jueves 23 de octubre de 2008
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Ne me quitte pas
Deja que me convierta en la sombra de tu sombra, en la sombra de tu mano, en la sombra de tu perro. Se lo cantaba Jacques Brel a alguien, suplicándole que no le dejara, y después muchos otros hicieron sus versiones de la balada, hasta que llegó Zapatero para cantársela a Sarkozy. No me dejes sin la cumbre, llévame, invítame, deja que me convierta en la sombra de tu sombra, para poder asistir en Washington a la histórica refundación del capitalismo. No queda claro si el francés no ha querido, dolido con las celebraciones del 2 de Mayo, o si son los anfitriones americanos quienes nos dejan fuera del festejo. Tampoco si la culpa es del presidente español y sus alianzas de civilizaciones, o si es consecuencia de una España que económicamente está entre dos aguas: ni gran potencia del G-8, ni país emergente del G-20.
Hay por ahí otra G no institucionalizada en la que se encuentran economías de clase media como la nuestra, que no cuentan con el PIB alemán o francés, ni mandan cohetes a la luna como la India. A ellas les está reservada la puerta de servicio en este momento culminante. Sólo podemos entrar para dejar alguna sugerencia en portería, como ha dicho un portavoz oficial de la organización del gran acontecimiento.
Es una injusticia. Sin embargo, lo que hacen las potencias mandonas del mundo se parece mucho al sistema que se ha establecido en la propia España, con territorios de primera y de segunda, con autonomías que influyen en las grandes decisiones y otras que están al margen. Existe también aquí un G-8 político y económico que concentra riqueza y poder, junto a la clase media que procura colarse en el banquete y que solo de vez en cuando lo consigue. Zapatero no es una excepción entre los presidentes que creyeron que España podía alcanzar el estatus de la elite mundial. Aznar, sin ir más lejos, lo intentó yendo a la guerra para ser el amigo europeo de Bush. González, entrando en la OTAN con una pirueta peligrosa sin más red que su carisma. Sin embargo, la aristocracia internacional no nos dio entrada.
¿Qué más podemos hacer? En esa nobleza de la política planetaria hay naciones que tienen las credenciales de su historia, otras que son temibles por su poderío militar y un tercer grupo donde se encuentran las que pueden exhibir demografía, recursos naturales, o ambas cosas. España no encaja en ninguna categoría. Es como Cantabria a escala internacional, con Zapatero en el papel de Revilla, intentando ganarse a Sarkozy con simpatía, pero sin las anchoas ni los sobaos que lleva el cántabro a la despensa monclovita. Quién sabe si no hubiera sido mejor presentarse en el Elíseo con el famoso taxista y algún producto típico para Carla.
El consejo de administración del capitalismo se reunirá sin nosotros. A España se le reserva el papel del pequeño accionista en la asamblea general, que tiene ante sí dos posibilidades: aplaudir o aplaudir. Cuando se sepan las conclusiones de la conferencia, las potencias agrupadas en el punto G mostrarán su satisfacción, y habrá enfrente un coro de venezolanos, iraníes y cubanos con sus recetas revolucionarias. Los países de clase media se conformarán con alguna pequeña cumbre de consolación.
Ne me quitte pas, Nicolás. No hizo caso a las súplicas este nuevo Napoleón que quiere aumentar la grandeur de Francia a costa de la crisis. Queda la opción de colarse en Washington de incógnito, como en las bodas, o estar atento a la reventa.
http://www.elcorreogallego.es/index.php?idMenu=13&idEdicion=1045&idNoticiaOpinion=356509
miércoles, octubre 22, 2008
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