viernes, marzo 02, 2007

Felix Arbolí, Sangre, rencor y esperanza

sabado 3 de febrero de 2007
SANGRE, RENCOR Y ESPERANZA
Félix Arbolí

E L mundo está que arde. En cualquier momento, solo Dios podrá remediarlo, esto puede dar un petardazo y una parte de los “seis días de trabajo divino”, irse al infierno desintegrado en millones de pedazos. Como esa copa de fino cristal o jarrón de porcelana que adquirimos ilusionados por su belleza y calidad, haciendo un sacrificio económico y se nos cae al suelo estallando en diminutos e irreparables trozos, cuando descuidamos la precaución con la que debemos utilizarlo. Hay guerras en todas partes. Naciones de gran potencial económico y armamentista, se lanzan a la cruenta aventura de dominar a sus vecinos y lejanos países, sin importarles el daño tan enorme que causan a la víctima elegida para saciar su constante voracidad y al resto de los que se ven afectados. Y todo por experimentar una nueva arma surgida de un cerebro mal utilizado o acumular las riquezas de ese buscado enemigo para aumentar las propias. Todos nos hallamos involucrados o como se dice vulgarmente, “hundidos hasta el cuello”, en esa espiral de violencia, destrucción y muerte que sacude a los cinco continentes en mayor o menor escala, pero de forma continua. Vivimos con la amenaza constante de que estalle la “Santa Bárbara” del buque donde navegamos por aguas tan procelosas los distintos países que forman este bonito y dañado “Planeta Azul”. África sufre sin cesar este mal endémico a lo largo de su vieja historia. En un principio, a causa de la ambiciosa “colonización” europea que la consideró un proveedor barato y fácil de mercancías humanas y riquezas naturales. Posteriormente la llegada de las independencias trajo consigo nuevas tácticas, no colonizadoras, sino más radicales y sangrientas. Los nuevos protagonistas de este revuelto e inhumano periodo fueron reyezuelos, caciques y colaboradores militares de las antiguas potencias, que implantaron su despótica autoridad a base de guerras y exterminios de sus propios hermanos en auténticas masacres. Sufrieron un nuevo y duro sometimiento y un enorme desengaño al ver que la salida del “amo blanco” no les proporcionaba la ansiada y desconocida libertad y el disfrute en sociedad de las riquezas que el anterior no había podido llegar a explotar. Nuevas guerras sin el menor síntoma de piedad hacia unas indefensas y desamparadas poblaciones, ni detenerse ante mujeres y niños, que continúan en nuestros días eliminando a elevadas cantidades que resultan incomprensibles y aterradoras al tratarse de seres humanos. Sin olvidar la terrible hambruna que se extiende por poblados y ciudades, donde sus famélicos habitantes, auténticos esqueletos andantes, esperan la llegada de la muerte con resignación, casi como una liberación de sufrimientos y carencias. Pero lo más desconcertante es ver a las naciones poderosas que alardean de respetar los derechos humanos y que por circunstancias menos justificadas originan una guerra de grandes proporciones, usando la técnica armamentista más sofisticada, (tradúzcase por la que causa mayores estragos), mostrarse indiferentes, sordas y ciegas al llanto y las miradas de súplica y terror de miles de infelices, víctimas inocentes de crueles y sanguinarios dictadores que protegen su omnímodo poder instaurando un auténtico régimen de terror. ¿Qué país de este legendario y rico Continente se ve libre de esta lacra de odios y barbaridades que alienta y radicaliza una desastrosa y aterradora guerra de exterminio?. Se pueden contar con los dedos de las manos los que se libran, por ahora, de esta trágica realidad. ¿Y qué hacen las grandes potencias, erigidas en árbitros y señores de la política internacional y la misma ONU, para atajar este problema de urgentes y necesaria solución?. Sencillamente, mirar para otro lado. Que se maten entre ellos ya que el problema, al parecer, no les incumbe ni les interesa al no poseer ese país compensación económica que ofrecerle. Los que no tienen un suelo pródigo en bienes codiciados, están condenados, “per omnia secula seculorum”, a ese terrible genocidio ya que nadie osará intervenir para poner fin a ese conflicto que debería ser ominoso para los que debiendo y pudiendo intervenir, lo contemplan indiferentes. Asia, el Continente soñado y deseado por los europeos desde pasados siglos, se presenta como escenario idóneo donde el poderoso puede interpretar a sus anchas sus veleidades bélicas y conseguir los productos necesarios para asegurar su desarrollo y mejorar su economía. Cualquier pretexto es válido para lanzarse a “deshacer entuertos” e instaurar calamidades. El supremo jefe blanco, podrá instalarse cómodamente en el puente de su imponente nave de guerra y recitar, la famosa “Canción del pirata” de Espronceda, aunque algo alterada, “Asia a un lado, al otro Europa”, tengo al mundo controlado, bajo el poder de mi flota. Donde posean petróleo o cualquier riqueza, sin omitir cualquier amenaza que pueda alterar el orden establecido por los grandes del universo, incluidos esos bloques más o menos compactos que intentan imponer sus usos y creencias en todos los rincones del mundo, habrá siempre un conflicto latente y cruento que sufrirán, como es lógico, los más débiles e inocentes. Un obligado y excesivo tributo que deben pagar a la inquietante obsesión de dominio absoluto que poseen los que deberían emplear sus esfuerzos en mejorar el nivel de vida y asegurar la paz en todos los lugares. En la mayoría de los casos, el “remedio” que intenta el grande en su propio beneficio, enmascarado bajo un falso altruismo y solidaridad, se vuelve en su contra y cae en el error de no saber calcular con la debida precisión y a tiempo la capacidad defensiva del enemigo. La guerra se hace interminable y ambos bandos se entregan a una continua sangría de fatales consecuencias, sin que nada pueda detenerla, porque cuando un pueblo se lo propone no existen armas capaces de frenar su respuesta de violencia y destrucción. Los ejemplos los tenemos numerosos y de variados matices en nuestra moderna Historia sin distinciones respecto a ideologías, color de piel, creencias religiosas y escenarios que abarcan los cinco continentes. En éste concretamente podemos citar a Camboya, Vietnam, Afganistán, Corea, las antiguas repúblicas de la desaparecida URRS, Irak, Irán, etc. Sin omitir, por supuesto, el permanente conflicto de Oriente Medio, donde israelíes y palestinos mantienen una guerra continúa, alentada por un mutuo rencor que la hace tremendamente dura, convulsionando a los países de su entorno y a las grandes potencias que se sienten motivadas en este conflicto hacia uno u otro bando y que vistas las imprevistas y atolondradas decisiones de algunos de nuestros dirigentes internacionales, pueden dar ocasión a un nuevo enfrentamiento de carácter universal. Esta vez con el inquietante agravante de que ahora muchos países cuentan con arsenales de armas nucleares, de las que carecían en las anteriores y generalizadas contiendas. No se salva tampoco Europa de este clima enrarecido por odios y motivos de muy diferentes circunstancias. Las llamas de la intolerancia, el rencor y el afán de sometimiento al que es más débil, son constantes en nuestros días y origen de aterradoras imágenes que empañan nuestras retinas y dañan nuestros más sinceros sentimientos. No sólo fueron las dos guerras mundiales, las que cambiaron nuestras fronteras y maneras de pensar y vivir, incluido ese incalificable holocausto de la masacre hitleriana, seguimos siendo testigos de hechos y acontecimientos que parecen salidos de las descontroladas mentes de auténticos asesinos sicópatas. La antigua Yugoslavia de Tito escindida tras su muerte, es continuo ejemplo de violencia por causas étnicas y religiosas, sin que por ahora se pueda saber cuando llegará el ansiado momento de la paz, la reconstrucción y la normalización de la vida ciudadana. Sus hombres endurecidos por el odio hacia el vecino, con el que han estado obligados a compartir fronteras, bandera y diferencia de credos, ya no se encuentran reprimidos por la personalidad y el régimen dictatorial del desaparecido dirigente. A su muerte, nada ha impedido que las diversas nacionalidades unidas a la fuerza, se enzarzaran en una despiadada lucha, sin treguas ni excepciones a edades y sexos, con el fin de eliminar, en el más estricto sentido de esta palabra, a todos los que no consideran parte integrante de su ya delimitado país e identificados con su mundo y sus ideas. La gran Serbia quiso imponer su supremacía sobre el resto de sus antiguos “hermanos” y con inusitada crueldad se lanzó a una matanza incontenible y sin contemplaciones por conseguirlo, sin importarle los métodos empleados. Los restantes países de esta zona marcada por la tragedia y el rencor, tampoco quedaron ajenos a esta ola de vandalismo y se dedicaron con inusitado sadismo y exagerada atrocidad a matanzas indiscriminadas a diestro y a siniestro bajo injustificados pretextos de diferencias étnicas y religiosas. Sus mentalidades habituadas a estos crímenes y atrocidades están protagonizando los juicios del famoso Tribunal Internacional de Justicia de la ONU y las amargas experiencias que sufrimos en nuestras calles, ciudades y domicilios, desde que por su pertenencia a la Comunidad Europea, hemos de ofrecerles obligada residencia y soportar sus despiadados métodos y sádicas formas de entender la vida. En América, aparte de los tifones, terremotos y otros desastres originados por la madre naturaleza en el hemisferio sur, con la consiguiente y deplorable consecuencia de las numerosas víctimas causadas, el hombre aumenta esta calamidad con sus constantes guerras civiles, golpes de estados sangrientos y dictatoriales y el dominante caciquismo que padece la gran mayoría de sus pueblos, donde un escaso número de familias vive con un lujo excesivo, mientras un elevado porcentaje intenta sobrevivir en la más completa y deplorable miseria. Esta tremenda desigualdad y abusivo proceder, constituye un poderoso motivo para que el pueblo se encolerice y se formen los famosos “escuadrones de la muerte” o las milicias guerrilleras que dominan las montañas y poblados escondidos y viven del secuestro del político o hacendado, para sufragar sus actividades de sabotajes, guerrillas y emboscadas a las fuerzas gubernamentales y el asesinato de los pueblos sospechosos de ser adictos al gobierno. Se pueden incluir en esta relación a los temidos mercenarios y sicarios que se venden al que los contrate y pague por cometer sus crímenes, sin preocuparse por la identidad y la falta cometida por el candidato elegido para sufrir ese castigo. El hambre y abandono social y gubernamental en que se encuentran estos pueblos y países los lanzan desesperados a las redes de los grandes mercaderes de la droga, el atraco y el pillaje. Dispuestos a la venganza cuando encuentran ocasión de poder exteriorizar su repulsa al abuso de los déspotas y la revancha hacia los más afortunados que viven ajenos a su precaria y angustiosa situación. Gobiernos que caen y cambian de protagonista, aunque no de métodos para enfocar el grave problema en que viven sus ciudadanos. Sin obviar a esos “salvadores demagogos” de la patria que usan el odio del pueblo hacia el sistema que les oprimía, para imponer su dictadura “popular” en beneficio propio, de familiares y amigos, bajo la apariencia de imponer una justicia e igualdad social, que solo queda en su propaganda electoral. Se cambia de dueño, pero no de situación. Y ante éste convulso panorama, la amenazadora sombra de la poderosa águila del norte, planea ojo avizor sobre los riscos del sur, aprovechando que el Cóndor no parece inmutarse ante la invasión de su hábitat, para atrapar con sus afiladas garras todo cuanto se le apetezca y cruce en su vuelo. Todo un entorno, sin excepción, sumido en un estado de demencia generalizada y progresiva que por su radicalización y frecuencia nos hace invulnerables a los reproches de nuestra conciencia y a la más elemental sensibilidad hacia el que sufre por nuestro egoísmo. Es una lucha total e imparable que parece haber contagiado al ser humano en todos los lugares donde la codicia hizo que aparecieran y proliferaran las armas destructivas. Hoy pocos pueblos, pueden gozar de una paz y una vida libre de constantes pesadillas, ya que incluso los que han vivido ocultos a la contaminante y exterminadora civilización, están siendo descubiertos y eliminados impunemente. Pero la guerra continuará mientras el hombre siga viviendo en un mundo de rencores, ávido de sangre y carente de esperanza. Según Bob Marley, el mítico cantante jamaicano de la música “reggae”: “Las guerras seguirán mientras el color de la piel siga siendo más importante que el de los ojos” y George Marshall, secretario de estado del Presidente Trumán, el autor de la masacre de Hiroshima y Nagasaki, al final de la segunda guerra mundial, aclaraba “ El único medio de vencer en una guerra es evitarla”. Termino con una bonita y esperanzadora frase de la Beata Madre Teresa de Calcuta”. A veces sentimos que lo que hacemos es tan sólo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota”. Con este propósito he escrito este artículo de advertencia, confiando que algún día todos podamos formar parte de una sólida y entrañable fraternidad (sin mandiles, ni compases), donde seamos tratados de idéntica manera y en igualdad de condiciones. Un ideal, al parecer, imposible de realizar. ¡Qué pena!.

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