jueves, marzo 01, 2007

Oscar Mollina, Que se besen

viernes 2 de marzo de 2007
Que se besen
Óscar Molina
R EQUIEBROS de amor, miradas de soslayo, caídas de ojos y sonrisas de seducción. Toda la panoplia que precede a una apestosa sesión de tálamo en la que las cartas que acabarán rotas ya han sido troceadas y llevan nombre de Pacto Antiterrorista. Un raudal de madrigales cutres propios de la más honda raigambre alcahueta, eso es lo que están intercambiando en público Zapatero y Otegui. Un idilio que no se agota en sí mismo, porque busca despechar a la España que no se resigna a morir de desamor, la que pone proa a la renuncia imposible de un romance que nació hace más de treinta años al grito de Libertad sin Ira. Un folletín indigno en el que la única virginidad perdida acabará siendo la de la Justicia, que al menos tiene los ojos tapados para que el corazón no sienta. No era previsible otra cosa, pero la constatación del devaneo tira por tierra las últimas esperanzas de que una mínima cordura se impusiera de la mano de hechos irrefutables. Hechos que en forma de dos muertos no han venido a ser más que un autoritario y pasajero “¡a las diez en casa!” del padre de la novia. Un padre, que no lo olvidemos, se viste de capucha, se ríe de los muertos, guarda la virtud de su hija con titadyne y tiene muy claro que si no hay dote no hay boda. Por mucho que la niña lo desmienta a los cuatro vientos, por mucho que se deje querer y hable de consumación sin botín previo. No hay quien la crea ya, porque la moza no es más que sangre de la misma sangre, y tiene el mismo crédito que el hijo de la gran puta de su padre. Nada más que la versión femenina del “prometer para meter; y después de haber metido, nada de lo prometido”. Y del otro lado un iluminado del amor metido a juglar de la nada, embelesado por una pelandusca de arrabal que ni siquiera llega a compararse con lo peor de cada casa. Un enamorado que no cuenta con consejo paterno porque sus ascendientes ideológicos se fueron con el irrepetible 31, y que sólo puede asirse a los consejos que le da el abuelo fusilado cada noche que el susodicho babeante cree ver muertos. Un apasionado por extraños cortejos cuyas misivas se leen en trincheras históricas recuperadas, se contestan con aquel “si me quieres escribir ya sabes mi paradero”, y se vuelven onanismo cada vez que suena “Ay Carmela”. Esta es la historia de amor, estos sus protagonistas. Este el empeño de quien ha oído alguna vez que el corazón tiene razones que la Razón no conoce, y cree que ello es suficiente para pasar por encima de los dos últimos muertos y hurtarnos a todos explicaciones sobre la última hazaña del papá de la novia, el que tiene aterrorizado a todo el pueblo. ¿Han escuchado Vds. algo de los presuntos autores de lo de la T4? ¿Sobre las investigaciones? ¿Sobre el tipo de explosivo? No. Son minucias que pertenecen al capítulo de secretos de enamorados, tesoros de amantes, peleillas de novios que no pueden desviar el torrente de pasión que ha nacido con la llegada de la Paz. Aunque al torrente se le vaya la mano con la pasión. Lo malo es que al final esto acabará en tragedia. En crimen pasional, remedo febril y ardiente de Puerto Urraco, cuando el novio no pueda entregar la dote que no le pertenece. El día que ni la novia ni el padre se conformen con un simple “¿Qué es poesía?” le dejarán claro que lo de las pupilas azules son para otras, y le enseñarán métrica haciendo retornar unas oscuras golondrinas que, estas sí, sí volverán. No tengo la menor esperanza de que el pretendiente lea a Quevedo y caiga en la cuenta de que es puto el hombre que de putas fía, puto el que sus gustos apetece y puto el estipendio que se ofrece en pago de su puta compañía. Porque le está haciendo la corte a un putón desorejado.

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