viernes, marzo 02, 2007

Carlos Luis Rodriguez, Ni barco ni honra

CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Ni barcos ni honra
Los pedagogos infantiles no se ponen de acuerdo en cuál es el mejor método para que el niño deje de dar la lata pidiendo cosas. Unos aseguran que lo óptimo es desengañarlo desde el principio con un no rotundo, sin paliativos, ya que el enfado será explosivo pero corto. Otros apuestan por cansar al pedichón con promesas vagas que amortigüen la perrencha del cativo.
El presidente Touriño parece haber optado por la segunda fórmula en el asunto Navantia. En vez de decirles que no a sus socios más pequeños, deja que se entretengan con el plan privatizador, hasta que la cruda realidad de los grandes poderes que dominan España y Europa, les haga darse cuenta de que los sueños, sueños son.
Algunos pensarán que esta teoría no es creíble, y tal vez no lo sea, pero habrá que admitir en todo caso que su credibilidad es muy superior a la justificación que don Emilio nos propinó el jueves al término del Consello. En resumen, se distanció como presidente del rechazo socialista al plan del astillero Barreras, rechazo defendido con ardor desde la tribuna del Congreso por un diputado ferrolano del PSdeG.
Dado que, además de ser presidente, Touriño es socialista, gallego y profesor, no estaría mal aclarar qué otras facetas de su personalidad apoyan el proyecto privatizador, para obtener finalmente un resultado que nos saque del empate. Conocida la valía del regidor, resultaría interesante poder asistir al debate entre el Touriño experto en la estructura económica del país, y el que está sometido a una disciplina de partido no siempre cómoda.
Insistió el presidente en achacar parte del fracaso estatutario a la supeditación de Feijóo a los límites impuestos en la sede central del PP. El diagnóstico era correcto. Los populares tenían en el asunto una serie de tabúes que no se podían transgredir, y que finalmente obligaron a considerar subversiva la letra de Eduardo Pondal.
Nos encontramos ahora con otro tabú, no nacional sino industrial, ante el que los socialistas gallegos, presidente incluido, han tenido que ceder. Basta con releer en su blog la intervención del parlamentario ferrolano, para darse cuenta de que el rechazo no era testimonial. Es feroz. Tanto, que si fuera auténtico ese desmarque del premier galaico, no tendría más remedio que sancionar al señor Carro, pedirle que explicara en Ferrol su postura, o reclamarle la presentación de otra iniciativa en el Congreso defendiendo el plan que, por lo visto, el Touriño presidencial sigue apoyando.
Mientras eso no suceda, habrá que volver a la pedagogía infantil y coger prestada su teoría para explicar lo que está pasando con Navantia. Donde parte del Gobierno gallego ve un plan factible, la otra ve sólo un juguete de barcos con el que sus hermanos pequeños se divertirán una temporada.
El presidente los deja en la galescola política para que tutores severos como la Sepi, Madrid o Bruselas los vayan curtiendo. Lo malo es que también él ha de someterse a tutorías que, en este caso, habían vetados desde el principio cualquier alteración del statu quo en la construcción naval, que supusiera la resurrección del Lázaro enterrado siglos ha en el astillero de Fene.
¿Por qué no se admitió desde el principio? ¿Por qué no se planteó en familia, antes de que el diputado Xavier Carro dejara en evidencia la hipocresía? Nos hubiéramos ahorrado la imagen de un conselleiro solo por la capital de las Europas, y un presidente con personalidades distintas, entre las que algunas veces hay empate.

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