jueves 8 de febrero de 2007
La dolorosa solidaridad con el régimen cubano
POR OSWALDO PAYÁ
CADA vez que personalidades políticas, intelectuales, artistas o religiosos visitan una parte de Cuba y esa visita se limita sólo a la parte oficial -con un programa organizado por el Gobierno, sin tomar contacto libre con la gran parte de Cuba que somos el pueblo-, están solidarizándose con el régimen de exclusión que existe en nuestro país.
En estas visitas, que por ser frecuentes no dejan de ser injustas, son recurrentes las expresiones de apoyo a este ordenamiento sin derechos y las omisiones de la realidad opresiva que hacen conscientemente, y quién sabe por qué motivaciones o intereses.
Pero es precisamente cuando los visitantes vienen de España -como en el caso de la visita de la vicepresidenta del Parlamento gallego, Tareixa Paz, y Olaia Fernández, integrante del Bloque Nacionalista Gallego y diputada- cuando el dolor es mucho más agudo. De los españoles, y todavía más de los gallegos, los cubanos esperan al menos respeto e imparcialidad, porque sabemos que conocen nuestra realidad y, por razones que no hay que explicar, la entienden muy bien.
Esta visita me toca además muy directamente por el humilde, antiguo y legendario barrio donde tiene lugar. Como ciudadano del Cerro, en el mismo corazón de La Habana, conozco que fueron rebautizados con el nombre de Plaza de Galicia los parques que rodean a mi parroquia, la parroquia del Salvador del Mundo, de cuya comunidad soy parte desde que nací. Los antiguos parques del Peñón o del Salvador del Mundo fueron rotulados para agasajar así al señor Manuel Fraga, cuando hace un lustro visitó nuestra isla y también nuestros parques de Peñón y nuestra parroquia rodeado de agentes de Seguridad, que vigilaban a los miembros del Movimiento Cristiano Liberación para que no pudieran estrechar la mano del ilustre visitante.
Subiendo por esa misma calle, la calle Peñón, caminando unos 700 metros, los nuevos visitantes podrían haber llegado a mi casa y a nuestro otro parque: el parque Manila, en cuyos alrededores vivo y ha vivido mi familia hace casi un siglo. Ellas, las diputadas gallegas y todo el que venga con respeto y con el valor de hacerlo, están invitados. Así conocerán la verdadera Cuba. Quien quiera conocer lo que viven y sienten todos los cubanos y toda la verdad, no deben enmarcarse en la parcialidad oficial. Los que se contentan y divulgan sólo una parte de la verdad, si es que así fuera, en realidad están apoyando una gran mentira.
Pero sigamos con el parque Manila. Ahí, a unos escasos metros del lugar que visitaron las representantes españolas, podrían haber leído los letreros que desgraciadamente hubieran podido encontrarse en cualquier ambiente fascista o comunista, da igual. Fueron rotulados por los cuerpos represivos y sus agentes: «En una plaza sitiada la disidencia es traición». También «socialismo o muerte».
Si hubieran andado a mi casa, también hubieran podido contemplar un gran cuadro colocado frente con una imagen burlesca del presidente George Bush, tratando de vincular a la disidencia con Estados Unidos, y tratar así de confundir al público. No se atreven a poner en conocimiento del pueblo ni el Proyecto Varela, ni el Programa Todos Cubanos. Saben bien que no los hizo el presidente Bush, sino cubanos, en Cuba, y que son un camino de reconciliación y cambios pacíficos para que los cubanos alcancen el respeto pleno a todos sus derechos.
Ellos quieren seguir en el poder, pero las diputadas visitantes, por ser representantes del pueblo español, podrían interesarse por la petición ciudadana de Referendo del Proyecto Varela. Lo presentamos en la Constitución y con las correspondientes firmas ciudadanas. A unos metros, en la Asamblea Municipal del Cerro y en decenas de municipios y en la Asamblea Nacional del Poder Popular. Podrían haber preguntado sobre los derechos que demanda el Proyecto Varela, y por qué si la Constitución lo enuncia, ni las leyes ni el Gobierno permiten a los cubanos disfrutar de la libertad de expresión y asociación, del derecho a tener empresas, como los gallegos y españoles, -que sí pueden tener empresas en Cuba-, ni elegir a sus diputados democráticamente.
Las diputadas gallegas también podrían haber preguntado por qué están presos, cumpliendo altísimas condenas en condiciones inhumanas, muchos ciudadanos pacíficos sólo por defender esos derechos. ¿Acaso quieren ustedes este régimen sin derechos para Galicia o para toda España?
Nosotros no tenemos odio contra las personas del Gobierno, ni contra nadie. Ni odio de clase, ni odio de ninguna clase. Por el contrario, creemos que todos los cubanos somos hermanos. No puedo creer entonces que ustedes, diputadas democráticas, cuando dicen que hay que apoyar a Cuba, se limiten a apoyar al Gobierno. No quisiera creer que sus palabras se identifiquen con el prejuicio racista y colonialista de que para nosotros los «cubanitos, latinitos» es suficiente con tener la educación y salud gratuitas -deficientes y que en definitiva el propio pueblo paga con su trabajo-, y que los derechos civiles son propios de europeos y blancos. Para respetar estos derechos, la mayoría de los cubanos son pobres, y existen cientos de miles de cubanos que peregrinan por el mundo, como les ocurrió a muchos españoles, sin poder regresar a su terruño.
A Cuba no le hace ningún bien la parcialidad y que algunos tomen partido desde ideologías o intereses con una parte. Lo que Cuba necesita es la contribución al diálogo entre cubanos, sin exclusiones, la reconciliación y el apoyo a la consulta democrática para que los cubanos, nosotros mismos, definamos nuestro presente y futuro.
Invito a la reflexión a las respetables diputadas gallegas, a todos los gallegos, a todos los españoles, en definitiva familia, y a todos los que amen al pueblo cubano, recordándoles que nosotros también somos humanos completos, y como tales tenemos derecho a todos los derechos
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