viernes, marzo 09, 2007

Manuel Fraga Iribarne, El final del terrorismo en España

sabado 10 de marzo de 2007
El final del terrorismo en España
POR MANUEL FRAGA IRIBARNE
AL comienzo de nuestra ejemplar transición, después de una sangrienta guerra civil de tres años, seguida de una cruel guerra mundial, en la que logramos no vernos directamente afectados pero que mantiene en algunos la esperanza de una revancha, hubo algunos grupos que intentaron algo sangriento por la violencia. Desde Francia se produjo el intento de invasión del Valle de Arán, y en diversas regiones aparecieron grupos violentos que intentaron imponer sus tesis por vías terroristas. En Cataluña hubo un grupo que practicó los famosos asesinatos por la colocación de explosivos en el pecho de diversas personalidades como ocurrió con un alcalde de Barcelona, Joaquín Viola, y su esposa; muy pronto la falta de apoyo popular supuso su fracaso. También en Galicia, mi querida tierra, se intentó crear un Ejército Guerrillero Gallego, que por cierto voló una noche mi modesto chalet de vacaciones, en la playa de Perbes (Miño), aparte de matar a dos guardias civiles; afortunadamente fracasó. Desgraciadamente, no ocurrió así en el País Vasco, en donde ETA logró consolidar un movimiento terrorista, acompañado por diversos grupos políticos y juveniles, que acompañaron sus crímenes con desórdenes callejeros (Kale borroka) con grupos de escuelas privadas (ikastolas) para la preparación de jóvenes educados en euskera, con herrikotabernas y otros apoyos externos. Lo peor de todo fue la posibilidad que mantuvo ETA durante mucho tiempo de actuar desde el otro lado de la frontera, desde lo que tan acertadamente se ha llamado el «santuario francés», que durante demasiados años fue capaz de subsistir, aunque en los últimos años en que, tan acertadamente, fue aumentando la cooperación entre las fuerzas policiales de ambos lados de la frontera se produjo la práctica desaparición del famoso «santuario».
Es asunto que conozco bien, por razones personales y familiares. Mi primer apellido es gallego, Fraga, el bosque primitivo. El segundo, Iribarne, es vasco-francés, de la Baja Navarra, uno de los tres territorios vasco-parlantes; incluido en el Departamento que hace pocos años se llamaba Bajos Pirineos, y ahora Pirineos Atlánticos. Mi querida madre era de un pueblecito llamado Ostabat, donde se juntaban los tres caminos occidentales a Santiago de Compostela, mi abuelo era maestro albañil, con una familia muy numerosa; como consecuencia, mi madre, María Iribarne, emigró con dos de sus hermanos a Cuba, allí conoció a mi padre, y después de reunir algunos ahorros en la «Perla del Caribe» se vinieron a Villalba, cabeza de la «Terra Chá» -Tierra Llana-, en Lugo, donde nacieron 12 hijos, yo fui el mayor.
En mi casa, mi padre hablaba en castellano con mi tía Amadora, joven maestra que ayudó mucho a criarnos; mi madre solía hablar en francés, que todos aprendimos y fue una gran ventaja para nuestros estudios, y de vez en cuando nos decía algo en vascuence; mi abuela paterna hablaba gallego, y no sabía leer ni escribir pero era sumamente aguda, en su inteligencia natural. De vez en cuando visitábamos a los abuelos de Ostabat, en Navarra, el abuelo hablaba en vasco, y también francés; mi abuela era bearnesa y sólo hablaba francés.
El País Vasco español (no así el francés) tuvo siempre un grado razonable de autonomía, no sin ventajas económicas; el sistema autonómico establecido por la Constitución de 1978, restableció algunas cuestiones provocadas por la guerra civil. Por eso es difícil comprender el arraigo que han logrado allí los movimientos violentos, contrastados con la posición general de la sociedad, y el hecho de que el País Vasco recibe emigrantes de otras partes de España.
Viniendo a la situación presente, es evidente que no existe ningún agravio que pueda justificar la violencia, que ya ha producido cerca de un millar de víctimas, y que mantiene a numerosos vascos contrarios al separatismo residiendo, muy a su pesar, en otras partes de España.
El actual Gobierno de España, que preside el Sr. Rodríguez Zapatero, manifestó un día que deseaba tratar con ETA un plan de paz, y que las cosas en materia terrorista tendían a mejorar. A los pocos días, ETA hizo volar la parte más moderna del Aeropuerto de Madrid, con incalculables destrozos y, lo que fue peor, la muerte de dos emigrantes ecuatorianos; en los últimos días se ha producido la muerte de otra víctima, esta vez un vasco, como consecuencia de un acto de la kale borroka. Y se ha producido el grave escándalo, que ha representado en la mayor y mejor parte de la sociedad española, de que el asesino de 25 personas ha logrado, por una huelga de hambre, una decisión favorable a su situación «penitenciaria».
No puede caber duda de que los terroristas pueden y deben ser vencidos, y más ahora que ya no disponen del «santuario francés». La experiencia del Ulster revela que hasta ahora un extremista como el Sr. Paisley (a quien yo escuché llamar «anticristo» al Papa Juan Pablo II, desde la tribuna del Parlamento Europeo) puede llegar a entender que para la paz no hay más que un camino, que es el de aceptar el cese de la violencia y el cumplimiento de la ley. Todo lo demás es perder el tiempo, y que el intento de anexionar por la fuerza al glorioso Reino de Navarra, o los territorios de ultra puertos, no son objetivos realistas. Un País Vasco en paz, con su fuerte estructura económica, y con seguridad ciudadana además de su favorable sistema tributario, podría en cambio ponerse a la cabeza de muchas cosas en España y en Europa.
Para ello, el Gobierno debe asumir una posición de firmeza y de cumplimiento de la Constitución y de la Ley. Debe desistir de cualquier intento de mirar para otro lado, y de frenar la acción de los Tribunales. España no puede consentir que se juegue con su unidad y su cohesión, como por supuesto no lo va a tolerar Francia. Si se quiere (como se debe) relanzar la unidad europea, hay que hacerlo desde bases seguras para todos. Nuestra transición política ha sido ejemplar, gracias al uso prudente de la Monarquía restaurada, que demostró lo que representaba un memorable 23 de febrero. Gracias también a la actitud de todas las fuerzas sociales y a la acertada reforma de las autonomías. El País Vasco no puede ser una excepción, sino un ejemplo.
Vivimos un momento de grandes cambios sociales. La familia, la empresa, la enseñanza, las formas de vida están en plena evolución. Hay que mirar hacia delante, y no hacia atrás, como en la equivocada idea de la «memoria histórica» defendida por algunos. No hay más camino que el ya trazado desde los comienzos de nuestra ejemplar transición. Y el conjunto de los ciudadanos debe observar con atención los peligros de ciertas actividades irresponsables, y tenerlo en cuenta en las próximas votaciones.
España y su lengua, la del Quijote, son componentes clave del mundo actual. Nuestras posibilidades son universales. No podemos volver a la inestabilidad de nuestro lamentable siglo XIX. Podemos y debemos ser ejemplares en el siglo XXI. Las bases están echadas. El futuro no puede ser de los insolidarios, menos aún, de los terroristas y los asesinos. En la Constitución de 1978 hay sitio para todo y para todos. Podemos ser, al lado de las naciones hermanas de Iberoamérica, un puente decisivo en el mundo que renace tras las guerras mundiales y las revoluciones fracasadas (en particular la marxista). No van a ser los terroristas y los gobiernos débiles los que nos abran el camino del futuro.
MANUEL FRAGA IRIBARNE
Presidente Fundador del Partido Popular

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