miércoles, agosto 01, 2007

Ferrand, Huelga sin derecho

jueves 2 de agosto de 2007
Huelga sin derecho

POR M. MARTÍN FERRAND
ENTRE los días 1 y 9 de agosto de 1907 -estamos en pleno centenario- lord Robert Stephenson Smyth Baden Powell, general del Ejército británico y barón de Gilwell, organizó en Dorset el primer campamento del Movimiento Scout. Alumbró el escultismo con la pretensión de fomentar en los jóvenes la autodisciplina, el compañerismo y el amor a la Naturaleza. Los Scout no fueron bien vistos en el franquismo. Un mucho por lo que significaban de competencia con el Frente de Juventudes y un poco porque fueron acusados de ser una terminal de la masonería internacional. Por eso nos quedamos sin lo más hermoso de su contenido, el lema que orienta sus actos: «Siempre listo».
Es evidente que muchos de nuestros empleados públicos, lejos de pertenecer al Movimiento Scout, constituyen su antítesis y oponen al «siempre listo» el más confortable y menos generoso «nunca dispuesto». Estoy pensando en los maquinistas de los trenes de alta velocidad que, por sí y ante sí, en las líneas que unen Madrid con Toledo y Tarragona, organizaron una huelga ilegal, cobardemente encubierta con bajas por enfermedad, que dejó en el andén, en el momento clave del arranque de las vacaciones, a unos cuantos millares de ciudadanos.
En esta ocasión los protagonistas de la huelga sin derecho no reclaman mayores salarios ni mejores condiciones de trabajo. Con la complicidad pasiva de los grandes sindicatos, UGT y CC.OO., que niegan la existencia de huelga alguna, lo que quieren los maquinistas enfermitos es que sus empleadores -la RENFE- no organicen más cursos para la formación de otros maquinistas, algo que resulta imprescindible para el funcionamiento de los nuevos trenes de alta velocidad que debieran iniciar su servicio antes de fin de año. Raro sentido sindical es ese en el que, lejos de exigir la capacitación de los trabajadores para su mejor desarrollo personal y laboral, se busca un numerus clausus para que los ya convenientemente formados puedan convertir su situación en privilegio y bicoca.
No digo, y sería oportuno hacerlo en el centenario Scout, que un trabajador, ferroviario o de cualquier otra condición, esté siempre listo para cumplir con su obligación y no romper el equilibrio de los servicios públicos; pero convertir su situación en trinchera para que otros no puedan acceder al nivel de formación que, a cargo de la empresa, ellos disfrutan es un caso límite que se convierte en alarmante y grave por la pasividad -¿complicidad?- sindical que lo acompaña y protege. Un mal modelo para alcanzar las cotas de competitividad que exigen los tiempos y un mercado globalizado. Bien haría el líder de los maquinistas, a la vista de la precaria salud de sus colegas, en organizar una patrulla, que así llaman los boy-scout a sus grupos, y en un fuego de campamento, explicarles la realidad de la vida en los lugares en que, a diferencia con España, los derechos siempre corren parejos con las obligaciones.

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