martes, febrero 27, 2007

Carlos Luis Rodriguez, El mito del buen Estado

miercoles 28 de febrero de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
El mito del buen Estado
Sorprende el arraigo de determinados mitos. Asombra el conservadurismo de organizaciones cuyo origen es progresista, y que ahora están anquilosadas. En esa mitología figura la idea de que la seguridad laboral de los trabajadores es superior en la empresa pública que en la privada, y entre esas entidades que se volvieron rancias, está el sindicalismo que se opone al proyecto privatizador de Navantia-Fene.
El resultado de esa adoración del Estado se llama Ferrol. Como en el Apocalypto de Mel Gibson, se trata de una deidad que exige periódicamente sacrificios humanos con una crueldad que, lejos de provocar el rechazo de sus víctimas, hace que sean más dóciles. Quien haya visto la película se preguntará por qué aquellos indígenas sentían tanto respeto por dioses sanguinarios que no tenían ni un detalle simpático.
Algo similar podría plantearse el observador de la reciente historia industrial ferrolana. El Estado, con la careta de Izar o el disfraz de Navantia, actúa como una especie de narcótico que acaba creando dependencia. A cambio de una supuesta seguridad, sacrifica puestos de trabajo, que son entregados con la esperanza de que no haya más reconversiones. Cuando llega la siguiente, se repite la historia y así sucesivamente.
¿Por qué se aferran entonces algunos sindicatos a ese Estado que va ahogando lentamente la industria naval? Pues porque es más fuerte el mito que la realidad. En el fondo, los sindicalistas piensan de él lo mismo que Franklin Delano Roosevelt del dictador Anastasio Somoza: es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta.
Frente a esa izquierda sindical que espera del Estado lo que el Estado no va a darle, surge la que queda muy retratada en otra declaración que acabará siendo tan histórica como la de FDR. Que nos deixen traballar en paz, decía el vicepresidente (da Igualdade, etcétera, no vaya a ser) defendiendo el plan del capitalismo gallego.
El paso es gigantesco. El BNG de Quintana y Blanco se convierte en agnóstico, deja de rezarle al Estado y emite desde Galicia un mensaje sorprendente, en el que ya no se repite la letanía de las ayudas, la solidaridad, el dami algo tradicional. Algo muy importante cambia con esa frase, no sólo en la idea de lo que es izquierda, sino en la relación de Galicia y ese dios estatal al que hasta hace poco se confiaba toda la salvación.
Si Navantia-Fene es un buen ejemplo de las secuelas de la dependencia del Estado narcotizante, Barreras-Vigo lo es de todo lo contrario. También hubo lío cuando en 1997 se privatiza el astillero de Bouzas; el sindicalismo de entonces advirtió grandes calamidades si se abandonaba el amparo estatal, y hete aquí que ahora Barreras es un enorme monstruo multinacional dispuesto a rescatar las instalaciones ferrolanas.
Si alguna prueba más faltaba para saber cuál es el modelo que funciona, aquí lo tenemos. No es la Navantia pública la que se expande, sino la Barreras privada. ¿Quien quiere comprar a quién? ¿Cuál de los dos astilleros está a la defensiva, y cuál está despierto, dinámico y con carga de trabajo? El mito carece de base. El sindicalismo sigue siendo feligrés de un Estado que sólo existe en sus fantasías, mientras que esa izquierda moderna en la que hay que situar a una parte al menos del BNG, abandona a los antiguos dioses y cree en lo que ve.
Y lo que se ve es una Sepi que anestesia a un sector productivo gallego, y a una iniciativa privada que quiere estimularlo. Seguir haciéndole ofrendas al Estado es como repetir los ritos del Apocalypto.

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