martes, junio 05, 2007

Ferrand, El gallego solitario

martes 5 de junio de 2007
El gallego solitario

POR M. MARTÍN FERRAND
MARIANO Rajoy, gran protector de políticos desvalidos, prepara ya las próximas legislativas y, para poder verlas venir sin dejarlas pasar, ha optado en primera instancia por moderar su discurso y su actitud. Es algo conveniente, pero difícil de administrar en su intensidad adecuada. La misma comprensión que puede granjearle nuevos amigos, especialmente entre los nacionalismos que, con más voluntad que precisión, llamamos moderados puede servirle para perder adhesiones en sus más radicalizados viveros electorales. Él sabrá.
Quizá para ir ajustando su puntería, Rajoy le dijo a La Vanguardia: «Podemos entendernos con CiU». Incluso señaló el gallego la hipótesis de un Majestic II. Es mucho suponer porque en el acuerdo entre el PP y CiU que lleva el nombre del hotel en que se firmó en 1996, el que le permitió a José María Aznar instalarse cómodamente en La Moncloa, el partido que ahora comanda su heredero digital -de dedo, no de número- se dejó muchos jirones y, entre ellos, el de la cacareada «regeneración democrática» que seguimos necesitando y que, al proclamarla, rompió las inercias electorales y propició el deseable efecto de la alternancia tras un trecenario felipista.
Artur Mas ha estado rápido de reflejos. El hombre que va al notario para -al igual que Viriato juró odio eterno a los romanos- proclamar la incompatibilidad perpetua entre CiU y el PP, también ha dispuesto de intermediarios para hacerle saber a Rajoy que sí, pero que «vuelva a la actitud de 1996». Por el momento, ha sugerido Mas, lo que deben hacer los populares es retirar del Tribunal Constitucional su recurso contra la reforma del Estatut. Cierto es que, tal y como acreditan la historia universal de la Literatura y la del cine norteamericano, el amor puede revestirse de las formas más diversas y circular por los vericuetos más intrincados; pero así, a primera vista, no parece fácil que el líder del PP, que tan acreditado tiene su carácter radical -esa es su fuerza- pueda desandar un paso tan irreversible, a primera vista, como un recurso de inconstitucionalidad que solo se justifica como cuestión de principios.
El (mal) uso que los socialistas catalanes han hecho de su escasez representativa, la génesis de los tripartitos que -ahora sí, ahora no- gobiernan la Generalitat y más de un ajuntament, fuerza la radicalidad de CiU, más de Convergencia que de Unión, y distancia las hipótesis, más o menos deseadas, de entendimiento entre el PP y el partido que, nacionalismos aparte, más se le parece en supuestos políticos, sociales y económicos. Sospecho que sólo un Congreso -una nueva proclama y un renovado equipo ejecutivo- puede ayudarle a Rajoy, el gallego solitario, a salir del túnel de su incómodo aislamiento; pero, que quede claro, cada uno sabe cuáles son sus ambiciones. En algunos casos no coinciden con sus principios.

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