miercoles 28 de febrero de 2007
La zanja
IGNACIO CAMACHO
CADA 28 de febrero, el régimen autonómico andaluz se homenajea a sí mismo en una fiesta de autocomplacencia ensimismada que suele contar con el atrezzo contestatario de algunos grupos fronterizos al sistema. Colectivos sociales en conflicto, funcionarios maltratados, trabajadores regulados de empleo, ecologistas insurrectos o los últimos mohicanos del sindicato de jornaleros aprovechan la ocasión para amargarle a Chaves su autosatisfecha conciencia de virrey con una asonada que ha venido a convertirse en una especie de contrarrito de la ceremonia. La estampa es el retrato de una época: toda la dirigencia pública, la nomenclatura oficial, endomingada y solemne en un teatro blindado por un cordón de policías, y en la calle los vociferantes testigos de la anómala realidad de un sistema acostumbrado a tapar sus grietas bajo una espesa campana de silencio. En medio, algunos andaluces ilustres premiados con medallas de la Junta que reciben un injusto abucheo sobrevenido, y la más absoluta indiferencia de una sociedad civil ausente de los actos y de una ciudadanía para la que esta efemérides, que recuerda el ya lejano día de la rebelión contra el proyecto de un Estado desigual, constituye sólo una plácida jornada de puente al sol tibio de febrero.
Este año, ese hondo vacío social que media entre la casta dirigente de la autonomía y las víctimas más o menos numerosas de sus negligencias y olvidos se ha transformado en una zanja de dimensiones descomunales, en cuyo fondo yace la esperanza del compromiso de un pueblo. La vastísima abstención en el pasado referéndum estatutario ha desnudado a los ojos de España entera la farsa de unas instituciones hipertrofiadas dirigidas por un catálogo de chamanes sordos, perfectamente incapaces de auscultar las demandas reales de los ciudadanos a quienes teóricamente representan. Ese clamor silencioso resuena con un eco mucho más potente que los ya habituales gritos de la protesta ritual en las puertas del teatro en el que Chaves impone las condecoraciones y pronuncia un discurso empapado de autoestima política. La zanja de los millones de votos ausentes es la fosa común en la que está enterrada la memoria histórica de una autonomía nacida bajo un iluminado impulso de rebeldía cívica, que ha terminado por transformarse en un inmenso aparato de poder para controlar a una sociedad sumida en la dependencia y el marasmo, una maquinaria desmesurada que ha reproducido en tiempo y escala récord los defectos de aquella a la que pretendía sustituir.
Por si no fuera suficiente este estruendo telúrico de pasividad ciudadana que sacude los cimientos del sistema, el drama laboral de Delphi subraya hoy el fracaso del autogobierno con una queja de rabiosa impotencia ante la que el poderoso chamán no ha sabido sino repetir la receta de los viejos caciques: irse a Madrid a pedir dinero para paliar el desastre. Veintiocho años, dos estatutos y treinta billones después de aquel incandescente 28 de febrero, los andaluces han de seguir cogiendo el tren a la Corte para no quedarse varados en la estación del desamparo.
miércoles, febrero 28, 2007
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