martes, marzo 20, 2007

Carlos Luis Rodriguez, Vuelve Viturro

martes 20 de marzo de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Vuelve Viturro
Viturro, Manuel Viturro Posse, era el cacique principal de Rianxo en tiempos de Castelao. Por ello tuvo el honor de servirle al galleguista de prototipo. El tal Viturro personificaba el sistema de control político imperante en la Galicia de entonces. Como otros muchos colegas, prometía favores, anunciaba obras y compraba votos. El partido destinatario de la adquisición era lo de menos porque la ideología sólo adornaba las maquinarias del poder.
Viturro vuelve. No lo busquen en Rianxo, sino en cualquier capital iberoamericana. Buenos Aires, Montevideo, Caracas o Sao Paulo son lugares de peregrinación de una muchedumbre de políticos que embarcan en España siendo dirigentes europeos del siglo XXI, y bajan la escalerilla transformados en caciques a la antigua usanza.
Recorren miles de kilómetros hacia el oeste, y cientos de años hacia el pasado. Viajan por el túnel del tiempo para ofrecerles a los gallegos de allá esa Galicia de Viturros que dejaron sus bisabuelos. Los más veteranos de la diáspora podrán reconocer, bajo el aspecto moderno de los políticos que los visitan, el estilo inequívoco del cacique. Ofrecen lo mismo, piden lo mismo, recurren a muñidores que hacen lo mismo.
Y son intercambiables. En tiempos de la Restauración, no era posible distinguir al liberal del conservador. Por cierto, que el denostado Manuel Viturro militaba en el liberalismo, lo cual lo situaba en la izquierda de su época. Pero por encima de todo, sus métodos unificaban a unos y otros; hacían que el paisano los confundiera, y viera en ellos la misma plaga maligna.
El sistema se reproduce hoy en la América galaica. Entre el recolector de votos progresista y el derechista no hay diferencias apreciables. Como profesional que es, no busca convencer al votante, sino comprometer su papeleta lo antes posible, una vez que la siembra de promesas, ayudas, subvenciones y demás ha fructificado.
A los gallegos ausentes se les da de todo, menos dignidad política. Ninguno de los políticos que va allá a practicar el caciquismo más tradicional se atrevería a aplicar en casa esa metodología. La compra de voto en la lonja se reserva para unos compatriotas a los que, según la propaganda oficial, se quiere convertir en ciudadanos de primera, partícipes plenos en la democracia autonómica tanto tiempo anhelada.
Así pues, no sólo hay dos clases de gallegos en cuanto a su nivel de vida, sino también en relación con la calidad democrática. Se reservan para los de fuera las trapacerías que, con alguna excepción, se han ido archivando en la política de la metrópoli. Castelao tendría allá materia prima suficiente para sus alegatos anticaciquiles porque Viturro emigró y se reprodujo.
El caso es que la política gallega está metida en un círculo vicioso en lo que a la emigración se refiere. Lo que empezó siendo solidaridad, apoyo, un deseo encomiable de pagar la deuda contraída con la diáspora, se está transformando en un problema que engorda cada elección que pasa. A día de hoy, tenemos un porcentaje notable de electores, decisivo en algunos municipios, cuyo voto carece de las garantías exigibles en cualquier país democrático.
La demografía y la extensión de derechos harán que ese porcentaje vaya en aumento, hasta llegar a un punto en que los nuevos Viturros sean dueños y señores del destino político de Galicia. ¿Pero quién rompe ese círculo? Nadie lo hará. Todos saben que antes o después el juego les será propicio. Lo mismo pasaba con el caciquismo.

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