martes, marzo 20, 2007

Reconocer errores

martes 20 de marzo de 2007
Reconocer errores

La apelación a tener paciencia efectuada ayer por el presidente Bush, cuando comienza el quinto año de ocupación militar de Irak, cae en saco roto a la luz de la mayoritaria oposición a la guerra dentro de Estados Unidos y a la omnipresente sensación de miedo que atenaza la vida de los propios iraquíes. En las protestas contra la acción militar que se han sucedido este fin de semana en todo el mundo, y también en España, miles de personas volvieron a salir a las calles para repetir el 'No a la guerra' y emplazar a quienes la desencadenaron a pedir perdón a las víctimas y retirar las tropas. Sin embargo, ante una tragedia de las dimensiones que ha alcanzado el conflicto de Irak, carece de sentido plantear la situación como una disputa ideológica o utilizarla como arma arrojadiza de intención electoral. Los hechos son irreversibles, y el objetivo de buscar una difícil salida que detenga cuanto antes la catástrofe humanitaria debería agrupar a todos. Porque la incapacidad de quienes apostaron por intervenir militarmente en Irak para revisar ahora su proceder de entonces es comparable a la dificultad que entraña para EE UU y sus aliados salir a corto plazo del país. El sangriento caos que siguió al derrocamiento de Sadam, que dura ya cuatro años, no puede ser justificado ni siquiera con el argumento del mal menor. El fiasco de una guerra que, además de ser ilegal en el momento en que se emprendió, se ha demostrado contraproducente ha quedado en evidencia ante dos hechos irrefutables. El régimen baasista no era cómplice del terrorismo islamista, una amenaza que, tras el derrocamiento de Sadam, ha conseguido, ahora sí, anidar en Irak. El régimen baasista no poseía armas de destrucción masiva, como han reconocido ya casi todos los líderes que en su día afirmaron lo contrario, pero hoy el mundo entero teme los planes nucleares de la vecina Irán. Demostrado queda, además, lo infructuoso de la dogmática pretensión de extender la democracia mediante la intervención militar.El reconocimiento de los excesos y de los errores contribuiría hoy, si no a encontrar soluciones ideales, que no existen, sí cuando menos a señalar las salidas y, sobre todo, a que este ejercicio se produzca en un clima, también en España, de responsabilidad democrática acorde a la gravedad de la situación. El compromiso de los iraquíes, comenzando por el Gobierno, para evitar el encarnizamiento cainita, el compromiso de sirios e iraníes para impedir infiltraciones terroristas, y la disposición de EE UU a renunciar a medio plazo a su presencia militar permanente en el país deberían figurar entre los términos del necesario debate que habrá de poner fin a la sangría.

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