viernes 3 de octubre de 2008
Sin tetas no hay paraíso
Miguel Martínez
G ARANTIZO a mis queridos reincidentes que jamás he visto la serie de marras, ni sé en el canal que la dan, ni sé de qué trata, ni quiénes son sus protagonistas, pero he de reconocerles que desde que escuchara el titulito de la serie, alguna vez he tenido la tentación de buscar en el Youtube algún vídeo de la serie para comprobar de qué paraíso y de qué tetas va el tema. Les confieso que hasta ahora he resistido la tentación y, seguramente de forma equivocada, me sigo imaginando la serie como un elenco de señoritas de generosas curvas, ligeritas de ropa a la mínima que tienen ocasión, que se dedican a retozar con mozalbetes depilados de buena cuna y mejor estampa. Si un servidor no ha acertado ni de lejos, ruego a mis queridos reincidentes que no lo saquen de su error, llevaría muy mal que se me giraran los esquemas de un día para otro y que dicha serie tratase sobre las dificultades de un grupo de comprometidos cirujanos que tienen que vérselas con indeseables nódulos y con laboriosas mastoplastias reconstructivas.
El lector que con espíritu crítico se esté diciendo que es muy poco serio escribir de algo de lo que no se tiene ni repajolera idea -por mucho que eso sea harto habitual entre columnistas, tertulianos y demás gente de mal vivir- quedará tranquilo cuando siga leyendo y compruebe que no es de la serie de lo que va a versar mi columna de esta semana, sino de lo real que suele resultar la afirmación del título en nuestra lucha cotidiana por la subsistencia contra bancos, empresas de telefonía móvil, compañías eléctricas, aseguradoras y demás negocios que tienen por objetivo final estrujarnos la cuenta corriente, anular nuestra voluntad y destrozar nuestros nervios.
Como todos los años, un servidor recibe en su casa una tarjeta de crédito que ha rechazado mil veces por teléfono y, año tras año, después de comprobar que pese a ser anunciada como gratuita a la que te descuidas te soplan comisión, ha de acudir a la entidad bancaria para anularla y, acto seguido, a suplicar que no la envíen más, cosa que no sirve absolutamente de nada pues al año siguiente, y tras rechazarla de nuevo por teléfono, aparecerá irremediablemente en el correo. Al entrar en el banco, se cruza con una amiga, rubia y de generoso busto –dicho sea de paso, pero tiene su importancia como ustedes podrán comprobar- que sale del mismo establecimiento.
-¡Miguel, cuánto tiempo! ¿Cómo tú por aquí?
- Pues mira, a ver si devuelvo esta tarjeta, que me la envían cada año sin pedirla. A ver si no me hacen esperar mucho.
- ¡Qué va! No hacen esperar nada. Yo he venido a lo mismo. Ese chaval tan simpático de la recepción se la queda, la hace trizas con unas tijeras, te hace un recibo, le firmas un papel y él mismo te tramita la baja.
- Pues menos mal, porque la última vez tuve que hacer media hora de cola en una de las mesas de los comerciales.
- Pues mira, se ve que ya no. Yo no he tardado ni tres minutos.
Y entra uno todo decidido hacia el chaval simpático de la recepción que, para mi sorpresa, no sonríe como suele hacer la gente simpática sino que masculla algo así como Gñeñeñe, que interpreto como “¿Qué quieres?”
- Verá, que traigo esta tarjeta para que me la den de baja, porque pese a que cuando me llamaron para ofrecérmela dije que no la quería, me la enviaron por correo y, ya que estoy aquí, quisiera saber si existe forma humana de que no me la vuelvan a enviar por quinto año consecutivo.
- Para eso tiene que ir usted a un comercial, siéntese en una de aquellas sillas y ya le llamarán.
- No me lo puede hacer usted?
- No –muy serio el tío-.
- ¿Seguro?
- Segurísimo –se pone más serio aún-. Ha de esperar a que le atienda un comercial. Yo no puedo tramitar eso.
- Y si no puedes tramitarlo… ¿Porqué se lo has tramitado a la rubia de las tetas grandes que se acaba de ir?
El tío simpático –con las rubias, que no con los maduritos medio calvos- se pone colorado, se gira, rebusca papeles y responde que no le quedan formularios de recogida, que tendré que esperar a que me atienda un comercial o volver otro día.
- Vamos a hacer otra cosa, se la daré a alguna amiga con muchas tetas y así la puedes atender tú, ¿vale? Muchas gracias y adiós muy buenas, so sátiro.
Y sale un servidor, con su tarjeta sin anular, juramentando en arameo, especulando sobre la ubicación anatómica de la única neurona del presunto simpático, a todas luces, situada por debajo de la cintura y por encima de los muslos.
Pocos días después, cita en la ITV para llevar el coche. Un operario con cara de vinagre no dice ni mu en todo el recorrido. Al llegar al final, bajo del coche para ir a buscar la documentación.
- Tiene descompensado el freno trasero. Le frena más una rueda que la otra. Tendrá que volver nuevamente antes de quince días o deberá abonar nuevamente la tasa. Inspección desfavorable.
Sale un servidor con una mezcla entre fastidio y alivio. Fastidio por el inconveniente que le va a suponer llevar el coche al taller y volver otro día. Alivio por saber que quizás le hayan detectado una avería en los frenos antes de que pasara nada.
Llegando al taller y enseñándole el papel de la ITV al mecánico.
- ¡¡Uff!! Me pillas fatal de faena, tráemelo mañana a primera hora, machote.
Al día siguiente.
- Joer, lo pejigueras que son los de la ITV, mira esto, Miguel.
El mecánico me muestra un relojito cuadrado con una aguja que, en vez de marcar en el centro, marca unos milímetros a la derecha.
- Si está casi perfecto, leche. Si no hay coche que salga ajustado al cien por cien de fábrica. Vaya manera de tocar las narices estos de la ITV. Desde luego que es un saca cuartos de órdago. Espera que en dos minutos te lo ajusto.
El mecánico se mete debajo del elevador con una llave, trastea dos minutos sobre una tuerca, se sacude las manos, me manda a la oficina -30 euros- y vuelvo a la ITV donde tras casi una hora de cola me toca el mismo soso del día anterior.
- Perfecto. Ahora sí.
Sello con la ITV pasada y al salir me encuentro –ya es casualidad- con la rubia del banco.
- ¡Hombre, Miguel! Meses sin vernos y en una semana dos veces. ¿Qué tal?
- Ya ves, que traje ayer el coche y he tenido que volver hoy porque no sé qué le pasaba al freno.
- Pues hace unos años, trajo el coche mi marido y le marcaron una deficiencia leve en los amortiguadores. Claro, tanto arrastrar la caravana… Pero desde que lo traigo yo, y con ésta ya van dos veces, no me han vuelto a decir nada, y eso que no cambiamos los amortiguadores por si colaba ¿eh? Eso debe ser según quien te atienda. Los habrá más estrictos, los habrá menos… Yo debo tener suerte porque siempre me atienden chavales muy simpáticos –señalando al soso que me acababa de atender- ése de ahí es un encanto. Más amable el chico… Y más servicial… Que hasta me ha entrado él el coche en la rampa de las barandas porque a mí me daba susto.
Huelgan los comentarios. O, mejor dicho, hagan los comentarios que crean convenientes. Les sugiero que los hagan sobre la ubicación anatómica de las neuronas en el género masculino. Seguro que coincidimos todos para nuestra vergüenza.
Obviamente –aunque nos pese- sin tetas no hay paraíso.
http://www.miguelmartinezp.blogspot.com/
jueves, octubre 02, 2008
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