jueves, octubre 30, 2008

Valentin Puig, Tanto hecho diferencial

Tanto hecho diferencial

VALENTÍ PUIG

Jueves, 30-10-08
LA sobreabundancia de hechos diferenciales realimenta la noción del viejo particularismo añadiéndole altas dosis de reclamación por intereses especiales. Esa es una conocida distorsión del proceso democrático. Hecho diferencial navarro, especificidad canaria: elementos para la inconexión que trasladan problemas puntuales de cada región a un nivel de retórica pespunteada de historicismo, de fragmentación institucional y erosión de la unidad de mercado. La aportación en votos del PNV a los presupuestos generales del Estado ilustra el cortoplacismo de Zapatero. Como gobernante está en su derecho, aunque él sabrá cuál es el «quid pro quo» de todo este mercadeo. Por su parte, de importarle al PNV estas cosas quizás haya de considerar hasta qué punto llega el irrealismo presupuestario que han ratificado sus diputados porque ni tan siquiera se han tomado la molestia de fingir aportaciones pragmáticas con cobertura nacional. Les bastó con la nutrición de sus intereses especiales, como partido patrimonialista más que en beneficio concreto de la sociedad vasca.
En fase de crisis que amaga recesión, la crisis UPN-PP también ha sido un forúnculo exacerbado por Zapatero. La consecuencia es que habrá que refundar el PP en Navarra. Es el finiquito de la fórmula «a la bávara» para Navarra. Llamamos solución «a la bávara» al modo en que un partido de dimensión federal como la democracia cristiana en Alemania -la CDU- deja el territorio de Baviera en manos de un aliado, la Unión Social Cristiana -CSU-. Las contraprestaciones han sido permanentes tanto en el gobierno del «lander» como en el gobierno federal. La cuestión ahí es que la CSU es un partido de ámbito territorial, atento a las peculiaridades bávaras, pero sin anhelos irredentistas, ni deseo de convertir Baviera en un Estado independiente. Ese sería inevitablemente el riesgo de un entendimiento a la bávara entre PP y PNV o PP y CiU. En las circunstancias actuales y con las derivas soberanistas en curso, el PP no podría establecer alianzas pre-electorales sustanciadas en la no presencia de sus candidaturas en Cataluña, por ejemplo. Otra cosa muy distinta es el supuesto de entendimientos post-electorales concretos, como fueron los pactos del Majestic entre PP y CiU, productivos en términos de estabilidad y de crecimiento. Por otra parte, la «canariedad» quizás sólo sea el antifaz del hecho insular que pretende representar Coalición Canaria, del mismo modo que en Mallorca hubo y hay sectores del PP que a veces especulan sobre la creación de una derecha autonomista, como si no fuera suficiente con el componente tóxico de la Unió Mallorquina, con capacidad arbitral sobre todo en cuestión de intereses sectoriales.
Tanto para el Gobierno como para la oposición ese dilema de las alianzas es categórico. Permite acceder o mantenerse en el Gobierno y eso es prioridad: uno de los deberes principales del político es aspirar al poder. La premisa que requiere cierta idea del bien común es que los pactos para llegar al poder no hipotequen de modo gravoso el futuro de un país. Es decir, que no perjudique a la mayoría beneficiando solamente a grupos -nacionalistas o no- que en buena medida son buscadores de renta.
Es reciente un ejemplo útil. En Israel, la nueva líder de Kadima, Tzipi Livni, ministra de Exteriores en el actual Gobierno, no ha conseguido cerrar el pacto con un grupo parlamentario ultra-ortodoxo Shas. Por eso habrá elecciones generales en febrero. Shas pretendía eliminar Jerusalén como elemento de futuro negociación para la paz -capital compartida con un Estado palestino-, además de obtener subsidios muy cuantiosos para su propio sistema educativo y asistencial ultra-ortodoxo. Puesto que para la estrategia de Tzipi Livni la baza de Jerusalén es un elemento clave del futuro, prefirió no ser primera ministra al precio que le marcaba el partido Shas. Al final, decidirá la ciudadanía de Israel en las urnas. De haber aceptado las exigencia de Shas, Livni hipotecaba las futuras negociaciones y también es posible que a la vez hubiese hipotecado los márgenes de maniobra y la credibilidad de su partido. En definitiva, su propio futuro político personal. Más allá de los cálculos políticos, vivimos en tiempos que requieren de cohesión y no de más particularismos. Son las políticas razonablemente integradoras las que pueden merecer mayor adhesión de unas sociedades que comienzan a temerle al futuro después de haberlo pasado bastante bien viviendo al día.

http://www.abc.es/20081030/opinion-firmas/tanto-hecho-diferencial-20081030.html

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