jueves, marzo 01, 2007

Ignacio San Miguel, Las astucias tras las necedades

viernes 2 de marzo de 2007
Las astucias tras las necedades
Ignacio San Miguel
P ARA un observador, no experto pero sí atento, del desarrollo de la política española, las palabras pronunciadas hace ya bastante tiempo por la presidenta del Tribunal Constitucional, María Emilia Casas, sobre el Estatuto catalán supusieron un débil indicio; un indicio, si bien escaso, de que tal Estatuto no acababa de satisfacer a los mismos socialistas. Porque dijo algo así como: “Al Tribunal no le temblará la mano como consecuencia de la presión popular, si tiene que hacer algún recorte en el Estatuto. Porque el pueblo, a veces, se equivoca.” Este comentario no habría sido hecho si a la señora Casas, y se supone que a muchos socialistas más, el Estatuto les hubiese parecido aceptable. Luego vino el referendo catalán. El resultado me hizo pensar que si Casas, a juzgar por las palabras citadas, sentía algún temor a la presión popular catalana, se habría sentido aliviada. Apenas un poco más de la tercera parte del electorado refrendó el Estatuto. Pero luego llegaron otros indicios de desafección. La recusación del juez Pérez Tremps, promovida por el Partido Popular fue aceptada. Tremps, uno de los magistrados que habían de decidir sobre el recurso de inconstitucionalidad del Estatuto interpuesto por el citado Partido, resultó apartado de este asunto, con el resultado de que se rompió la paridad entre los magistrados, y los opuestos al Estatuto aventajaban en número a los favorables al mismo. Se comentó entonces que Tremps podría dimitir como magistrado, pese al escándalo que esto supondría. Los socialistas están acostumbrados a los escándalos, y uno más no suponía nada grave. Si Tremps dimitía, su puesto sería cubierto por otro magistrado promovido por el Gobierno y de cuya orientación ideológica no habría dudas. Como tendría que intervenir en el recurso de inconstitucionalidad, la paridad entre los magistrados se restablecería, con la ventaja para los socialistas del voto de calidad de la presidenta Casas. Hubo analistas que pensaban que la dimisión estaba asegurada. Tremps manifestó que tomaría una decisión después de una reflexión serena. Una postura poco digna, pues la ética elemental le constreñía a rechazar tajantemente una dimisión injustificada cuyo único objeto era favorecer intereses partidarios. Todo apuntaba a que la “reflexión serena” sería ayudada con reuniones con personalidades diversas. De nuevo, Casas nos ofreció otro indicio en declaraciones a la Prensa unos días después. En ellas aseguraba que “la dimisión de Tremps no se contemplaba ni como mera hipótesis”. Pasaron unos días y fue el propio Tremps quien declaró que no tenía la menor intención de dimitir. Ingenuo había de ser quien pensara que al sector socialista el desequilibrio en el Tribunal le preocupaba. Por el contrario, parecía resultarle muy aceptable. ¿Y por qué? Porque se presentaba la oportunidad de recortar el Estatuto (tumbarlo, dicen algunos), haciendo recaer toda la responsabilidad sobre el sector conservador. Al efecto, los magistrados prosocialistas se opondrían a las iniciativas conservadoras sabiendo que perderían en las votaciones. Más adelante, el Partido Socialista podría presentarse ante los nacionalistas catalanes revestido de un manto de pureza. “¡La culpa ha sido de esos malevos del PP!”, clamarían. Y tan amigos. Esta hipótesis parece bien plausible. Los acontecimientos próximos nos dirán si es cierta, algo que parece probable. Pero todas estas consideraciones nos dejan una impresión deprimente. Hay políticos que protestan porque piensan que la política está siendo judicializada. Pero justamente ocurre a la inversa: la justicia parece estar completamente politizada. Y otra reflexión no deja de acuciarnos: ¿por qué tanto lío? ¿Por qué tanto despliegue de astucias? ¿Por qué tanta politiquería en asunto que afecta a la nación en su conjunto? Pues porque cuando se cometen desaguisados, luego hay que salir de ellos de la forma que sea, y la actividad esencial de este Gobierno parece ser la de ir sorteando con astucia los embrollos que él mismo crea. Habría que preguntarse más bien por qué el presidente Rodríguez prometió a los catalanes que cualquier Estatuto que elaborasen sería aceptado en Madrid. Por qué cuando habían renunciado a que constase Cataluña como nación en el Estatuto (pregúntesele a Piqué), Rodríguez les animó a no hacerlo al declarar públicamente que tal denominación no era más que una cuestión semántica sin importancia. Por qué, en suma, se convirtió en el mayor promotor del Estatuto catalán. Todo induce a pensar que este señor ha llegado a la presidencia de Gobierno con unas ideas absolutamente primarias acerca del mundo en general y de España en particular. Ideas que se vocean en tabernas y cafeterías, pero que no son dignas de que las sustente un hombre con un cargo de responsabilidad. Estados Unidos es malo porque es capitalista y oprime al mundo; Cuba, Venezuela, Bolivia, son buenos porque se rebelan contra Estados Unidos. La Iglesia católica es mala porque es represora, va contra el progreso y estuvo al lado de Franco. En la guerra civil española ganaron los malos, que eran fascistas, y perdieron los buenos, que eran demócratas. Si hay terrorismo se debe a que existe un “mar de injusticia” que nos rodea. Las rebeldías existen porque se ejerce una represión injusta. España la forjaron injustamente los Reyes Católicos por la fuerza de las armas… Y así. Estas ideas de adolescente sin maduración o de ignorante con escasísimas lecturas, explican lo que, a primera vista, resulta inexplicable: la promesa hecha por Rodríguez Zapatero a los nacionalistas catalanes sobre el Estatuto en ciernes, así como la alegría con que parece dispuesto a vaciar de competencias al estado en favor de las autonomías. Pues para una mente así conformada cualquier reclamación es justa porque nace de una opresión previa. Y ahora han visto las orejas al lobo y hay que salir del trance como sea. Porque el Estatuto catalán comienza a provocar problemas graves de gobernación. Luis María Anson opina que a Rodríguez le domina el vértigo del peligro, la pasión irrefrenable del juego. Aviados estamos. Pues la conclusión resultante es que además de profesar ideas insensatas de tebeo, el hombre se divierte. ¿Habrá alguien que piense seriamente que con estas “cualidades” se puede gobernar un país?

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