martes 21 de octubre de 2008
Bruno Zabala
Artículos 1
¿Ilegalizar al PNV? 3
3º. FOBIA A ESPAÑA, REACCIÓN Y DEMOCRACIA ORGÁNICA EN EL PNV
He dudado sobre si encabezar este escrito con el término “odio” (a España); finalmente he preferido utilizar el concepto “fobia” intentando recalcar el carácter irracional, desproporcionado, gratuito y cuasineurótico de ese odio antiespañol que el PNV ha demostrado -y del que ha hecho bandera- desde su constitución como partido político.
El asunto requiere alguna precisión adicional. Muchos nacionalistas de buena fe negarán este odio. Ya. Pero es un viejo concepto marxista que ni los comportamientos individuales ni los colectivos -ya sean de clase, de partido o de cualquier otro tipo de organización social- vienen definidos por la conciencia y apreciación subjetiva que de los mismos se tengan por parte de las personas concernidas sino por los efectos objetivos de dichos comportamientos.
Pues bien, xenofobia específicamente antiespañola, hermanamiento con las fuerzas reaccionarias de la Historia (carlistas, tradicionalistas e integristas) y alineamiento con los postulados favoritos del franquismo ulterior (antiliberalismo, antisocialismo y exaltación de la democracia orgánica, del sindicalismo amarillo y del ultracatolicismo) constituyen las coordenadas ideológicas básicas en las que el nacionalismo vasco ha demostrado desenvolverse con preferencia. Intentaré matizar en las líneas que siguen estos juicios.
En realidad, la aversión a España y a lo español de Sabino y Luis Arana nace del trauma psicológico que para ellos representa su particular experiencia al ver desmoronarse su mundo, negocio familiar incluido, como consecuencia del resultado de las sucesivas Guerras Carlistas. A partir de esa vivencia personal, que en mayor o menor medida es compartida por los de su extracción pequeñoburguesa, por la Iglesia vasca y/o por los tradicionales nobles rurales, los hermanos Arana transfieren a las masas de nuevos obreros inmigrantes, a los funcionarios del moderno Estado en recomposición, a la floreciente oligarquía vizcaína librecambista y a los emergentes republicanos ilustrados y liberales toda su carga de frustración y angustia en forma de insulto, desprecio, rechazo y vejación. Y resumirán en el concepto “España” (la “inmunda Maketania”), lo español y los españoles el objeto de todo ese odio irracional, de toda esa fobia:
“Si algún español te pide limosna, levanta los hombros y contéstale, aunque no sepas euskera: Nik estakit erderaz (Yo no entiendo el español). Si algún español recién llegado a Bizcaya te pregunta dónde está tal pueblo o tal calle, contéstale: Nik estakit erderaz. Si algún español que estuviera, por ejemplo, ahogándose en la ría, te pidiese socorro, contéstale: Nik estakit erderaz”. (Sabino Arana. Bizkaitarra n° 29. 30 de junio de 1895).
“Tanto en el caso de las sociedades profesionales como en el de las religiosas o benéficas, encarécese al afiliado que a ellas pertenezca procure se llegue a excluir de su seno a los españoles” (segundo requisito exigido para ingresar en la Liga de Juventud Nacionalista Vasca) (1894).
“Todo afiliado trabajará diligentemente por (...) dificultar la invasión española, haciéndole aborrecible al español la vida en Bizkaya mediante el desprecio y el aislamiento” (Deberes fundamentales del Nacionalismo Bizkaíno) (1896).
Para marcar vehementemente distancias con aquello que se identifica como causa de la propia desgracia (“Un siglo entero de españolismo, de degradación, de miseria, de ruina, un siglo de aberraciones, de tinieblas; un siglo de esclavitud”. “De nuestras relaciones políticas con España procede todo nuestro daño”: Bizkaitarra, 1893-1894), Arana y los primeros dirigentes nacionalistas deben edificar monumentales patrañas históricas y científicas sobre las que hoy ya puede decirse con toda propiedad que las mismas han sido incorporadas a la Historia Universal de la Infamia sin posible redención para sus autores.
En tal sentido, el repelente racismo nacionalista vasco (“Los españoles, esos nómadas de la inmigración servil... con su oleada de detritus étnicos, masa híbrida de celtas bastardeados, de latinos decadentes y de moros corrompidos”, “esos productos íbero-celto-fenicio-griego-godo-árabes”) pretende ofender sin límites a España al objeto de aislarse de una nueva realidad que se percibe como amenazante para todo un sistema de convivencia basado en la alienación del campesinado vasco, la desigualdad, el privilegio de la nobleza rural y el oscurantismo religioso (“¡Viva la Santa Inquisición!”, tronaban los admirados padres carlistas de los primeros nacionalistas), o, en otras palabras, una nueva realidad deletérea para la sociedad del Antiguo Régimen que iba a experimentar la revolución burguesa. Pues bien, dicho aislamiento es buscado sin ninguna clase de rubor:
“Entre el cúmulo de terribles desgracias que afligen hoy a nuestra amada Patria, ninguna tan terrible y aflictiva, juzgada en sí misma cada una de ellas, como el roce de sus hijos con la nación española”.
Un roce que provoca que Arana realice la siguiente admonición: “...en el solar de la familia euskariana penetra la española a título de amiga, y de amiga pasa luego a pariente, y con la confianza que la amistad y el panteresco inspiran se hablan sin recelos sus inteligencias, se comunican sus corazones, se compenetran sus espíritus; y el criterio extraviado vence y ahoga al buen sentido moral, la malicia a la bondad, a la verdad el error, la corrupción a la pureza, la vileza a la dignidad, el vicio a la virtud, el mal al bien; y el mal sienta sus reales en nuestras poblaciones y desde ellas extiende sin tropiezos sus conquistas”, porque los españoles, “los chinos de Euskaria”, como los denominó Arana, son portadores de unos valores y atributos de “inmoralidad, carácter irreligioso, costumbres inmorales y criminales”, y con ello se convierten en la fuente principal de todos los males de Euskadi.
¿Por qué se enraíza esta locura sabiniana en un segmento muy importante de la sociedad vasca en el último tercio del siglo XIX y en el primero del XX?: porque interesa. Porque al clero y a los jauntxos locales no les conviene la irrupción de la gestión desamortizadora, ilustrada y capitalista de la propiedad agropecuaria; porque mediante untuosas invocaciones y alabanzas metafísicas a una presunta raza casi divina (los “euzkos”) trae ventajas mantener al campesinado baserritarra en el nirvana de la explotación y la emigración; porque las masas inmigrantes de obreros allende Miranda de Ebro vienen con la contaminante lucha de clases, el socialismo y “la blasfemia, inmoralidad e irreligiosidad” en forma de baile “agarrao”; y porque no se tolera la pérdida del poder local (Diputaciones y Juntas) a manos de una nueva alta burguesía capitalista y terrateniente de Neguri con la que no se puede competir en poder económico...
Cuando los nacionalistas vascos fundadores se lamentan del siglo XIX como el de la degradación, la miseria y la ruina de Vasconia no están hablando, por supuesto, de esta última, que justamente en ese siglo ha pasado de ser una región media a convertirse en una de las más, sino la que más, prósperas, industrializadas y ricas de España, sino de su propia clase que sí, en efecto, ha perdido una posición privilegiada en la sociedad vasca a manos de la oligarquía industrial y financiera.
Esta confusión interesada entre la parte (sus intereses egoístas) y el todo (los intereses del País Vasco) pervive en nuestros días entre los nacionalistas con absoluta nitidez.
Así pues, melancolía (por la situación de privilegio perdida), miedo (a la nueva clase proletaria) y envidia (de la nueva clase capitalista) son los motores que impulsan al nacionalismo vasco en su primera andadura aunque esos sentimientos se camuflen –con la inestimable colaboración interesada de la Iglesia- tras los consabidos tóxicos y espantajos: España, invasora y mefistofélica; españoles, malvados y depravados; “Euzkadi”, como suma ideal del Paraíso y la Arcadia feliz; “euzkos”, como pueblo elegido por Dios... Y siempre la Religión Católica (“Bizcaya, dependiente de España, no puede dirigirse a Dios, no puede ser católica en la práctica”, advertía Arana) como maestra de ceremonias de este aquelarre -ahora sí, “Azotes” del Foro, puede emplearse el término con toda propiedad - fascista hasta los tuétanos.
Me interesa recalcar a continuación que en su táctica de reconquista del poder, el nacionalismo vasco ha engordado históricamente a expensas de tres corrientes sociales que, a su vez, representan otras tantas actitudes ideológicas:
a) El tradicionalismo carlista, integrista, ultra, foral, anticuado, antiliberal y trabucaire de misa y escapulario. Arana: “(...) del carlismo van desertando sujetos de gran valor para pasarse a nuestro campo, y muchos hay (...) en su seno que van insensiblemente adhiriéndose a nuestras doctrinas, y a medida de esto enfriándose en carlismo (...) esto se va, me refiero al carlismo en Bizcaya (...) El carlismo muere aquí”. Pues bien, los hechos, más de 100 años después, lo corroboran. Diferentes estudios sociológicos han hecho hincapié en que un análisis de los resultados de las elecciones habidas en democracia desde 1977 demuestra cómo las mayorías nacionalistas coinciden casi miméticamente con las tradicionales zonas de influencia del carlismo.
b) Mezclado con el anterior, el mundo rural de dueños de caserío y pastores y campesinos enajenados, narcotizados, acobardados (todo es uno) por las soflamas religiosas de los curas párrocos, frailes jesuitas y demás aprendices de brujo de la tribu. Codo con codo podría incluirse también en este grupo al segmento autóctono de la clase obrera -los “capataces”, me atrevo a llamarles- primado por el nacionalismo vasco con fuertes prerrogativas y protagonismo en el reparto del poder político a cambio de que sirva de contrapeso al obrerismo foráneo. Después volveré sobre ello. Es en este mundo en donde décadas después HB/ETA (un PNV aún más radicalizado y violento) encontrará sus referencias ideológicas, su inspiración, su liturgia y su parafernalia de símbolos nauseabundos.
c) La pequeña burguesía urbana, minoritaria, comerciante, tardía y decadente (la rama más civilizada del PNV y única esperanza de reconducción de la situación actual) que a diferencia de la catalana se ha quedado fuera del nuevo poder del Estado español. La misión histórica de esta clase social estribará en debilitar las fuerzas del Estado, con las que no puede competir directamente, sustituyéndolas paciente y progresivamente. Característica fundamental de esta corriente ha sido su “proimperialismo” (A. Beloki), esto es, su alianza estratégica con las potencias extranjeras enemigas o competidoras aventajadas del citado nuevo Estado español o su integración, con la misma intención estratégica, en la cálida democracia cristiana europeísta durante la larga noche del franquismo.
Todo el anterior abigarrado cuadro sociológico del nacionalismo vasco explica por qué cuanto mayor sea el odio a lo español entre la grey del nacionalismo del PNV, más dificultades tendrán las fuerzas liberales para imponerse en Vasconia y más amenazado y sumiso estará el obrero inmigrante. Cuanto más se separe a éste, que es el grueso principal del proletariado del País Vasco, del obrero autóctono, mejores condiciones para que no prenda el socialismo igualitarista. Por eso, para Arana y sus seguidores, socialismo y maketismo son lo mismo, y los buenos euskaldunes deben separarse tanto de uno como de otro:
“Entre el genio vasco y el socialismo media repulsión absoluta e irreductible. Así se explica que los propagandistas, los autores, los secuaces de esas ideas, oprobio de Bizkaya, sean los advenedizos, los nómadas de la inmigración servil”. (1901)
En esa misma línea encuentra pleno sentido el desarrollo del sindicalismo amarillo-nacionalista de la filial obrera del PNV, el sindicato ELA/STV, paradigma de escarnio hacia la clase trabajadora y primo hermano del verticalismo joseantoniano. Y es que el concepto de organización nacionalista del mundo laboral queda retratado en los siguientes párrafos:
“Procúrese dar a los obreros vaskos los empleos en las fábricas, suprimiendo a esa gente extraña que trae las malas ideas y corrompe a la gente del país. Suprímanse los periódicos impíos y liberales, desde la empecatada Lucha de Clases hasta el frívolo Noticiero Bilbaíno; constrúyanse capillas en las fábricas, ejercítense en ellas en la santificación de las fiestas, impóngase el silencio a esos cuatro improvisados oradores de caras patibularias que arengan en medio de las turbas, y los talleres se convertirán en una colonia de honrados y pacíficos obreros” (El Correo Vasco, 1899).
Sin comentarios.
¿Qué decir del concepto de democracia liberal, representativa, laica, parlamentaria y constitucional que en cualquier confín del mundo civilizado admite una única y común interpretación? Pues que el PNV, víctima de sus orígenes y postulados, nunca ha creído en ella. El texto más escalofriante y definidor del talante ideológico del fundador del PNV es uno en el que literalmente afirma:
“En pueblos tan degenerados como el maketo y maketizados, resulta el universal sufragio un verdadero crimen”
De ahí el rechazo compulsivo (desprecio impotente, en realidad) del nacionalismo vasco hacia el mundo urbano en donde es incapaz de lograr hegemonía política alguna pues su explosión demográfica, su masificación, es incompatible con las pretensiones hegemónicas del vasquismo aldeano sabiniano.
Así, Bilbao, la entrañable Bilbao, la vieja ciudad liberal, cosmopolita, industrializada, rica, anticarlista, española, republicana y socialista se convierte en otro fetiche fóbico favorito de Arana (“Bilbao, la inmunda villa en donde está el foco del que irradian todas las pestes que matan a Bizcaya”) mientras que, en el otro extremo, no se oculta su afección, tan nazi, hacia el idealizado mundo rural.
Nuevamente, como en el carlismo, pueblos contra ciudades. Y es que a Sabino Arana, como a Arzalluz, como a Eguíbar, como a Ibarretxe, como a Otegui, como a Mikel Antza, como a algún conspicuo participante en este Foro, no les interesa que el voto de un obrero inmigrante libre y no amedrentado valga lo mismo que el de un propietario rural... (y no digamos nada del voto de un no residente en el País Vasco aunque se trate de dilucidar si conviene o no trazar una nueva frontera en el mapa que concierne a los de allá y, naturalmente, a los de acá de la susodicha pretendida nueva frontera).
Arzalluz: “los inmigrantes tienen la culpa de que Euskadi no sea independiente”; “...(ellos)... han diluido el mal que hizo Franco”; “... los que no quieran adoptar la nacionalidad vasca serán tratados como los alemanes en Mallorca”; “ votar a Rosa Díez (PSE/PSOE) es como poner la criada al cuidado de la casa”.
Todo impecablemente democrático.
Pero volvamos a los orígenes. Para el nacionalismo vasco primigenio, el régimen de libertades políticas de reunión, de expresión, de asociación, sufragio universal, división de poderes, etc., es “esencialmente antibizcaíno” pues, según Arana, “los principios de nuestro Fuero y los del liberalismo son diametralmente antitéticos, absolutamente incompatibles”. Querer aplicar “a nuestra patria la Constitución española de Cádiz” (¿les suena?) sólo puede ser obra de “algunos malos bizcaínos” (¿les sigue sonando?). En consecuencia con ello afirma que “los españoles, y los bizcaínos españoles y liberales: tales son los enemigos de mi Patria”.
La aversión de Sabino Arana al sistema de libertades políticas es extremo: “¿Queréis conocer la moral del liberalismo? Revisad las cárceles, los garitos y los lupanares: siempre los encontraréis concurridos de liberales”. Esta crítica desaforada del nacionalismo sabiniano a la democracia moderna descansa en una pretendida superioridad de la democracia tradicional y orgánica. Para el PNV, un Estado (por supuesto, el Estado español, y no digamos nada del futuro Estado vasco) nunca puede basarse en un pacto de convivencia contingente entre clases sociales, entre ciudadanos libres iguales en derechos y deberes comprometidos por lazos, vínculos, deudas y obligaciones mutuas. Antes al contrario, Dios y Ley vieja (Jaungoikoa eta Legi Zarra) son el fundamento de la singularidad vasca ya sea dentro del Estado español o ya sea fuera de él. Porque, claro, “...en Bizkaya, aún menos que en los otros Estados vascos, no hubo distinción de clases”. Eso se queda, naturalmente, para maketos, gabachos y otra plebe vecina...
Por ello, el primer diseño del modelo de organización política y social hecho por el Bizcaya Buru Batzar entre 1895 y 1896 sostiene que el poder del nuevo Estado independiente al que aspiran los nacionalistas descansa en las “Juntas Generales compuestas por los representantes de las anteiglesias, valles, consejos, villas y ciudad de Vizcaya, atribuyéndose un voto a cada uno de ellos”. Se ha señalado acertadamente que este es un diseño idéntico a la Udalbitza que proponen hoy Arzallus y compañía, y gracias a la cual, de consumarse alguna vez, 4.400 votantes de 38 aldeas de Euskadi tendrían más poder que los 850.000 votantes de los 37 principales núcleos de población. Y también así se explica la pretensión del Sr. Ibarretxe para que, con toda naturalidad, los votos de 700.000 nacionalistas convencidos vinculen políticamente a casi 40 millones de españoles.
Todo, pues, viene de muy atrás: ya en Arana y sus seguidores, reconstruir instituciones y sistemas de representación antidemocráticos propios del Antiguo Régimen aparece como la alternativa para conservar las heredades de los “propietarios del caserío”, amenazadas por la “invasión de los maketos”.
Resumen textual del ideario democrático “fundacional” (y actual) del nacionalismo vasco: Eliminar (incluso descerrajando tiros en la nuca, por la espalda y de rodillas) a los que “no son de aquí” (alemanes en Mallorca) que además traen las “malas ideas” (Constitución de 1978), suprimir “la prensa tendenciosa” (Brunete mediática), “desarmar verbalmente” (poner en el centro de la diana) a quienes (PP/PSOE/Basta Ya/Foro de Ermua/Foro El Salvador) “arengan a las turbas” (la mitad del censo electoral)... Y todo ello con la bendición eclesiástica (Setién, Uriarte y el tal Blázquez) y de la autoridad militar competente (ETA).
Si este sistema ideológico no es gemelo del nazismo, que venga Dios y lo vea.
Y una última palabra sobre la pretendida oposición ejercida por el PNV durante el franquismo: ni estaba ni se le esperaba. ¿Pero cómo iban a oponerse activamente a aquella Dictadura los hermanos de los requetés, los correligionarios de la reacción, los exaltadores de la Raza, los enemigos de la igualdad y los partidarios de la democracia orgánica y del sindicalismo sin clases sociales?
Cuando el PNV osa poner reparos a la actual democracia constitucional española, cuando la menosprecia con calificaciones de “democracia de baja calidad”, cuando da lecciones de historial democrático, cuando se presenta como campeón de la lucha antifranquista, cuando reclama la secesión unilateral e incondicional de un Estado multisecular, social y democrático de Derecho como si de una justa restitución histórica se tratara, cuando oculta su responsabilidad formidable en el nacimiento y supervivencia de ETA, cuando acalla sus pactos con los asesinos, cuando contextualiza sus fundamentos y orígenes doctrinales, cuando se opone a iniciativas legales y judiciales amplísimamente respaldadas de combate frente al terrorismo...algunos decimos que otro perro con ese hueso.
El PNV nos debe cada vez más explicaciones al conjunto de los españoles. Y el día en que la democracia constitucional se asiente definitivamente sin complejos de ninguna clase, el PNV deberá afrontar sus inmensas responsabilidades históricas ante el Tribunal al que tanto ha ofendido: el del pueblo español, desde Irún a Las Palmas de Gran Canaria.
Reciban todos Vds. un cordial saludo.
Bruno Zabala 2003-2004
http://es.geocities.com/brnzbl/a/iap3.html
lunes, octubre 20, 2008
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