martes 28 de octubre de 2008
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Eternamente Yolanda
Un Joyce contemporáneo podría describir también la peripecia de Yolanda Díaz, desde que sale de su despacho de vicealcaldesa, hasta que llega a la sede de su partido. Más que un viaje en el espacio, es un viaje en el tiempo que la traslada a una época antigua, de izquierdas aferradas a oxidados símbolos que solo significan algo para los venerables nostálgicos de la asamblea local de Izquierda Unida.
Quizá ella intentó acercar esos mundos tan dispares. Quedarán en el secreto horas de conversación en las que intentaría hacerles comprender a los camaradas que, fuera del recinto militante, existía una sociedad a la que había que adaptarse. Querría enseñarles la diferencia entre la charla doctrinaria y la política cotidiana, y acaso intuyó en algún momento la esperanza de tener éxito, pero cada vez el trayecto entre el sillón y la silla de tijera se hizo mayor, hasta que Yolanda tuvo que elegir una orilla.
Es como la Cenicienta que ha de volver a la choza, tras las campanadas que marcan el final de un sueño. Estar en palacio, en el municipal de Ferrol en este caso, era una fantasía para una Izquierda Unida a la que solo mantenía en pie el prestigioso recuerdo del PC, de Comisiones, de los luchadores a los que la democracia no retribuyó como debía. Pero el caso es que un día la calabaza se transforma en coche oficial, para llevar a esta chica a que baile con el poder. Así lo hizo hasta que los suyos empezaron a recelar de su aburguesamiento y le dijeron que tenía que estar en casa temprano.
Pudo haber sido Yolanda como esos atletas cubanos que aprovechan la gira por Occidente para huir de la disyuntiva castrista (socialismo o muerte), que en realidad es una redundancia. Pero no tenía ninguna sigla donde acogerse. Ella llega como una amazona a la grupa de una formación sin forma, sólo apuntalada con gestos, verde para gobernar y educada en la calle.
Hay una rapa das bestas, solo que al revés, con Yolanda doblegada por el sóviet y obligada a entonar lo que solo son consignas. Esta Izquiera Unida es lo que era el PSOE de hace treinta años, o el BNG de hace diez: asamblearismo, poses radicales, desconfianza del compañero que desempeña un cargo, vértigo cuando llega la hora de asumir poder, querencia por la manifestación.
Los críticos de Quintana y su sepelio de la asamblea tienen aquí un buen ejemplo de lo que hubiera podido pasar con el nacionalismo, de haberle hecho caso a beiristas y movementos pola base. El Bloque se habría llenado de Yolandas que retornan obedientes a la cabaña ancestral, dejando en manos de otros la tarea de gobernar.
Suena para Yolanda la canción de Pablo Milanés, mientras se apaga la estrella roja de la última esperanza de una sigla que resiste milagrosamente en Ferrolterra. Qué grande tuvo que ser el arraigo del PC de los tiempos gloriosos, para que esta lejana descendencia disfrute todavía de la herencia. Pero no es lo mismo. Así como algunos hijos que heredan la empresa paterna la llevan al desastre, quienes recogen el gran legado de Rafael Pillado y demás, lo malversan.
Igual que el anacoreta que renuncia a todo para vivir recluido en una cueva, aquellos que quieren hacer política testimonial o la revolución onanística, merecen todo el respeto del mundo. No así los que viven en la permanente indecisión entre el despacho y la consigna, los que piden el voto para gobernar y después lo usan para hacer de perro del hortelano. Izquierda Unida es un caso claro. Yolanda se va del palacio sin un zapato que nadie le devolverá.
http://www.elcorreogallego.es/index.php?idMenu=13&idEdicion=1050&idNoticiaOpinion=358319
lunes, octubre 27, 2008
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