martes 27 de febrero de 0207
Tanto pastelero equidistante
VALENTÍ PUIG
A Martínez de la Rosa sus enemigos le llamaban «Rosita la Pastelera» por su capacidad política para la componenda. En realidad, él sólo era un moderado opuesto a los exaltados. Los retratistas le dan un aire augusto, atildado y satisfecho. Al fin y al cabo, fue un experto en la política de transacción, en busca del término medio. A sus seguidores hoy en día también se les llama pasteleros. Los hay en el PP y algunos en el PSOE, pero más emboscados. Propenden a las tesis del justo medio, a la clásica posición del moderantismo: por eso se dice que pastelean. Los sectores más aguerridos del PP les califican de equidistantes, y ya se sabe que la equidistancia es un posicionamiento equívoco y pastelero.
Eso no obsta para que en el futuro sean los equidistantes quienes tengan que retocar en el «photoshop» la instantánea de las islas Azores y recomponer las relaciones con CiU para tener un socio parlamentario que les permita gobernar. En el PSOE los pasteleros se verán en la faena de superar el estropicio zapaterista, porque más pronto o más tarde el socialismo español tendrá que espaciarse claramente del radicalismo y reingresar en la post-socialdemocracia europea, según se vaya orientando el Partido Demócrata norteamericano. Cambio de ciclo: el pasteleo ya no será una entrega, sino un método; no un pecado, sino una culminación de la política como arte de lo posible.
Los «puros» llevan siempre ventaja porque cualquier matiz de gobierno o un gesto conciliador desde la oposición puede parecerles un pasteleo condenable al fuego eterno. Por eso arremetían contra Martínez de la Rosa, también llamado «Barón del bello rosal» por sus modales. Había estado en las Cortes de Cádiz, fue desterrado por el absolutismo, se instaló en el liberalismo moderado, triscó por los atajos que evitan la involución y la revolución, conoció el exilio. Fue eso, un pastelero, un equidistante. Presidió pasajeramente el Consejo de Ministros: su nombre está en la Historia y quienes le motejaron sólo constan en alguna hemeroteca. La ventaja de los pasteleros es que suelen contrastar la política con la experiencia, mientras que el maximalismo lo coteja todo con una ideología.
En realidad, la política sería poca cosa sin la tensión interna entre pasteleros y maximalistas, entre equidistantes y extremosos. En el PP, eso es en parte razón de ser, naturaleza constitutiva. Lo importante es que los pasteleros no manden en todo momento y que los maximalistas no ocupen todas las posiciones. Tampoco es bueno que se haga visible una línea de armisticio entre ambas tendencias, sino que se amalgamen y sumen energías, como en el futuro deberán hacer equidistantes y radicales en un PSOE post-zapaterista. En el fondo, casi nunca está de más un poco de pastelería en política, si se salvan los pocos principios imprescindibles. La repostería con merengue y canela ayuda a engullir los platos más ásperos del menú, sapos incluidos. En la época que va de la Guerra de la Independencia a las décadas moderadas, los hubo mucho más inútiles y extemporáneos que Martínez de la Rosa, «Rosita la pastelera». Pactar siempre implica transigir y al mismo tiempo diferenciar lo sustantivo de lo accidental.
El no al pacto y a la componenda viste mucho a la hora de posar como tribunos en algún cónclave ateneísta, ensayando un discurso ante el espejo de la alcoba o en debates de televisión, pero es una actitud que fácilmente nos dejaría sin postres. Para minar la moral de los pasteleros se comienza por argumentar que el centro no existe y que la equidistancia responde más a una flojera que a un valor político. Por ahí andan los pasteleros equidistantes, deseando salirse cualquier día del armario para entregar a sus correligionarios extremosos una tarta de cinco pisos. Por el momento, lo que tenemos son jacobinos de entremeses y primer plato. En el PP exigen la cabeza de cualquier Martínez de la Rosa y en el PSOE practican el «pas d´ennemi à gauche», según verifica IU. De cumplirse el viejo ciclo, luego se afirmarán los pasteleros. Lo menos que puede pedírsele a todos es que estén a la altura de las circunstancias.
vpuig@abc.es
martes, febrero 27, 2007
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