lunes, octubre 20, 2008

Bruno Zabala, ¿Ilegalizar al PNV? 2

martes 21 de octubre de 2008

Bruno Zabala

Artículos 1

¿Ilegalizar al PNV? 2

2º. EL INTEGRISMO VATICANISTA DEL PNV

El ultracatolicismo del nacionalismo vasco desde sus orígenes, su integrismo religioso, su fundamentalismo vaticanista bien pueden ser calificados como de paradigmáticos. Precisar qué fue primero, si el nacionalismo vasco parasitando a la Iglesia local o bien ésta instrumentalizando al nacionalismo naciente para defender sus propios intereses es cuestión harto difícil de establecer. Digamos que entre PNV e Iglesia Católica se produjo desde el principio un flechazo amoroso arrebatador en virtud del cual el nacionalismo vasco se convirtió en el ariete del vaticanismo más rencoroso y sedicente contra “el ansia insolente de libertades “ (León XIII dixit) de las masas populares inmigrantes y de la burguesía vasca ilustrada y neocapitalista de finales del siglo XIX; y que, a su vez, la Iglesia vasca representó el mejor altavoz y papel de correveidile de la ideología nacionalista desde sus albores.
Intentar explicar estas cuestiones requiere efectuar un modesto recordatorio histórico del tipo de sociedad -y de los parámetros y condicionantes ideológicos de la misma - en que se fragua la tragedia nacionalista vasca que llega hasta nuestros días.

El sistema de organización social del País Vasco a comienzos del siglo XIX era típicamente feudal, con dos castas o clases sociales nítidamente separadas: la nobleza, representada por el clero y los propietarios rurales (jauntxos), y la plebe, constituida por pastores, comuneros y aparceros baserritarras sumidos en la explotación, la incultura y el temor reverencial por y hacia los primeros. La herencia de la propiedad de la tierra mediante el sistema de mayorazgo drenaba hacia la Iglesia (y hacia las Instituciones del Estado absolutista: Ejército, Judicatura y Corona) el excedente demográfico de la nobleza vasca, reconocida, por cierto, como tal en el resto de España en virtud de la vieja “limpieza de sangre” atribuida a los vascos desde el Medioevo.

Forzoso es insistir ya en el transcendental protagonismo de la Compañía de Jesús en la Historia vasca y española, en sus antecedentes como quinta columna, como poderosa milicia paralela al servicio de la Iglesia de Roma antes que al Rey de España a lo largo de toda la aventura americana española y en como Sabino Arana gustaba de recordar que “el amor a Jesucristo es indispensable para salvarse, pero el amor a la Compañía de Jesús es signo de predestinación”. Y es que la admiración y sometimiento del fundador del PNV a los jesuitas llega hasta tal punto que considera que“si es cierto que no puede decirse a priori que esta Orden religiosa es infalible, sin embargo, prácticamente, resulta infalible”. Seguir a pie juntillas sus directrices se convierte, para los padres del PNV, poco menos que en un dogma de fe. No en vano Arana, que pretendió ingresar en 1888 en la Compañía tras unos ejercicios espirituales, hizo coincidir la fundación del PNV con el día de de San Ignacio de Loyola (31 de julio).

Pero volvamos al País Vasco al inicio de la Edad contemporánea; la situación social tradicional antes apuntada, aderezada de pases forales, exenciones fiscales y proteccionismos comerciales y de levas fue brutalmente agredida con la llegada de las tropas napoleónicas difundiendo los famosos principios de la Revolución francesa -Libertad, Igualdad, Fraternidad. Unos principios modernos simplemente incompatibles con el estado de cosas en la vieja España foral.

Para comprender el fenómeno de la conversión del clero vasco en una fuerza de choque del nacionalismo sabiniano, así como la del PNV en uno de los brazos armados del Vaticano en España, es necesario remontarse al período anterior a la aparición del propio nacionalismo, al de las guerras carlistas (sobre las que luego volveremos) y aún antes. En efecto, la expulsión de los jesuitas por el conde de Aranda en el último tercio del Siglo de las luces y la ulterior desamortización de Mendizábal (esto es, la expropiación y venta de las tierras de cultivo propiedad de las órdenes religiosas en toda España), son las razones de fondo de aquella conversión. Y la abolición del Tribunal de la Inquisición el pretexto moral. Si el Vaticano y la jerarquía eclesiástica española lo apoyan sin reservas, aunque sin cerrar nunca las puertas a las negociaciones con Madrid, es en el seno del clero vasco donde la reacción será más amplia y radical. Se ha invocado que posiblemente ello se deba a la tardía cristianización de Euskadi, lo que, unido a la presencia omnipotente de las milicias jesuíticas, permite que allí la Iglesia se mantenga todavía fuerte y pujante, frente a la irreversible decadencia en que ha entrado en el resto de España. Lo cierto es que los curas rurales vascos se convierten en el arquetipo del“cura trabucaire”, fenómeno que perdurará durante muchas décadas, llegando hasta nuestros días. El grito de “¡Viva la Santa Inquisición!” de los primeros curas carlistas aún resuena en los rincones más cavernícolas de la España foral transmutado en ese otro de “¡ETA mátalos!” .

En cierto modo, las Guerras Carlistas, aunque revestidas formalmente por el viejo problema dinástico, tuvieron los mismo fundamentos, bandos y protagonistas que la contienda civil que hoy, a Enero de 2003, sacude el País Vasco: de un lado, una amalgama de párrocos trabucaires, jesuitas revirados, burgueses intermedios (comerciantes, propietarios y pequeños industriales) y masas poco instruidas manipuladas emocionalmente hasta el paroxismo, y, de otro lado, liberales, clases urbanas cultivadas, inmigrantes, funcionarios estatales, alta burguesía y algún que otro anglófilo inclasificable.

La crisis del Antiguo Régimen, que se saldó en toda Europa con el pacto de la (rendida)aristocracia terrateniente con la nueva alta burguesia capitalista (en España, específicamente con el sistema de Gobierno de la Restauración al final de la tercera Guerra Carlista ) tuvo en el País Vasco una respuesta ultramontana, irredenta y rabiosa de los dos poderes fácticos por excelencia de la sociedad existente: la Iglesia, constituida en baluarte moral frente al liberalismo y las costumbres licenciosas de los obreros inmigrantes, y el PNV, como representante de la oligarquía rural y de aquella burguesía urbana comerciante e inversionista (más civilizada que sus hermanos del campo) que labró su bienestar al calor del desarrollo librecambista de los grandes capitales y empresas que fluyeron a Vasconia a partir de 1870, haciendo su parte del trabajo, como más adelante se expondrá.


Pues bien, tras el final de la última guerra carlista, las masas campesinas de la Vasconia profunda (y de Cataluña), que habían levantado la bandera fuerista del carlismo como defensa de sus libertades y derechos de propiedad comunales frente al desarrollo del capitalismo en el campo, quedan desamparadas y desencuadradas políticamente. Otro tanto ocurre con el bajo clero rural y amplios sectores de la Iglesia.

El integrismo católico de Sabino Arana vendrá a llenar este vacío.

Desde el primer momento, Arana entiende la importancia decisiva de ganarse a la Iglesia para el desarrollo del nacionalismo en Euskadi. Buena prueba de ello es la temprana e intensa actividad de propaganda hecha por el PNV entre los clérigos. Todos los periódicos y libros editados por Sabino y Luis Arana son enviados sistemática y gratuitamente a los superiores y casas de religiosos de toda Vizcaya. Al mismo tiempo, el Bizcaya Buru Batzar recoge información sobre los curas de toda la provincia.

Pero este acercamiento a la Iglesia sólo es posible desde el integrismo más reaccionario, pues estamos hablando de una época en la que ya la burguesía triunfante y su nuevo Estado liberal (“y por tanto hereje”, S. Arana) se impone en toda Europa liquidando los privilegios feudales de los que hasta entonces había disfrutado la Iglesia. Y como reacción, el Vaticano adopta una posición extremadamente reaccionaria, interviniendo y creando focos conspiratorios e insurrectos por doquier. El Papa León XIII, en su Letra Apostólica de 1881 exhorta a“poner respeto a los indomables instintos de los revoltosos ”.

El nacionalismo sabiniano adopta desde el primer momento una posición de acatamiento y sumisión al Vaticano, del que espera obtener el reconocimiento necesario para que la influencia eclesiástica sobre la sociedad rural vasca actúe en su favor. La anteposición del término Jauingoikua (Dios) a Lagizarra (Ley Vieja) en el lema nacionalista determina la supeditación y sumisión de lo político a lo religioso, del cuerpo al alma, del Estado a la Iglesia. Mientras a finales del siglo XIX toda España pugna por modernizarse, para lo que es necesario, entre otras cosas, librarse del omnímodo poder que la jerarquía eclesiástica mantiene en todas las esferas sociales (propiedad de la tierra, privilegios, educación...), Sabino Arana levanta un proyecto nacionalista del que ha llegado a afirmarse que nació envuelto en la sotana del jesuita. Frente a los intentos de separación entre Iglesia y Estado, Arana defenderá, para el futuro Estado vasco independiente, la más íntima ligazón, haciéndose el Estado cargo de sostener financieramente los gastos eclesiásticos, declarando la religión católica como la oficial, prohibiendo los otros cultos, otorgándole la instrucción pública, siguiendo sus enseñanzas y dictados en materia de moral y buenas costumbres...


Sabino Arana concibió siempre su Euzkadi como una República de Dios (“Nosotros para Euzkadi, y Euzkadi para Dios”) entre todas las naciones del mundo al servicio de la Iglesia Unica Verdadera de Roma: “La constitución de Bizkaya como Estado esencialmente católico-apostólico-romano (...) Bizkaya, pues, ha de acatar cuanto la Iglesia cristiana de Roma enseñe y ordene, y ha de rechazar cuanto ésta repruebe y condene” (Carta a Chavarri, Llarrinaga y Astorgi). “Nosotros los vascos patriotas (...) no reconocemos Iglesia Española, Iglesia Francesa, ni Iglesia particular ninguna. Sólo reconocemos y acatamos a la Iglesia Cristiana Universal, que hoy tiene su Cabeza y Sede en Roma y por eso se llama Romana” (Junio 1903).

Este acatamiento y sumisión al Vaticano, junto con la tenaz labor de propaganda entre el clero vasco, son, desde sus orígenes, una constante del nacionalismo sabiniano. Toda la obra de Arana, de hecho, está preñada de una invocación religiosa extrema. Según él, la independencia de Euskadi tiene como misión última apartarla del liberalismo, dominante en los gobiernos de la nación española, que es un“sistema que pretende hallar la libertad fuera de Dios y siguiendo los preceptos de Satanás”, y alejarla de un pueblo, el español, que“siempre ha permanecido irreligioso e inmoral”.
En esta cruzada, Sabino Arana acabará encontrando el respaldo absoluto del Vaticano y de la Iglesia vasca a su proyecto de Euskadi, proyecto al que el dirigente socialista bilbaíno Indalecio Prieto calificó de Gibraltar vaticanista (“Estos del PNV quieren convertirse en un Gibraltar vaticanista”).

Sí, el PNV, al igual que la Iglesia en su ámbito de púlpito y confesonario, se encargará de excluir despectivamente a los obreros y a los nuevos capitalistas y librepensadores que le han arrebatado Gobiernos y Diputaciones; combatirá por igual al liberalismo, a la cultura, al socialismo y al laicismo, mixtificando una presunta raza vasca y exacerbando el odio antiespañol, codo con codo, pues, con la Iglesia, en una asociación perfecta de intereses concertados y coincidentes.


Más adelante, el día de la aprobación del primer estatuto Vasco (1 de Octubre de 1936), el lehendakari Aguirre jurará fidelidad “a la religión y a la Iglesia, a la patria vasca y a su partido, en actitud de ofrenda ante una de la hostias consagradas” y en su polémica con el Cardenal Primado Gomá subraya, incluso con más énfasis que su condición de “presidente de un pueblo libre”, su sincera profesión de fe católica y reviste con sentido hondamente religioso sus deberes para con la Patria.

El democratismo cristiano del PNV de postguerra mundial tiene pues esta vieja raíz vaticanista que explica muchas conductas, biografías y amistades de los líderes políticos peneuvistas actuales.

¿Constituye todo lo anterior un delito? No, claro, pero enmarca todo un comportamiento político frente al que el Estado constitucional, laico y aconfesional no puede quedar impasible. En lo referente a la obediencia vaticana “ de facto” del PNV, el Estado español debería apercibir seriamente a la Santa Sede, apretándole las clavijas en el asunto de las subvenciones económicas del Estado y en las concesiones en materia de Educación, sobre lo que se juega con su tradicional política de romance con el nacionalismo vasco. Algo de eso tengo la impresión de que ya se está haciendo y yo lo saludo.

Por lo demás, que cada cual saque sus conclusiones sobre la relación de la Iglesia con el PNV.

Yo sé dónde no he puesto la cruz en mi última Declaración del Renta.

Reciban todos Vds. un cordial saludo.

Bruno Zabala 2003-2004

http://es.geocities.com/brnzbl/a/iap2.html

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