miércoles, agosto 22, 2007

Jose Javaloyes, Visperas turcas

miercoles 22 de agosto de 2007
Vísperas turcas José Javaloyes

Recep Tayyip Erdogan, primer ministro de Turquía por virtud de las urnas, ha terciado en el reabierto debate sobre la elección del presidente de la República. Se acaba de celebrar una votación —la primera de las tres en que se puede decidir este proceso electivo— donde la mayoría islamista gobernante no alcanzó el listón de dos tercios, necesaria en el turno de votaciones inicial. Previsto está que tampoco consiga sus pretensiones el islamismo moderado que gobierna en la segunda votación, que se celebrará este viernes en el Parlamento turco. Pero sí resulta posible que la candidatura gubernamental a la presidencia, nominada en la persona de Abdulá Gül, actual ministro de Asuntos Exteriores, termine por prevalecer en la tercera de las votaciones.
Erdogan, en declaraciones a un canal de televisión, ha venido a decir con impaciencia cierta que ya está bien de especulaciones sobre el “voto militar” (“la discusión se ha terminado”) en esta cuestión de la elección presidencial, puesto que el proceso político en Turquía está políticamente regido a través de una Constitución democrática. El primer ministro tiene razón, después de haber sido revalidada tan firmemente su mayoría, aunque para muchos no toda la razón. Entienden éstos que la literalidad constitucional se debe entender en el contexto histórico y en el espíritu político en que se alumbró el régimen republicano turco.
Está de una parte el hecho de que ese régimen político es tanto como una fundación militar, con nombre y apellidos: Mustafá Kemal Ataturk. Se levantó contra el sistema integrista del Imperio Otomano, para establecer un régimen secular, de estricta separación entre la religión y la política. Cuenta además, de otra parte, la práctica de irrupción institucional del Ejército en la política del país cuando han mediado ciertas condiciones de tensión, como las que ahora parecen darse. 1960, 1971 y 1980 son años en que se reiteró allí la intervención castrense contra los Gobiernos.
Los militares turcos entienden —y con ellos, aun en la actualidad, un número crítico de civiles— que el suyo es un poder “constituyente (o reconstituyente) constituido”, una capacidad históricamente reconocida de intervenir poco menos que como árbitro en determinados asuntos de la política nacional, para restituirlos en el marco que les corresponde…
Y de muy concreta manera, cuando la opción del islamismo a sumar la presidencia del Estado a las del poder Ejecutivo que sostiene, supone una acumulación de signos que contradice, por la confesionalidad expresa del Gobierno, la condición laica del sistema político establecido por Kemal Ataturk, el fundador de la Turquía moderna.
La comentada declaración de Erdogan ha sido moderada en la forma pero elusiva en lo que concierne al fondo del problema, peliagudo y escabrosísimo. Se trata de un asunto en el límite de todo. Corresponde en lo geográfico a una de las más relevantes fronteras entre Asia y Europa —con proyecciones de la mayor relevancia en el horizonte de la Unión Europea—, y concierne en lo histórico-político, al cuadro de tensión actual entre islamismo y nacionalismo dentro del mundo de cultura coránica.
Se mire por donde se mire y se toque por donde sea, las vísperas turcas aparecen establecidas sobre un terreno de arenas movedizas. El absolutismo democrático que reclama Erdogan, legitimado por las urnas, es como un poderoso tren lanzado a toda velocidad por una vía donde siempre ha circulado, en sentido contrario, el discurso kemalista de los militares, cuya única reserva de poder que reclaman no es el poder de gobernar sino el de impedir que se gobierne contra los principios laicos establecidos para la política en la Turquía moderna.

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