viernes, marzo 16, 2007

Oscar Molina, El clavo ardiendo

viernes 16 de marzo de 2007
El clavo ardiendo
Óscar Molina
Y A puede manifestarse España en pleno, ya pueden anegarse pueblos y ciudades de gente que demande a ZP el mínimo decoro exigible al cargo que ocupa, que él no piensa cambiar el plan. Da exactamente lo mismo que desde comienzo del “Proceso de Paz” al día de hoy tengamos tres muertos más. Es indiferente. No son sólo sus palabras y las de sus pajes las que nos dan idea de cuán decidido está a seguir a lo suyo, sino sobre todo un examen absolutamente simple de su situación electoral, de sus bazas y de los triunfos que puede llevar en la mano a la hora de acudir a la partida de las urnas. Si emplear mucho detenimiento en el examen es fácil ver que el bagaje de legislatura que Zapatero puede ofrecer como aval para su reelección es escaso. Nuestro Presidente es tremendamente cautivo de una muy especial manera de llegar al Poder; y no me refiero sólo a los atentados de Madrid y su decisiva influencia en el resultado electoral de 2004, sino a sus planteamientos electorales que nunca tuvieron en el “para” nada más tangible que las palabras huecas y se apoyaron excesivamente en el “contra”: contra Aznar, contra la Derecha, contra el “Prestige”, contra la Guerra de Irak, contra la Iglesia, contra….pero pocos “paras” que no fuesen frases hechas y enunciados simplones que se han quedado, como era de esperar, en el “pop” de la botella vacía que los contenía. Quienes, no siendo votantes habituales del Partido Socialista, o ni siquiera votantes habituales de ningún partido, acudieron aquel día a los colegios electorales, lo hicieron para echar al Partido Popular por considerarle responsable de la masacre de Madrid, pero no tenían un especial apego a Zapatero ni a sus propuestas, y su entusiasmo por él es perfectamente descriptible. La victoria socialista de 2004 no fue el triunfo de la ilusión por un cambio, ni por supuesto despertó las expectativas de nuevos tiempos que suscitó Felipe González en 1982. Fue el triunfo de quien estaba en el lugar adecuado y en el momento adecuado para auparse sobre el castigo que España decidió darle a Aznar. Zapatero fue, en suma, un instrumento en mano de los españoles para decir por dónde no se debía ir, pero nunca fue, ni será, el líder al que la ciudadanía elige con la esperanza de que nos muestre por dónde hay que ir. Por eso su responsabilidad le debía haber llevado a una mayor prudencia a la hora de poner en práctica ciertas políticas de aislamiento, división y enfrentamiento. Por eso mismo no debería acometer ciertos cambios sin contar con el consenso que en su día los alumbró, y por eso también se le empieza a hacer agua todo lo tangible que en sus manos creía tener. Hasta el punto de tener que recuperar Irak y su guerra para una manifestación que tendrá lugar el próximo sábado, con la alineación de lujo por supuesto, y en la que escucharemos un montón de lemas y proclamas con regusto rancio y olor a naftalina tan sólo cuatro años después. Después de pagar las onerosas hipotecas de sus “contras” en forma de Archivos de Salamanca, Planes hidrológicos, Soldados en Irak, Política Exterior o Leyes de Educación y Memoria Histórica; después de satisfacer sus pueriles “paras” en matrimonios homosexuales, talante de doble rasero, política económica de perfil o Estatutos de Autonomía con tintes de nación, el balance que Zapatero puede ofrecer a los españoles es muy endeble. Y a los españoles empieza a no gustarles además que toda esta colección de bobadas y brindis al sol estén pagándose a precio de segmentación territorial y social. Empiezan a comprender, de manera lenta pero muy firme, que con un solo SMS compraron tarifa plana de naderías, gansadas y majaderías a un incompetente que, además, se ha empeñado en entenderse con una banda terrorista y acude a verse con ella con los pantalones de la dignidad del Estado y la Nación que preside a la altura de los tobillos. Por eso, a Zapatero sólo le queda una carta que usar en la partida, un as de bastos ardiente y afilado con el que pretende clavarse a su poltrona y que amenaza con prender fuego al tapete. Una baza que le haría aparente vencedor en un juego en el que apuesta con nuestro caudal y que ni siquiera él puede ganar, porque el que le ofrece en préstamo el naipe ganador se va a cobrar crudo el avío. Ese clavo ardiendo es un comunicado de ETA en el que la banda declare su intención de abandonar la violencia de manera definitiva. Solamente eso le puede salvar de un creciente descontento social y una más que rotunda contestación en la calle. Y precisamente en ello está la inmoralidad de todo esto, en la evidencia de que a día de hoy la reelección y la gloria imperecedera que cree poder alcanzar importan para él más que una Paz verdadera y justa. Una Paz que es imposible con ETA, como atestiguan los tres muertos que hemos sufrido durante el presunto alto el fuego. Esos tres estorbos para nuestro Gobierno, olvidados del carrusel de discursos de Pepiños, Lópezgarridos y apartados del selecto club de “víctimasdeloquesea” con las que el Grupo Prisa elabora reportajes de gran corrección política. Quedan, eso sí, por saber algunas cosas. No está ya nada claro que los españoles vayamos a volver a otorgar la enésima pizca de crédito a quienes ponen bombas durante sus treguas y asesinan a tres personas en un son de Paz difícilmente inteligible. No está claro tampoco si nuestro deseo de Paz llega a ser tan menesteroso como para rendirnos a una banda de matones, olvidar a sus víctimas y entregarles todo aquello por lo que vienen asesinando tanto tiempo. Y no está claro, por último, si el único que está en disposición de acabar con estos tiempos que vivimos tan peligrosamente, Mariano Rajoy, va a ser capaz de ofrecer un proyecto nacional, integrador y transversal que invite al optimismo y la ilusión a los mismos que en su día le negaron, con su voto, las puertas de La Moncloa. Mientras se despeja tanta incógnita, los desembolsos que demanda el dueño del clavo se irán cumpliendo religiosamente, hasta que Rodríguez Zapatero pueda agarrarse a él como un poseso. Y lo hará, además, contento, porque además de obrar por conveniencia, lo hace por convicción. Eso es lo peor.

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