viernes, marzo 23, 2007

Carmen Planchuelo, El lai de mi sombra

viernes 23 de marzo de 2007
El lai de mi sombra
Carmen Planchuelo
M e daba pena mi sombra. Desde que el sol se había ocultado, apenas si la veía. La sentía cerca de mí, sobre mí, pegadita a mí como un perro chico. Pero tan sólo, alguna que otra vez, me seguía cual alma en pena, tan liviana, tan a punto de disolverse. Me daba pena mi sombra, así que me armé de valor y le dije: -Mira sombra querida, estoy apenada por ti, desde hace días y días sé que sufres, que tratas de cumplir tu función pero que la falta de sol no te lo permite. Siento que estas húmeda, triste y que luchas por ser la de siempre pero que el esfuerzo parece inútil. Mi sombra me susurró muy quedamente, con un hilo de voz, lo siguiente: -Sí, estoy triste, creo que si el sol sigue oculto me voy a morir, aunque claro, las sombras no se mueren, sólo lo hacen cuando el ser al que acompañan lo hace, pero yo creo que me estoy muriendo, que cada día me siento mas débil, que no sé que va a ser de mi y que me aterra mi futuro ¿tú sabes que pasa con las sombras que dejan de serlo?. Me quedé pensativa ante semejante pregunta y ante la desolación de mi sombra. La podía recordar tan feliz siguiéndome, no hace mucho tiempo, por los bosques de robles, hayas y brezos, retozando entre troncos, ramas y mezclándose, juguetona ella, con sus hermanas: las sombras de los altos árboles, de las misteriosas rocas. Se disfrazaba de formas extrañas y se reía poderosamente si yo me sorprendía o asustaba ante su rara apariencia. En verano disfrutaba cuando me acercaba al agua y en ella se veía reflejada, esbelta y cimbreante, mecida por las ondas. En la blanca nieve reposaba y se quedaba quieta al mimo del sol. Ahora mi sombra, por algún arcano que a mi se me escapaba, languidecía. A veces un rayito de sol se abría paso entre las nubes compactas, densas y negras, entonces la sombra cobraba algo de vida y se apartaba de mi, ansiosa por recobrar su ser de sombra. Así permanecía extendida a mi vera hasta que de nuevo, las nubes se enseñoreaban del cielo. Mi sombra se volvía a pegar a mi piel y con su triste abrazo me pedía ayuda, una respuesta a su lamento “¿tú sabes qué pasa con las sombras que dejan de serlo?” Una idea empezó a gestarse en mi cabeza: mi pobre sombra necesitaba un cambio, irse lejos, a otro lugar lleno de luz y de sol, tenia que unirse a otro cuerpo pero –pensé- ¿puede uno desprenderse de su sombra?, ¿y dónde enviarla?, ¿a quién dársela?, no sé, volví a pensar – es cómo si regalara mi alma ¿se regalan las almas?. Vender, creo que sí, que muchas están en venta pero ¿regalarlas? - Mira sombra, -le dije- creo que ya sé que podemos hacer para que no te disuelvas en la nada. Me temo que tienes que irte, separarte de mi y vivir con otro cuerpo en lugar luminoso, donde de nuevo seas tú. Mi sombra se apretó mas a mí y muy bajito me dijo que no sabia de ninguna otra que hubiera abandonada al cuerpo con el que nació, que no conocía caso similar y que además me quería tanto que no podría vivir separada de mi. Confieso que me emocionó oír esta declaración de amor de mi sombra pero... la idea había cuajado en mí. -Pues verás, sombra mía, creo que no hay muchos caminos para elegir... parece que estas condenada a desaparecer si no buscamos rápida solución y esta se encuentra lejos de aquí. No temas ¿crees que le causaría mal a mi sombra?. Déjame pensar pues creo que sé dónde recobrarás tu ser y con quien. Le hice este comentario para tranquilizarla pues no sabía yo a ciencia cierta donde mandarla y menos con quién. Quedarse sin sombra, dejarla volar y entregarla a otro, no es tarea baladí. ¿Qué haría yo sin ella?, tanto tiempo juntas, compartiéndolo todo, como con nadie, desde el mismo instante en que llegué al mundo. No recuerdo ni un solo momento en el que ella no haya sido la primera en saber mis cuitas, siempre fiel, adelantándose a mi unas veces como para prevenirme de posibles peligros, paralela otras cual fiel amiga, detrás de mi guardándome las espaldas... siempre mi sombra y yo inseparables. Volviendo la vista atrás, muchos años atrás, recuerdo que durante mi infancia la asocie al Ángel de la Guarda, sin alas blancas, ni sonrisa protectora, sin cabellos rubios y lánguida túnica (que así se representaba al Ángel en mis devotos libros escolares) pero para mi era mi Ángel, sólo que distinto y sobre todo mucho mas presente y trabajador que los de los demás niños, ni comparar... Mi sombra dulcemente – y resignada-dijo que sí, que bueno, que confiaba en mí. El “donde” no me resultó difícil de imaginar, tenía que ser un lugar de sol casi permanente, luz intensa; mi sombra requería un tratamiento de choque, durante un tiempo necesitaba absorber toda la energía del sol para recuperar las fuerzas y de nuevo, un día, pletórica de ellas y con su ser recobrado, volver a mi. El sur, alguna isla ... Y entonces –dulce amigo- pensé en ti, en tu tierra de sol y de luz, en las largas playas de arena dorada en las que mi sombra (junto a la tuya) se recostaría alargada y feliz. Me la imaginé reflejada en el agua del mar, corriendo contigo por la playa al atardecer, y aletargada y mimosa durante los días de calor, haciéndote compañía en tus eternas horas de trabajo. Sí, eso pensé: “A ella le regalaré el cuerpo deseado y a él mi sombra para que tenga una parte de mi y durante algún tiempo estemos unidos por algo tan fiel como la sombra, que se mezclen ellas, ya que no lo pueden hacer nuestros cuerpos”. Poco a poco le fui narrando a mi sombra el plan que para ella había concebido. Le conté como era la isla, sus playas de dunas, barrancos y roques; las zonas solitarias y las animadas de feliz gentío. Le quite preocupaciones de encima, su temor a ser rechazada “¿y si la otra sombra se oponía a compartir cuerpo con ella?, ¿y si la consideraban una intrusa?, ¿y si....? ¡pero que desgraciada soy!, ¡si esto no le pasa a nadie!, ¿por qué a mi?”.Gemía y gemía. A las sombras no se las puede mecer, ni achuchar ni besar ni acariciar en sus momentos de angustia así que lo único que me quedaba era describirle como eres tú y alejar de ella todos sus temores. - Veras sombra, te voy a contar a quien vas destinada, cómo es, que hace. Lo único que deseo es que una vez repuesta, no estés tan sumamente enamorada de él que no quieres volver conmigo... temo que te cautive y que te hechice cómo a toda criatura sensible, que cuando te acostumbres a su tacto, a su olor y a su aura misteriosa, no tengas las mínimas ganas de regresar a mi lado, a este frío norte. -¿Tan maravilloso es?, me pregunto picada por la curiosidad. -Pues sí,- le dije convencida- es dulce, romántico, misterioso y algo extraño. Tiene un punto turbio que le hace tremendamente tentador. Le gusta la noche y la oscuridad, por ella vuela y se transforma en una especie de ¿vampiro?, sí pero, no temas, es un vampiro que al morder, te inyecta amor y emoción, y tú serás parte él. La sombra suspiró entre emocionada y excitada y yo seguí diciéndole cómo eres o cómo te siento yo. Confieso que me puse a fabular y olvidé las fronteras entre sueño y realidad, verdad y ficción, que la fantasía me envolvió y mi mente se dejo llevar. -De su corazón nacen pasiones que con gracia y habilidad se deslizan por sus dedos en forma de letras rojas que luego me regala a mi. Es todo un poeta. Además, querida mía, es guapo, guapo, guapo y creo que te vas a sentir muy feliz de escoltar a semejante”ejemplar”. Serás la envidia de todas las demás sombras. Me quedé en silencio ensimismada en mis propios pensamientos, en las imágenes que había ido elaborando a lo largo del tiempo y en la catarata de sentimientos y sensaciones que él guapo isleño había sembrado en mi. Afortunada sombra -pensé- que se va a dar el gusto y el placer de vivir pegada a su piel, sintiendo su palpitar. Por un momento deseé ser ella y cambiarle el puesto pero hasta la fecha no se conoce prodigio semejante, bastante milagroso era separar a una sombra de su cuerpo pero... las magas y las hadas (que sí que existen) casi todo lo pueden y mas las enamoradas. Llegado el momento le dije a mi sombra que ya era hora de partir, que creyera en mi y que disfrutara de ti. Que te cuidara y protegiera de todo lo malo, especialmente de los duendes celosos. Ella me abrazó, cómo tan sólo las sombras saben hacerlo y me dio las gracias por permitirle revivir, aunque eso nos costara la separación. Me prometió que te cuidaría al igual que siempre había hecho conmigo y que una vez fuerte y recompuesta, volvería a mi para no separarnos ya nunca jamás y ... la dejé partir. La sentí desprenderse y me quede sin ella. Mi sombra ahora te acompaña, vive con la tuya y es parte de ti, no sé si te has dado cuenta de que algo ajeno, pero placentero, te rodea, no sé si en la oscuridad de tus noches sientes un suave ronroneo como de gata mimosa que se pega a ti, es mi sombra te arrulla, no sé si has percibido que algo te sigue y que tu propia sombra, al reflejarse en el agua, tiene un aspecto diferente. Si no lo has notado, vampiro de mis noches, sólo tienes que acercarte al pozo mas cercano, asomarte a su brocal y pacientemente observar tu imagen en el agua oscura, si estás atento verás cómo una imagen no del todo desconocida para ti, se superpone a la tuya y te sonríe desde el fondo del agua pero este prodigio sólo lo veras si te dejas querer por mi sombra.... Y aquí termina este humilde lai, que nació después de leer el incomparable Lai de l’ombre de Jean Renart, al que pido perdón por tratar de seguir sus pasos. Con él me sumergí en la sociedad cortés, no siempre pacífica pero sí curiosa y cuajada de prodigios, de la Baja Edad Media con sus damas exigentes, sus caballeros audaces, esforzados y enamorados, donde fantasía y realidad quedan disueltas y entremezcladas como la ondas que produce un anillo mágico al caer en las aguas dormidas entre la floresta.

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