viernes 31 de octubre de 2008
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Galiza y La Coruña
La cosa, señores, parece bastante clara: la normalización exige una norma. Si la norma no existe, o es tan elástica que en ella cabe de todo, no hay forma de normalizar porque el normalizando no sabe nunca a qué atenerse. Si es lo mismo decir Galicia que Galiza hablando o escribiendo en plan oficial, nadie podrá recriminar al que diga gracias en lugar de grazas, plaza en lugar de praza y así sucesivamente.
Por ello hay que esperar que todos los organismos, secretarías, academias y mesas que velan por la normalización defiendan la norma que ellos mismos han impuesto, y salgan en apoyo del diputado del PP que se empeña en llamarle Galicia a todo esto. Es un héroe que merece reconocimiento, al tiempo que son acreedores de reprobación quienes insisten en meter una Z tan poco normativa como la L de Coruña.
O las dos letras están proscritas del habla institucional (la coloquial es otra cosa), o ambas merecen ser toleradas. La Z viene avalada por usos históricos y sentimentales merecedores de respeto, pero es que su hermana de abecedario goza del masivo respaldo ciudadano. Pocos coruñeses, ni siquiera los reprendidos por la Mesa, la guardan cuando se refieren a su ciudad.
No lo hacen por desobediencia o falta de compromiso con el gallego, o devoción por Paco Vázquez, sino por costumbre y porque les da la gana. Y a pesar de ese democrático plebiscito cotidiano en favor de la pobre L, la norma la expulsa del topónimo y se acabó. En el exilio de las letras, se habrá encontrado con la Z y ésta le contaría que sigue tan campante en el Parlamento, gracias a la terquedad de un parlamentario del BNG experto en este tipo de líos.
Más allá de la anécdota, este pleito demuestra la inconsistencia de los planteamientos normalizadores. Se expedienta al pobre comerciante que osa utilizar la grafía maldita en su negocio, pero se ve con toda naturalidad que se emplee Galiza en sede parlamentaria. Se alzan todas las defensas para impedir infiltraciones del castellano, mientras se tolera que una pandilla de lusistas nos diga que el gallego no existe.
No vale objetar que da lo mismo, que es igual, que es mejor mirar para otro lado cuando este señor, en calidad de presidente de una comisión parlamentaria, hace caso omiso de la norma. Cámbiese entonces la normativa, combinemos a Castelao con Bakunin y hagamos del gallego un idioma ácrata donde cualquiera, y no sólo ese diputado, pueda hacer lo que quiera y llamarle al país como le pete.
¿Para cuándo un expediente a esta señoría? El mismo celo que la Mesa pone en apercibir a particulares que simplemente usan su libertad, debería ponerlo en llamar al orden al que se entretiene con la Z, tras haberse quedado sin el juguete del plan acuícola. Sería una demostración de apartidismo que acallaría las voces que se quejan de que la mesocracia sólo fustiga a populares y socialistas, a pesar de disfrutar de jugosas subvenciones de todo el mundo.
Le guste o no al insumiso de la Z, su actitud ante la normalización lo emparenta con el hoy embajador de España en el Vaticano. Sólo cambia la letra y cambia desde luego la base social de su postura porque hay una mayoría de coruñeses que siguen con la L, y una minoría de gallegos que se refieran a su tierra como Galiza. Mostrar condescendencia con uno y quemar al otro en la hoguera sólo demuestra que la normalización está aquejada de un preocupante sectarismo. Que a nadie le extrañe que el paisanaje decida ser normal a su manera.
http://www.elcorreogallego.es/index.php?idMenu=13&idEdicion=1053&idNoticiaOpinion=359506
jueves, octubre 30, 2008
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