miércoles, agosto 08, 2007

Ignacio San Miguel, Los ultimos de la clase

jueves 9 de agosto de 2007
Los últimos de la clase
Ignacio San Miguel
N O se trata sólo de que ostentemos el último puesto en Educación de la Unión Europea, aunque esto, de por sí, sería suficiente motivo para el título de este escrito. Ocurre que también andamos retrasados en otros órdenes de cosas. Nunca hemos destacado mucho en pensamiento filosófico, teológico, científico y político, refiriéndome cuando digo “nunca” a las últimas centurias. Y ahora me temo que nos esté ocurriendo lo mismo en el orden político y social. Desde que los socialistas llegaron al Poder, nos hemos ido alejando políticamente del mundo occidental. Tal circunstancia ha sido debida a esa tendencia que tiene el Gobierno de apostar por los regímenes revolucionarios. Esto tiene muy poco de europeo, como tampoco lo tiene el proceso acelerado de invertebración de España. No existe ningún país de nuestro entorno en estas anómalas circunstancias. Ningún país tiende a su desintegración como el nuestro. Y en el aspecto social, el deseo bien evidenciado de estar a la cabeza en realizaciones pseudoprogresistas, no revela más que nuestro provincianismo. Y es a esto precisamente a lo que me quería referir. Hace muchos años comencé a pensar que si algún movimiento renovador había de darse en el mundo occidental, habría de ser de carácter conservador. Idea poco original, como pude comprobar cuando fui leyendo a diversos analistas que abundaban en las mismas ideas. Pero es imposible ser original, aunque uno lo pretenda; y yo no lo pretendía. Lo interesante es que comienzan a percibirse indicios de que algo se mueve en esa dirección, si bien es imposible pronosticar de momento si el triunfo estará de su parte en el futuro. En realidad, la lucha conservadora se está desarrollando en Estados Unidos desde hace décadas, casi desde el triunfo de la revolución contracultural de los sesenta. Pero en Europa no existía, ni todavía se puede decir que exista, algo parecido. Sin embargo, las últimas elecciones francesas parecen tener un significado bastante definido. Nicolás Sarkozy no se recató en declarar antes de ellas que estaba contra el espíritu y la filosofía del 68, que el relativismo no conducía a nada, que había que rescatar valores tradicionales, el patriotismo entre otros, que él se consideraba católico, etc. Me parece demasiado simple juzgar que se trataban de manifestaciones dirigidas a arrancar unos cuantos votos a Le Pen. Una explicación demasiado pobre. No hubiera hablado así y tantas veces si no fuera porque sabía que era un mensaje que iba a ser bien acogido por el electorado en general. En el Reino Unido, el nuevo primer ministro, Gordon Brown, ha comenzado a tomar medidas algo llamativas. Ha ordenado que la bandera británica ondee en todos los edificios públicos de la nación y durante todos los días del año, algo que hasta la fecha no se hacía. Ha tomado también medidas contra la droga, locales nocturnos, etc., que le están dando fama de puritano. Tanto es así que, humorísticamente, le empiezan a llamar “Lord Protector”, en recuerdo de Oliverio Cromwell, gran defensor de la pureza de costumbres. La teoría de que obra así para atraerse al electorado del sur, que es el más conservador, es casi tan endeble como la de Sarkozy atrayendo a los adeptos a Le Pen. Angela Merkel, en Alemania, parece que marcó también un punto de inflexión respecto del Gobierno anterior cuando defendió las raíces cristianas de Europa. No son señales que auguren de forma taxativa un cambio drástico en Europa. Sin embargo, confirman la impresión de que el pensamiento contracultural de los sesenta comienza a desfallecer. Sin duda, no desfallece en España. Desde la llegada de Rodríguez al Gobierno han arreciado las medidas antirreligiosas y progres, y se pretende realizar una labor eficaz de ingeniería social mediante la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Existe un importante sector de la población, por no decir mayoritario, que profesa esta ideología con mayor o menor intensidad. No hay más que considerar incidentes como la escandalera provocada por un juez de Murcia al negar la custodia de un niño a su madre lesbiana. Para esta gran franja de población, lo moderno, lo adelantado, lo civilizado, es criticar al juez y enaltecer a la madre tríbada. A un francés medio esta gente que se cree adelantada le ha de resultar provinciana en grado alto. En Francia no están reconocidos los matrimonios entre homosexuales, ni, por supuesto, las adopciones de niños por parte de homosexuales. Y es que los franceses tendrán muchos defectos, pero no se les puede negar cultura y buen sentido. Se podrían citar numerosísimos casos de reacciones como la citada ante la actitud de un juez, que señalan a los españoles como gentes de escaso carácter y grandes deseos de aparentar. Hace sonreír leerle a William Somerset Maugham juzgando que los españoles destacan, sobre todo, por su carácter, como los antiguos romanos. La única justificación que tienen esas palabras está en que fueron escritas hace ya setenta años o más. Y, además, se refería al español del pasado histórico, más que al de los días en que escribió. Aunque quizás hallara también en éste algunos rasgos que le parecerían significativos. Difícilmente los encontraría hoy. Más bien encontraría a gente mayoritariamente anodina, con deseos de estar al día y con proclividad a hacer el ridículo. Es natural, siendo los últimos en resultados escolares. Lo cierto es que las rutas de la Historia no pasan por España, país en plena desintegración política, social y moral. Y si los signos que he señalado al principio son realmente el anuncio de un giro neoconservador de la sociedad europea, el papel de España no podrá ser más deslucido y marginal. De nuevo, y también en este aspecto social y moral, seremos irremediablemente los últimos de la clase.

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