jueves 1 de marzo de 2007
Sarkozy pisa muy bien Madrid
VALENTÍ PUIG
NICOLAS Sarkozy ha logrado ir administrando sus impaciencias y su desasosiego político. Es un bulímico de la acción, hasta ahora más identificado con la brega en el callejón de la política que con la «gravitas» que De Gaulle infundió en el rol presidencial para que luego Mitterrand lo falseara y Chirac lo esté malversando. De llegar al Elíseo, puede ser un buen cómplice de España, sobre todo si el centro-derecha regresase a La Moncloa. Por su experiencia como ministro del Interior, Nicolas Sarkozy pisa muy bien Madrid porque entiende lo que es el terrorismo, cuánto es el dolor de las víctimas y hasta qué punto el terror altera el Derecho y sojuzga la vida humana. También respeta los resultados económicos de los gobiernos de Aznar. Que las políticas de inmigración de Zapatero no le complacen no es el único elemento de distancia de Sarkozy con el PSOE actual. Para contraste, es suficiente la imagen de su almuerzo a dos con Tony Blair en Downing Street. El lenguado «meuniére» quizá no fue óptimo, pero entre el primer ministro británico, que pronto se va, y el postgaullista, que puede presidir Francia, se daría la buena química personal que genera las transacciones de peso y duración en la Unión Europea.
La escritora Yasmina Reza, desde octubre, sigue con todo detalle y lo más cerca posible la campaña de Sarkozy con garantías de total acceso, al modo reciclado de aquellos poetas épicos que seguían las campañas militares «in situ» para poner en verso las hazañas de su señor. Para Yasmina Reza -autora, por ejemplo, de la pieza teatral «Arte»- fundamentalmente «Sarko» es un hombre «atiborrado de paradojas». También le considera un hombre de convicciones. Puede apostillarse que a veces se le ve dejado llevar por los impulsos, por un olfato que a menudo consigue traducir al lenguaje populista una intuición de mucho más fuste político. Dice Yasmina Reza que todavía no ha visto a su personaje -al contrario de lo que ocurre con la mayoría de políticos- defender algo en televisión y luego decir todo lo contrario en privado.
Si en ocasiones ha dividido la opinión pública francesa, ahora le corresponde mostrar sus capacidades reales de «rassembleur». Le hace falta, sobre todo al tener en cuenta que al sumar la abstención, el voto en blanco y el nulo, más el voto puramente protestatario, resulta que un 56 por ciento del electorado francés no se identifica con los modos actuales de la democracia. Para eso la fórmula Sarkozy es el populismo veteado de pragmatismo liberal, con la guinda selecta de una fuerza expresiva que nadie le discute. Su destreza mediática le da una holgura envidiable al tiempo que puede llevarle a momentos de arrojo con poca mesura. Dicho en muy pocas palabras: Sarkozy es un político muy listo. Basta ver cómo ha esquivado las trampas que le estuvo poniendo Jacques Chirac, secundado por el primer ministro Dominique De Villepin. Sarkozy fue saltando todos aquéllos obstáculos con la entereza de un pura sangre. La misma soltura es la que suele caracterizar a los grandes aventureros políticos. A diferencia de la política postmoderna, Nicolas Sarkozy ama la política -como pasión- porque eso es vida.
De llegar al Elíseo, su principal cometido será conjugar la voluntad de cambio con un ritmo sereno de reformas. En cada ocasión en la que la derecha francesa intentó alguna política de carácter liberal, falló el ritmo de pedagogía y de aplicación. Hubo entonces giros de 180 grados, procesos erosivos de marcha atrás. Eso llevó a una reubicación en el inmovilismo. Sarkozy se cura en salud: «El hecho de ser liberal no impide pensar que la economía liberal tiene necesidad de regulación, de normas, de límites, como el derecho al trabajo, el salario mínimo, el derecho sindical y las reglas de representación de los asalariados, el derecho de los consumidores, el derecho a la concurrencia, para estar al servicio del hombre y no al revés». Son ultracautelas necesarias en un país que siempre se queja antes del ultraliberalismo que del ultrasocialismo. Más o menos liberal, Sarkozy tiene ese brío del joven oficial de húsares que fusta en mano salta a lomos de su caballo, dispuesto una vez más a la batalla antes de que rompa el alba.
vpuig@abc.es
miércoles, febrero 28, 2007
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