miercoles 28 de febrero de 2007
Impostura y dignidad
JUAN BAS j.bas@diario-elcorreo.com
Acabo de releer con satisfacción 'El largo adiós', de Raymond Chandler. Como recordaba, además de ser la mejor de las siete novelas negras protagonizadas por el detective Philip Marlowe -cuya imagen siempre asociaremos con Bogart en 'El sueño eterno' aunque, quizá resulte chocante, Chandler imaginaba para el papel al elegante Cary Grant-, es un libro excelente, por encima de géneros. En sus páginas, el melancólico y escéptico Marlowe se hace esta inteligente y misantrópica reflexión: «La mayoría de la gente atraviesa por la vida gastando la mitad de las energías de que dispone en tratar de proteger una dignidad que nunca ha poseído».Dignidad, una de esas grandes palabras -patria es otra y quizá la que más me espanta- que llenan la boca del que la esgrime; aunque las personas auténticamente dignas rara vez aludan a ella, por dignidad. Y es que hablar de la propia dignidad y anunciarla a bombo y platillo suele ser uno de los rasgos distintivos del impostor, de aquél que siempre se presenta precisamente revestido de falsa dignidad, aquél que en cuanto se rasca un poco en su capa de maquillaje social sale el endeble cartón que mantiene en pie al fantoche o muñeco y cuando le cae encima un poco de agua de verificación se apelmaza y deshace. No creo que sea necesario especificar con ejemplos tomados del actual bestiario.La primera regla del impostor que tiene montada su función en el escenario -esa palabra fetiche y multiusos de los nacionalistas- de cara al público es aparentar dignidad. Al impostor le gusta invocar su pretendida dignidad porque si los demás se tragan el anzuelo de que la posee le creerán merecedor de respeto y le tratarán en consecuencia. Y ésa es una gran ventaja, una armadura cojonuda para aguantar los envites que le acarreen sus descubiertas acciones de canalla, lo que de verdad es debajo de la máscara del impostor.El respeto de los demás se convierte en dignidad cuando te lo han otorgado sin que lo hayas pedido a modo de prebenda. Y la dignidad frente al mundo sólo es auténtica y bien ganada si lo es la interior, es decir, si de verdad te tienes respeto a ti mismo y obras en consecuencia.A pesar de lo que hoy en día pueda enmascarar la cirugía estética facial, creo que todavía es válida la afirmación de que cada uno a partir de los cuarenta años tiene el rostro que se merece. Cuando te reflejes en el espejo procura mirar lo que de verdad eres, tu auténtico rostro, no el que crees que ven los demás. Ráscate con uñas que no se engañen y la fuerza de la conciencia la piel de una mejilla, hazte el daño necesario del conocimiento propio y a ver qué aparece debajo, cartón de embalar o sangre de ser humano.
martes, febrero 27, 2007
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