viernes 2 de marzo de 2007
Que se la pique un pollo, segunda parte
Miguel Martínez
U N servidor se había propuesto no volver a hablar del asesino De Juana. Porque consideré, más que nada, que de demasiado protagonismo gozaba ya y que bastante amplificadas estaban sus vicisitudes, con sus sondas de quita y pon y sus intermitentes y tramposas huelgas de hambre, como para que quien les escribe colaborase aún más en mantener a ese asesino en el candelabro, que diría la Mazagatos. Pero habiendo leído lo que se ha llegado a escribir, y escuchado lo que se ha llegado a decir, sobre el susodicho, me van a permitir que, traicionando mis intenciones primitivas y obviando el popular dicho de que nunca segundas partes fueron buenas, aproveche mi columna semanal para darle un poco más de caña al escuálido por voluntad propia De Juana, haciendo caso omiso a mi querido amigo y compañero Joan Pla, que me teorizaba en el foro sobre el amor y el humanismo cristiano, recomendándomelo como método infalible para consolar almas y conseguir perdones. Perdóname, “mestre” Pla, pero lo que me pide el cuerpo ahora es destilar mala leche contra ese asesino abominable. Y no es que un servidor no ame a ese animal de bellota con aspecto humanoide raquítico, -que no lo ama- es que me cae como el mismísimo culo, aunque a buen seguro habrá por ahí quien destile amor en exceso, suficiente para compensar -las estadísticas están para eso, para endosar sobrantes ajenos a escaseces propias- mi ausencia amorosa y caritativa para con ese individuo. Me van a perdonar también aquéllos de mis antiguos maestros, curas salesianos que eventualmente pudiesen leer esto, comprobando cómo quien les escribe se pasa por el forro todo aquello de la caridad cristiana, lo de poner la otra mejilla y lo del amor al prójimo, pero es que es superior a uno eso de aplicar sentimientos y caridades cristianas al monstruo que se ha jactado de celebrar con marisco y champán el asesinato de dos víctimas a manos de sus compinches, o que se ha llevado por delante 25 vidas, algunas de ellas cercanas, por profesión y/o condición, a quien les escribe. Y es que dan ganas de levantarse y de agotar el repertorio de tacos, imprecaciones y demás palabras malsonantes cuando se escucha a Llamazares decir que, para evitar que De Juana se convierta en un símbolo, lo pongan en libertad. O no les dan ganas a ustedes de exclamar algo así como “¿Qué coño en libertad? Anda y que se la pique un pollo, que eso de comer es voluntario, que si no quiere que no coma, a ver si le va a sentar mal al hombre eso de comer a la fuerza”. Porque recordarán aquéllos de mis queridos reincidentes que hayan tenido niños lo que sucedía cuando los padres nos empecinábamos en alimentar a la fuerza a nuestros retoños, que éstos, llegado el momento en que no querían más, acababan con dolor de tripa, vomitando y poniéndolo todo perdido. En cualquier caso, coma o no coma, lo que no es de recibo es que lo larguen para que no le ocurra nada, habida cuenta de que si algo le sucediera no sería sino a causa de su terca idiotez, que para sí quisieran la comida que le sirven, miles y miles de habitantes del tercer mundo (e incluso muchos del primero) que, además, no tienen sobre sus conciencias asesinato alguno. Porque de otra manera estaríamos sentando precedentes, y todo aquel que no quisiera cumplir condena por sus delitos ya sabría qué tendría que hacer para que lo suelten. Y si se ayuna para evitar condena por ilícitos penales, bien podrían llevarse a cabo “medias huelgas” por faltas administrativas, y así veríamos al Guardia Civil de Tráfico ponernos en el brete de decidir ante las siguientes alternativas: “pues como se ha saltado usted un semáforo en rojo, elija entre la pérdida de cuatro puntos de su permiso, o la abstinencia de rioja, jabugo y de pimientos del piquillo por un periodo de tres meses y un día, y ha tenido usted suerte porque si llega a dar positivo en el test de alcoholemia y le instruimos un atestado por un delito contra la seguridad del tráfico, o bien se chupa usted de uno a tres meses a la sombra, o bien una huelguita de hambre de tres semanas aunque por las noches, sin que le vean, puede picar un poquito de jamón de york y tomar algún que otro actimel”. Y luego aparece Rodríguez Ibarra y le suelta a Rubalcaba lo de “No dejes que ese canalla se convierta en un héroe. No dejes que se muera ese cabrón”. Y por mucho que la mayoría de nosotros podamos estar de acuerdo en los epítetos dedicados por Ibarra al susodicho, no le cuadra a un servidor un detalle que les cuento a renglón seguido. ¿Que se convierta en un héroe? Pero vamos a ver. Héroes fueron los últimos de Filipinas que dieron su vida por lo que quedaba del renqueante Imperio, héroe es el vecino que, según nos muestra algún que otro programa sensacionalista de TV, sube por el tubo del desagüe hasta el balcón del segundo piso para salvar a la ancianita del incendio, o el bombero que se descuelga en una improvisada cuerda para rescatar al niño que ha quedado atrapado en el coche a punto de hundirse en el río que viene crecido. Todos esos, y otros muchos, anónimos o no, son héroes: personas que ponen en riesgo su pellejo para salvar el de otros o que se lo juegan por una causa noble y honrada. ¿Cuándo, antes de ahora, ha puesto De Juana en riesgo su vida por alguna noble causa? ¿Al poner una bomba lapa en un coche? Si seguro que no la ponía ni él, que se limitaba a ser el verdugo de turno apretando el botoncito del detonador a distancia. ¿Al asesinar traicioneramente y por la espalda a un militar? No tiene lo que hay que tener para hacerlo a la cara, se lo haría todo encima si tuviese que vérselas con un militar o un policía frente a frente. ¿Se pueden considerar heroicos estos actos execrables? ¿Alguna persona decente y con el más mínimo sentido común consideraría héroe a De Juana porque éste muera en el hospital porque no le dé la gana de comer? Admito que se le pueda etiquetar, todo lo más, de tonto del culo, pero nunca de héroe. Aquellos que puedan considerar un héroe a De Juana son los de su misma calaña y lo que éstos opinen nos la ha de traer -con perdón- más que floja a los demócratas. Si quiere comer que coma, mejor para él; y si no, que no coma; y si se muere por no comer, pues que se la pique un pollo (el mismo del otro día u otro nuevo, que por falta de pollos no sea) con el pico mellado, que él se lo ha buscado por empecinarse en no comer. Lo que sí que hay que hacer en cualquier caso es ir tomando nota de todo lo que nos está costando el mantener al desgraciado ése en el hospital. Porque si partimos de la base de que él mismo se ha provocado su situación médica, qué menos que cobrarle el importe de esas atenciones hasta el último céntimo, que a un servidor no le sale de las teclas pagarle con sus impuestos a ese hijo de mala Juana sus tontas neuras de niño consentido de “ahora como, ahora no como”. Que no está la Seguridad Social como para ir pagando las cuentas hospitalarias de quienes se provocan, a golpe de estupidez, merma en su salud. Y menos aún a gentuza como el De Juana ése, que no es que no se merezca esas atenciones médicas añadidas -que no se las merece-, es que no se merece ni el aire que respira.
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