martes 27 de marzo de 2007
CRÓNICAS COSMOPOLITAS
Cincuenta años
Por Carlos Semprún Maura
Son bastantes años para jubilarse, si se ha comenzado a trabajar a los 25, y para qué contar si uno lleva dándole al callo desde los 15 o los 20. Es, en todo caso, el aniversario del Tratado de Roma, y también debería jubilarse.
Ese tratado estableció, con buenismo y buena fe infinitos, un aquelarre; sencillamente, por no ver las cosas como son, sino como quisieron que fueran sus componedores. ¿Quién podría, frente a los nacionalismos arancelarios y los siglos de guerras, y pese a una desgarrada historia común, oponerse a esas ilusiones de reconciliación y paz europeas, y de unión para el fomento del desarrollo económico, en un sentido más liberal que autárquico y estatal, más abierto que atrincherado, más pacífico que imperialista? Precioso, ¿no? Salvo que estos soñadores se olvidaron de una realidad que, guste o no guste, se llama nación.
Las naciones se han ido formando lentamente, durante siglos, con mucha sangre y muchas guerras; con periodos de explosión cultural y de bonanza económica; de decadencia, hambre, epidemias y otros desastres. Guste o no, esas construcciones históricas fundamentales se llaman España, Alemania, Francia, Holanda, Reino Unido, etcétera; se llaman "naciones".
Esta palabra conlleva infinidad de cosas, una lengua, una historia, una civilización, que, sin ser perfectas ni, tal vez, eternas, se niegan en todo caso a desaparecer por decisión de una burocracia política que pretende imponer un súper Estado europeo y reaccionario, ya que va en contra de la voluntad de los ciudadanos.
También está, y es tan o más importante que el buenismo de algunos precursores de la UE, la voluntad de ciertos países que fueron imperios coloniales de hacer de su Europa un nuevo imperio, la primera potencia mundial, que impondría sus intereses al mundo entero, empezando por los USA.
Está visto que no sólo era una ilusión, sino una concepción carca de las relaciones internacionales, que exigirían una alianza de todas las democracias del mundo contra los tiranos y el terrorismo islámico; y también contra el hambre, mediante el desarrollo del capitalismo. Nuestra izquierda europeísta es la más carca del mundo, porque ayuda, protege, alienta todos los fanatismos, con tal de que sean antiyanquis.
Cuando hablaba de la lenta y difícil creación de las naciones me refería también, evidentemente, a la lucha por la unidad de esas naciones, imponiéndose a los reinos de taifas, las baronías, los conservadurismos feudales. Para que las cosas estén claras: las provincias vascongadas no han constituido ni constituyen una nación, pero la UE, para destruir a las verdaderas naciones, que pueden ser obstáculos para sus sueños imperiales, favorece a veces, no siempre, la idea medieval de la Europa de las regiones, un aquelarre absoluto. Aunque no tan criminalmente como ETA en España, varios delirios de esa índole se toman en cuenta en las instituciones europeas.
Pero vayamos al grano: lo único que la UE ha logrado es el Mercado Común, no sin contradicciones y abusos, pero ahí están los hechos: destruir las fronteras, crear una amplia zona de libre mercado, abrirse al mundo, todo eso ha sido económicamente positivo, pese a la acción tantas veces burocrática de la Comisión de Bruselas, que procede por "ordeno y mando" y exige reducir la producción de aceite de oliva, arrancar viñedos, sembrar esto un día y lo otro al día siguiente, etcétera, sin el menor criterio, al tiempo que subvenciona faraónicamente a ciertos agricultores, que no utilizan dichas subvenciones para modernizar la agricultura, sino para lanzarse a jugosas especulaciones inmobiliarias. La misma incoherencia burocrática se manifiesta en cuestiones industriales y comerciales, y en las tan conflictivas normas sobre servicios.
Bueno, pues, pese a todo, el Mercado Común ha constituido un progreso. Lo que nunca ha funcionado, ni podía funcionar, es la Europa política, diplomática (salvo para ayudar a los terroristas de la OLP, de Hamás, del Hezbolá, etc.); y no hablemos de la "Europa de la Defensa", además sin ejércitos. No se construyen las casas empezando por el tejado.
Los partidarios de la Europa-potencia (antiyanqui) consideraron que, debido a la crisis provocada por el segundo acto de la guerra de Irak, había llegado el momento de acelerar las cosas e imponer de manera autoritaria y vertical un súper Estado europeo, con su presidente, su Constitución, su ejército y sus bailarinas orientales. Y fracasaron estrepitosamente en su proyecto, porque se enfrentaron a sus pueblos, aferrados a sus naciones, a sus patrias, y a las ambiciones opuestas de los grandes países, favorables a esa Europa-potencia pero a condición de que fueran ellos quienes administraran la cosa.
De forma extravagante, De Gaulle se opuso a que el Reino Unido formara parte de la UE (olvidándose de que sin Londres y Churchill jamás hubiera sido lo que fue durante la II Guerra Mundial); Thatcher desconfiaba abiertamente de la Europa continental, y sobre todo de Alemania; Mitterrand, en plena "guerra civil" europea, ayudó descaradamente a los serbios de Milosevic; Chirac insultó groseramente a los países europeos que se negaron a participar en su cruzada antiyanqui y pro Sadam Husein hace cuatro años. Y así sucesivamente. La UE se mostró incapaz de hacer nada en Bosnia y Kosovo; y fueron, una vez más, los USA quienes tuvieron que intervenir. Y luego se les insultó.
Se siguen produciendo conflictos de esta índole. Así, la decisión de tres países de la UE, Polonia, la República Checa y el Reino Unido (que siempre ha tenido una política europea más inteligente y más independiente), de aceptar la instalación de misiles defensivos norteamericanos en sus respectivos territorios ha abierto una nueva crisis. Los USA no tienen derecho a hacer eso sin negociaciones previas con la UE, es la protesta unánime de la socialburocracia europea y de otras fuerzas políticas.
El argumento tendría cierto peso si existiera una Europa política, pero, gracias a Dios, no existe: si no, países como Francia, España e Italia impondrían su veto a los USA, y estaríamos más desarmados frente a los peligros que nos acechan.
El hombre no vive sólo de pan, estoy de acuerdo, pero "el pan" es importante, y, para abordar uno de los aspectos de nuestra vida cotidiana, deberíamos reflexionar sobre el hecho de que actualmente pagamos los gastos de tres administraciones: la estatal, la regional y la europea. Y si todas conllevan abusos e injusticias, las europeas conllevan un gigantesco despilfarro que de nada sirve, salvo para pagar a Pepín Vidal y demás compinches de la burocracia europea y para ayudar a los terroristas y a tiranos como Castro.
Los imperios, desde el romano al austro-húngaro, fueron creados militarmente. La UE, cuyo proyecto fundador fue impedir las guerras, ha tenido que emplear otros métodos, pero con los mismos objetivos: el imperio, o si prefiere la superpotencia. Y claro, ha fracasado, y ni siquiera ha evitado las guerras. Por lo tanto, borrón y cuenta nueva. No soy tan necio como para proponer yo solito nuevas instituciones europeas, o una nueva Constitución; me limitaré a sentar un principio: Europa existe, pero el mundo también, y la globalización supera el Mercado Común.
Una Europa democrática y liberal, una Europa de naciones soberanas y solidarias aliada a todos los países democráticos del mundo, los USA, claro, pero también la India, Australia, Japón, etcétera, tendría un porvenir no sólo más digno que el que le deparan sus actuales sueños imperiales, con su "quiero y no puedo", sino infinitamente más eficaz. Porque esta Europa sola se está convirtiendo en uno de los culos del mundo, y sólo con la ayuda del mundo podría ser otra cosa.
martes, marzo 27, 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario