viernes, marzo 23, 2007

Juan Urrutia, No laveis mis calcetines, lavadme a mi

viernes 23 de marzo de 2007
No lavéis mis calcetines, lavadme a mí
Juan Urrutia
M IENTRAS escucho la bigotuda musicalidad de Edvard Grieg intento inspirarme para escribir algo interesante y escasamente soez sobre la política nacional. No lo consigo, tendrá que ser muy soez. Varias son las noticias que revolotean a mí alrededor, varias y ninguna me gusta. Me arrepiento de haberlas leído, siento verdaderamente haber reflexionado sobre ellas y lo que es peor, desearía que no hubieran sucedido. Les hablaré, por tanto, de todas y de ninguna. Quizás de esta forma consiga evitar la burda apariencia de la áspera realidad en que vivimos. Si existe algo fundamental en el ámbito de la política son los errores, errores vanos, errores graves, y los más frecuentes, errores conscientes. No es ningún secreto que la importancia de los votantes para los votados termina tras las elecciones. Los votos obsesionan a los profesionales del gremio gubernativo que se aflojan las corbatas, gritan exhalando azufre sulfuroso y caminan a gran velocidad engullendo documentos y bolígrafos baratos cada vez que varía la intención de voto en uno o en dos sentidos, y ya que hablamos de los sentidos el más desarrollado en esta jauría humana es el del gusto. Por los vicios caros y las palabras rimbombantes de amplio espectro que les salvan el cuello ante preguntas inapropiadas evitando que les entienda el escuchante. Qué se puede deducir de tan absurdas palabras. Tal vez la poca importancia que merecemos los bamboleantes electores, puede que el escaso reconocimiento que se han ganado nuestros políticos. Yo ni siquiera los reconozco por la calle y no porque no pueda sino por falta de ganas. El problema es que quienes están ahora en algún sitio son tan terriblemente escuchimiformes de palabra, pensamiento y obra, que pronto vendrán buenos oradores de retorcidas ideas, nos convencerán con su jerga de charlatán ambulante y se alzarán en tremebunda turba de magnánimos felones devorando a nuestras ovejas. Estoy hablando, cómo no, de esos tipos de túnica blanca que llevan años intentando clonar a Hitler. Cuando por fin lo consigan desearemos no haber nacido... aquí. Y regresando a nuestros orígenes emigraremos hacia el bosque con los monos y pronto la regresión será un hecho. Vivan los monos, abajo el cohecho, disparen quince salvas en honor del difunto, y no paren de comer hasta ver saciada su hambre que en nada se parece a lo que debería. Por Dios, que alguien sacrifique a ese gato de un ladrillazo. Cuando aquellas palabras salieron de la boca de Máximo Gorki su padre se la rompió con una pala y aún así nunca dejó de quererlo, no en vano eran amantes. Latas redondas, doradas, llenas de callos que se desparraman ruidosamente sobre la mesa del parlamento... ¡un momento! No son callos, es carne con chile. He aquí mi legado para las futuras generaciones. He dado orden de que maten a cualquiera que finja entender mis palabras, ah, las palabras, un arma de doble filo. A veces te salvan la vida, como cuando gritas socorro tras caer a un pozo pero hay ocasiones en que te hacen perderla como cuando blasfemas en Carolina del Sur o dejas encinta a una muchacha y su padre te mata a golpes con un calcetín relleno de perdigones. Este artículo ha sido patrocinado por la Junta de Extremadura.

No hay comentarios: