Guía para no perderse en el laberinto del 11-M
Luis Miguez Macho
1 de marzo de 2007. Como era previsible, el comienzo de la vista oral del proceso por los atentados de Madrid del 11 de marzo del 2004 sólo está sirviendo para enredar hasta límites inenarrables lo que ya era un suceso oscuro y complejo. Cualquiera que conozca mínimamente la manera en que funcionan los procesos penales no podía hacerse ilusiones al respecto: si la fase de instrucción, es decir, la investigación judicial del delito, fue controvertida, la vista oral difícilmente va a clarificar nada.No es cierto eso de que "al final, todo se sabe". La historia demuestra una y otra vez que hay crímenes que no se resuelven y acontecimientos de los que nunca se logra conocer toda la verdad. ¿Cómo no acordarse, por ejemplo, del magnicidio del general Prim, que dio lugar a un proceso de 18.000 folios sin que se llegase a determinar quién ordenó aquel crimen que cambió la historia de España? Más de un siglo después, el gran abogado Antonio Pedrol Rius revisó el proceso y escribió un librito, Los asesinos del general Prim, en el que creyó llegar a dilucidar sin lugar a dudas que uno de los sospechosos tradicionales, Antonio María de Orleans, duque de Montpensier y pretendiente a la corona de España, se hallaba detrás de los hechos.Pero no hace falta irse tan lejos. Más reciente tenemos el golpe de estado del 23 de febrero de 1981. Todos los aniversarios del mismo, las cadenas televisivas nos atormentan con documentales que prometen desvelar "toda la verdad" sobre el pronunciamiento, y lo cierto es que 25 años después el único avance que se ha producido es la admisión generalizada de que en él confluyó más de una conspiración distinta. Cerca de donde estoy escribiendo hay un anciano dedicado al cuidado de sus camelios en un viejo pazo que aún podría contarnos alguna cosa más. Pero no lo hará.De todas formas, a mí a lo que más se asemeja nuestro 11-M es al asesinato del presidente Kennedy, otro de esos misterios sin resolver. En un caso como en el otro se ha discutido si hubo o no una "conspiración" para cometer el crimen, cuando es algo obvio: no se puede matar a un presidente o volar cuatro trenes sin "conspirar" antes. Cosa distinta es saber quién fue el malvado Montpensier de turno.Hay otra curiosa similitud entre los dos casos. Oficialmente, ambos se han cargado a personas muertas de manera violenta poco después de haber cometido, se supone, los hechos. Como los muertos no hablan, descubrir la verdad se vuelve virtualmente imposible. Y a partir de ahí, sólo quedan las especulaciones. Multiplicarlas, aunque sea de buena fe, no sirve más que para aturdir a la opinión pública y hacer que acaben entrando en el mismo saco la hipótesis plausibles y razonables y las absurdas y delirantes. El resultado final es el descrédito de toda investigación y la imposibilidad absoluta de conocer la verdad.En nuestro 11-M yo creo que ya hemos llegado a esa fase. Políticamente esto significa lo que algunos hemos repetido hasta la saciedad: que el PP no puede lanzarse por el despeñadero de centrar su acción política en esto, por más que deba denunciar cualquier indicio de que se manipularon pruebas o se investigó mal por intereses políticos.Una última reflexión a este respecto. En la enloquecida batalla mediática que se libra hacia la derecha, igual que hay unos que se dedican a atiborrar a la opinión pública de datos que probablemente no signifiquen nada y no lleven a ninguna parte, hay otros que sostienen opiniones, a mi juicio, todavía más peligrosas, como, por ejemplo, que un buen derechista no puede dudar de la probidad de un funcionario policial. Eso, señores, es una solemne tontería.
miércoles, febrero 28, 2007
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