El papel de España en el mundo. Y en particular en Asia
A Zapatero le dieron calabazas en Asia
Dejó dicho el gran Américo Castro que "interpretaciones españolas acerca de otros pueblos apenas existen. El español nunca supo nadar sino dentro de su propia vida; fuera de ella, se asfixia o se aburre". Esta sentencia le viene como un guante al presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero. Llegó a Pekín el pasado viernes 24 de octubre para participar en una nueva reunión de la ASEM, la cumbre Asia-Europa, a la que en principio no pensaba asistir. Sin embargo, el anuncio de que España no estará en la próxima reunión del G-20 en Washington hizo cambiar de idea al presidente, que prefirió acudir en persona para intentar convencer a los líderes asiáticos de la necesidad de que España esté en una reunión que se presume la más importante de la historia económica desde los acuerdos de Bretton-Woods en 1944.
IKER IZQUIERDO FERNÁNDEZ
28 de octubre de 2008
PEKÍN, 27 de octubre.– Dejó dicho el gran Américo Castro que “interpretaciones españolas acerca de otros pueblos apenas existen. El español nunca supo nadar sino dentro de su propia vida; fuera de ella, se asfixia o se aburre”. Esta sentencia le viene como un guante al presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero. Llegó a Pekín el pasado viernes 24 de octubre para participar en una nueva reunión de la ASEM, la cumbre Asia-Europa, a la que en principio no pensaba asistir. Sin embargo, el anuncio de que España no estará en la próxima reunión del G-20 en Washington hizo cambiar de idea al presidente, que prefirió acudir en persona para intentar convencer a los líderes asiáticos de la necesidad de que España esté en una reunión que se presume la más importante de la historia económica desde los acuerdos de Bretton-Woods en 1944.
Es por todos sabido que al presidente no le gusta, entre otras cosas, la política exterior. Prueba de ello es lo poco que cuenta España en el mundo tras cuatro años de gobierno zapateril. La política tercermundista del presidente le valió para conseguir los votos de la extrema izquierda necesarios para ganar las elecciones a la vez que hacía perfectamente prescindible el papel de España entre los países dirigentes del cotarro internacional. El berrinche infantiloide de los últimos días ha puesto en evidencia la absoluta incapacidad diplomática de un gobierno sin sustancia y amparado en el eslogan permanente. Con estas credenciales se presentaba Zapatero en Asia. A pesar de que durante todo el fin de semana el presidente ha negado la mayor, a saber, que estaba en Pekín presionando a los países asiáticos invitados a la cumbre, las reuniones bilaterales que ha tenido, aparte de la ASEM, han sido con los presidentes de China, Corea del Sur, Japón e India, todos ellos invitados a la próxima conferencia de Washington. Sin embargo, Zapatero se ha ido con las manos vacías. Y tendrá que pelear en la cumbre Iberoamericana su presencia en la capital de los Estados Unidos.
Los países asiáticos han dado largas a Zapatero. Y es que en Asia, a pesar de los pesares, los eslóganes no cuentan, y sí los méritos o en su defecto el dinero. Si los méritos de España en el mundo son últimamente más que escasos, en Asia son prácticamente inexistentes. Desde que Los Últimos de Filipinas, harapientos pero orgullosos, salieron de la Iglesia de Baler el 2 de Junio de 1899, sólo Florentino Pérez y el Real Madrid Club de Fútbol habían vuelto a causar impresión en Asia. Y ésa es, en la actualidad, nuestra política por estos lares desde los que escribo. Un chino, coreano, vietnamita o indonesio, preguntado por un país llamado España, responderá invariablemente mencionando el fútbol o los toros. Los más viejos del lugar, especialmente los de los países receptores de inmigración filipina en los años 50, son capaces incluso de arrancarse por soleares y cantar un par de versos de las canciones que Nat King Cole grabó en español durante la edad de oro del jazz. Es cierto que la generalización o reduccionismo cultural también afecta a otros países, pero cuando unos meses antes de la celebración de los Juegos Olímpicos de Pekín, Sarkozy encendió los ánimos de miles de patriotas chinos, éstos no se dedicaron solamente a maldecir el amor romántico o la egalité, liberté, fraternité, sino que dirigieron sus iras contra los supermercados Carrefour. Si España hubiese sido el país ofensor, los energúmenos chinos no hubieran podido aliviar su mala leche con el Caprabo o el Eroski de la esquina. Sencillamente porque no existe. El tan cacareado Año de España en China, que previó la difusión de la cultura española durante el 2007 en el antiguo imperio, ha tenido efectos tan exiguos que hace preguntarse si no habrá sido una auténtica pérdida de tiempo y de dinero.
El ensimismamiento español
Asia es uno de los lugares en los que se hace más patente la sentencia de don Américo, pues para venderse bien al exterior es necesario un conocimiento previo de la cultura en la que se quiere hacer negocios. Si bien es cierto que se están empezando a impulsar proyectos educativos y culturales dirigidos a paliar este problema, la enésima crisis existencial por la que atraviesa España desde la llegada de Zapatero al poder vuelve a retrasar los esfuerzos por acabar con el estigma español del ensimismamiento. El presidente, que había ido a Pekín a vender la importancia de España en el mundo, volvió sin nada, o lo que es más humillante aún, con buenas palabras y palmaditas en la espalda, las que le dio Hu Jintao, presidente de China, por apoyar la política de una sola China, en relación al conflicto con Taiwán, y por no mencionar los derechos humanos, asunto espinoso, que Zapatero siempre reserva para la ONU, y no para Cuba o la propia China. Junto a promesas vanas de procurar el equilibrio de la balanza comercial (escandalosamente favorable a China) o deseos de futuras inversiones y cooperación tecnológica, Zapatero consiguió arrancar a Hu Jintao alguna frase benevolente para con la importancia de España en la solución de la crisis financiera internacional. Es sin duda la muestra de la actitud condescendiente que los próximos amos del mundo empiezan a tener con los países “argamasa”, ésos que están entre los importantes por su riqueza y los llamativos por su pobreza.
Asia, único lugar de la Tierra en el que los hombres aún mantienen una visión unitaria del mundo, ejerce el necesario equilibrio o contrapeso a los países occidentales, que llevados por la fe en el progreso y su propio egotismo no han sabido refrenar ese sentimiento tan perjudicial para la vida (y la economía): la pasión. En este caso, la pasión por el dinero. Mientras tanto, España, cuya pasión por el dinero se entrelaza con otras más autóctonas, se pasea por esas latitudes como el niño en un colegio nuevo, como una rara avis, un extraviado, pues un español en Asia es casi un imposible metafísico.
Quizás el presidente tenga más suerte en tierras americanas, pues allí serán más receptivos a una forma de pensar y de vivir que tiene, en parte, origen en el viejo solar hispánico, y donde aguerridos patriotas de los distintos países que componen Iberoamérica aún pueden justificar su enfervorizada fibra patriótica emprendiéndola a pedradas contra las cabinas de Telefónica.
http://elmanifiesto.com/articulos.asp?idarticulo=2812
martes, octubre 28, 2008
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