el acoso de las fieras.
Lo que no cabe establecer, como mayoritaria y políticamente se hace, especialmente desde la ONU, es la correlación entre la agresión humana al medio ambiente y el advertido ascenso de las temperaturas, pues éste no se corresponde con el hecho de la industrialización y con el empleo masivo de combustibles fósiles, sino con el fin de un inverso y simétrico proceso de enfriamiento de la Tierra, llamado Pequeña Glaciación, habido a mediados del siglo XVII y en cuyo punto cimero los hielos hicieron impracticable la navegación por el Mar del Norte; muy peligrosa en el Canal de la Mancha, llegándose a helar el Guadalquivir, y el mar frente a Marsella, según cuenta el historiador francés Fernand Braudel.
En la reticencia a lo políticamente correcto dentro este debate del clima se encuentra el presidente Bush, mientras que Al Gore, que fue su primer contrincante demócrata a la Casa Blanca, se encuentra en el polo opuesto. Como exegeta y profeta de la “verdad” sobre el clima políticamente establecida; es decir, de la base teórica sobre la que se levantó el sistema —supuestamente disciplinador del clima— conocido como el Protocolo de Kioto.
Las penalizaciones establecidas en este Protocolo a las emisiones de dióxido de carbono explican la resistencia norteamericana a ratificarlo, por la dependencia crítica de las energías fósiles (petróleo y carbón principalmente) de su modelo energético. Un modelo éste tan distinto del ruso —con ingentes disponibilidades de gas— que ha llevado a Vladimir Putin a pasarse al bando del abolicionismo de las emisiones contaminantes para “detener” el cambio climático…
Muy posiblemente, sin el diferencial de posibilidades energéticas Putin no habría ido a su confrontadora dialéctica de ahora con el asunto de los euromisiles. Sabe que con los hidrocarburos puede echarle cierto pulso a Estados Unidos, aunque poco más. Y también sabe que un argumentario así le vale como carburante para el discurso nacionalista, tan caro de siempre a los rusos.
Conoce asimismo el actual huésped del Kremlin que las suyas son percibidas en Washington como amenazas en falsete o con la boca chica. La realidad de las cosas no da para más. Rusia es legataria de la derrota y desaparición de la URRS en el contexto de la Guerra Fría. Por lo mismo, no puede considerarse heredera de los espacios soviéticos de influencia reconocidos en los Acuerdos de Yalta y Postdam.
El cambio climático ruso-americano, al contrario que el otro, sí depende de la voluntad de los hombres. Pero sólo de los hombres hospedados en la Casa Blanca y en el Kremlin.
jose@javaloyes.net

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