miércoles, febrero 28, 2007

Ferrand, España en Afganistan

miercoles 28 de febrero de 2007
España en Afganistán

M. MARTÍN FERRAND

DESDE que Alejandro Magno cruzó el territorio en su marcha hacia la India, el secarral cubierto de amapolas que conocemos como Afganistán no ha dejado de ser un manantial de conflictos. Perfeccionados estos por el estilo colonial del Imperio británico, continúa siendo un centro de desestabilización mundial en el que pudiera ser que haya encontrado refugio Osama Bin Laden y que, sea o no sea así, centra muchos de los temores que, con epicentro en Washington, trepidan las inquietudes y alarmas del mundo occidental. Ayer, un incidente que pudo costarle la vida al vicepresidente de EE.UU., Dick Cheney, de visita a las tropas norteamericanas allí desplazadas, pone sobre la mesa la cuestión afgana y, en lo que nos afecta, abre el debate sobre nuestra presencia en el escenario.
Las tradiciones, generalmente más hiperbólicas que erráticas, señalan en el entorno de Kabul el punto en el que Satanás empezó a acumular montañas para poder llegar al cielo. Algo del espíritu demoníaco ha debido de quedar sobre el terreno, porque sería difícil encontrar otro de mayor y más larga acumulación de muertes y enfrentamientos en todo el globo a lo largo de su espasmódica Historia. A un paso de Kabul, en Bagran, mientras esperaba para entrevistarse con el presidente afgano, Cheney ha salido felizmente ileso de un atentado suicida que, sea casual o intencionado, según debaten los expertos, debe servirnos de toque de atención.
La presencia de tropas españolas en este peligroso escenario ya nos ha proporcionado sustos y lutos. Confieso no tener las ideas muy claras sobre la conveniencia de tal destacamento militar español; pero entiendo que no debiéramos esperar el desarrollo de los acontecimientos sin debatir previamente, -en el Parlamento, por supuesto- las intenciones y compromisos de esa presencia armada: algo que no se puede despachar ante la opinión pública española como una mera consecuencia de nuestros vínculos defensivos y políticos. Es posible que, en Afganistán, tengan que morir soldados españoles e incrementar la lista de quienes ya fallecieron, por las razones que quieran darse, en el escenario; pero, visto lo que estamos viendo, es exigible que Zapatero y su ministro de Defensa comparezcan y nos informen ampliamente y que, sin aprovechamiento electoral alguno, el debate aporte luz sobre un punto oscuro, quizá por falta de información, para la mayoría ciudadana.
Del mismo modo que la presencia española en Irak fue motor para dos grandes errores -acudir sin necesidad y salir con precipitación-, la cambiante situación afgana y nuestro papel en ella no debieran ser causa de nuevas y fatales equivocaciones. Cúmplase como se deba y al precio que haya que pagar; pero, estando en juego la vida de nuestros soldados, sin ninguna frivolidad y con el máximo consenso.

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