jueves, octubre 30, 2008

Miguel Martinez, Dime de lo que presumes...

jueves 30 de octubre de 2008
Dime de lo que presumes…

Miguel Martínez

A UN a riesgo de que me pongan de vuelta y media en los foros, y mi correo electrónico se inunde nuevamente de amenazas, circunstancia que, además de traerme al pairo, irremediablemente ocurre cada vez que un servidor se mete con los obispos, con la ultraderecha y/o con Bush en alguna de sus columnas, me van a permitir mis queridos reincidentes que en mi artículo de esta semana me refiera al trágico suceso protagonizado por el líder ultraderechista austriaco Jörg Haider, que en paz descanse. O mejor dicho, tanta paz lleve como descanso deja.

Como bien sabrán ustedes, el populista Jörg Haider falleció hace unos días en Klagenfürt, capital de Carnizia, región austríaca donde gobernaba desde hace años. El político austriaco perdió el control de su Phaeton V6 de tracción integral cuando circulaba a más de 140 kilómetros hora en una zona limitada a 70 y triplicando la tasa máxima permitida de alcoholemia. Probablemente, como uno que yo me sé, también fuera de los que no quería que le dijeran cuántas copas podía beber, ni a la velocidad a la que debía circular. Y así le fue.

Pese a la moderación en la que camaleónicamente se había instalado en los últimos tiempos -lo que le granjeó un considerable aumento de votos entre los sectores conservadores no ultras- destacó Herr Haider, además de por su antisemitismo recalcitrante –en las hemerotecas perduran sus elogios a las políticas nazis y a las SS-, por la convicción de la necesidad de un implacable control social –especialmente con los venidos desde fuera de sus fronteras- alentando penas más rigurosas para los delincuentes e insistiendo hasta la saciedad en lo inflexibles que había que ser con los inmigrantes que no cumplieran con las leyes austriacas. Pero ya se sabe que en casa del herrero…

Como suele ser habitual entre los integrantes de la extrema derecha, y aunque no se declarara abiertamente homófobo, apoyó Herr Haider políticas homofóbicas, y así lo demostró votando contra los derechos de los homosexuales cada vez que tuvo ocasión, y, mira por dónde, parece ser que el último vodka antes de estrellarse se lo tomó en Stadtkrämer, un conocido local de ambiente gay próximo a su mansión de Barental, garito en el que presuntamente compartió confidencias y copas con un caballero. Y, mira por dónde, para acabarlo de adobar, su sucesor en el partido de la ultraderecha, Stefan Petzner, va y confiesa haber mantenido una relación íntima con Herr Haider -“Ha sido el hombre de mi vida”, textual- relación consentida, según el propio Petzner, por la esposa del fallecido.

Desde luego que los ultraderechistas más aferrados ya inundan los foros insinuando supuestas conspiraciones, defendiendo que el accidente se produjo en extrañas circunstancias -cuando nada tiene de extraño ponerse el coche por boina cuando se circula al doble de la velocidad permitida y triplicando la tasa de impregnación alcohólica- y dejando a la altura del betún a Herr Petzner, el presunto amante, por calumniador –ya lo han fulminado en el cargo- y porque, por supuestísimo, ser homosexual y ser un líder ultraderechista es, a sus ojos, un oxímoron como la copa de un pino.

Y ante acontecimientos como éste, uno se pregunta cuántos de los más aferrados militantes homófobos tendrán un “hombre de su vida” en la intimidad y destilarán odio y amargura hacia los que son capaces de vivir su sexualidad abiertamente y sin importarles el qué dirán. Cuántos, de puertas para adentro, remolonearán con atléticos efebos de rizados cabellos -o con alfeñiques alopécicos, que digo yo que habrá gustos para todo- mientras que, de puertas hacia afuera, presumirán de una relación hipócrita con una señora a la que exhibir del brazo ante la concurrencia, señora con la que, probablemente, se halle unido en sagrado matrimonio, que no tiene de tal más que la apariencia de cara a la galería, y aprovecharán la más mínima para poner el grito en el cielo, ante tanto desmadre, tanto despiporre y tanta pluma, erigiéndose, faltaría más, en defensores de la moral y las buenas costumbres. Y es lo que decimos: que dime de lo que presumes…


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