miércoles, agosto 08, 2007

Felix Arbolí, La casa de los extraños moradores

jueves 9 de agosto de 2007
La casa de los extraños moradores
Félix Arbolí
R ECUERDO que de pequeño, residiendo en Cádiz, existía el llamado “manicomio” frente al que cruzábamos con enorme miedo, a pesar de las rejas y resistentes cerraduras que aseguraban puertas y ventanas. Entonces, como en tantas otras cuestiones, la puritana e hipócrita sociedad de la época, no brillaba por su caridad a favor del prójimo y mantenía una serie de absurdos prejuicios que hoy mueven a risa y nos resultan totalmente improcedentes. Nos hablaban de los afectados de locura como seres muy peligros y difíciles de contener. Capaces de causar graves lesiones y hasta la muerte a sus propios familiares. No existían términos medios, ni grados en la enfermedad. Incluso los epilépticos tenían un trato especial y había que tratar con toda clase de prevenciones. Eran una especie de murallas insalvables que hoy nos parecen aventuras de chiquillos. La locura, o enajenación mental, como se la llama actualmente, era una vergonzosa enfermedad que estigmatizaba a toda la familia del que la padecía. Su obligada reclusión en ese internado con más aspecto de cárcel que de hospital, donde no era normal que se saliera curado, se llevaba con la máxima discreción y solo el círculo familiar más íntimo era sabedor de esa desgracia. Tampoco eran habituales las visitas a los que se hallaban encerrados allí de por vida, ni se mostraba excesivo interés por que se garantizara su tratamiento adecuado y se atendieran sus más apremiantes necesidades, incluidos su aseo personal y vestuario. Eran una especie de desecho social que tenía en la muerte su casi deseada liberación. Le negaban hasta el concepto la persona, para convertirlo en una especie de híbrido entre humano y animal. Yo me acuerdo de un compañero cuya madre estaba internada y raras veces la mencionaba. Era como si estuviera muerta en vida; de presencia ausente. Hasta al hijo, con esa crueldad tan característica entre los “peque”, le tratábamos con cierta precaución y distancia, evitando que pudiera contagiarnos su desgraciada situación. Hoy comprendo que no era culpa nuestra esa absurda manera de comportarnos, sino de las descabelladas ideas que nos inducían los mayores, amistades y hasta profesores y que nosotros, mentes vírgenes y fáciles de convencer, aceptábamos sin titubear. Hoy ya no existen estos centros, tal como los conocíamos entonces y menos con ese tipo de normas y atención al enfermo. Afortunadamente. A veces surge la noticia en la prensa de una residencia de ancianos o enfermos, de mala catadura y peor personal. Pero son casos aislados que una vez denunciados son cerrados inmediatamente y censurados sus responsables. La maldad humana no tiene, ni tendrá, períodos de extinción. Había ido a encontrarme con un familiar, al que hacía tiempo no veía por la dificultad que tuve en saber donde se hallaba. Me recibió el director del centro, un antiguo tertuliano de aventuras nocturnas en su época de estudiante. Nunca le creí capaz de terminar la carrera, ante tantos cubiletazos de dados y horas de bohemia pasadas juntos. Recordamos tiempos pasados y nos pusimos al corriente de nuestras vidas, ocupaciones y familia. Nada más conocer mis intenciones, se ofreció a acompañarme, mientras me iba mostrando las distintas instalaciones del “hospital psiquiátrico”. Aquellas cuyo recorrido no infringía el reglamento interno de la institución, pues era donde se hallaban los que no aparentaban desvaríos en sus mentes, ni síntomas de peligrosidad. Desde luego, nada que me recordara al antiguo e inolvidable centro gaditano, al que sólo conocía desde el exterior y por oídas su interior. . La mayoría no presentaban indicios de anormalidad. Era como estar recorriendo las salas de un hospital con enfermos convalecientes. A veces alguno de ellos confirmaba sus especiales circunstancias, con su mirada perdida y quietud absoluta, ajeno al ambiente que le rodeaba. Pero eran más los que se hallaban echando la partida de cartas o entretenidos en otro juego de mesa, o en tertulia formando un grupo aparte. Observé que uno de ellos permanecía solitario, fijo y atento a un punto determinado, como si quisiera adentrarse en ese mundo abstracto que sólo él contemplaba en su deteriorado cerebro. Nadie sabía qué pensamientos, ni que ideas y posibles caprichos ocupaban sus instantes. La mente humana es muy compleja y difícil de conocer, cuando no existe la razón que pueda ofrecernos alguna pista. Me fijo en un hombre cercano a los cuarenta, cabeza rapada, ropa talar oscura y rostro sin afeitar, que charla seriamente con uno mayor y evidencias de una demencia más severa. El director, se da cuenta de mi interés y me informa cariñosamente sobre el personaje en cuestión… -No, no es un sacerdote. Juan iba para obispo y se quedó en monaguillo. Se pasa el día entero repitiendo la misa en latín y haciendo genuflexiones, como si estuviera ayudando al sacerdote en ese acto. Se sabe la misa entera, tanto la parte del cura como la del ayudante, que es la que suele interpretar. No se cuantas veces puede santiguarse al cabo del día, ya que lo ha convertido en una especie de tic que realiza de forma inconsciente. Vive rodeado de santos y estampas y su cama la tiene convertida en altar. Estuvo incluso en un seminario y en su historial se especifica que tenía gran facilidad para los estudios. Pero de tanto estudiar le pasó como a don Quijote, se le secó el cerebro y perdió la razón. Cuando se encuentra solo, se pasa las horas enteras conversando con Dios. Eso dice cuando le preguntan. Una auténtica lástima ya que en sus momentos de lucidez, demuestra una amplia cultura y enorme paciencia hacia sus compañeros más tocados. A veces, le dejamos que ayude a los más deprimidos. Casos nada graves ni polémicos. El les cuenta historias de santos y recuerdos que le vienen en instantes de cordura. Sus charlas, ejercen una gran influencia entre los internos, que le tienen un gran respeto.. Compañeros y celadores le llaman cariñosamente “el obispo”, pues lo consideran un superdotado. Creo sinceramente que hubiera alcanzado tal distinción, si hubiera podido terminar sus estudios y ejercer el ministerio sacerdotal., pero la dichosa locura se lo impidió. Aquí se siente feliz. Debe tener familia, pues pagan todos sus gastos aunque nadie, que yo recuerde, viene a visitarle. Me da la impresión de que deben ser hermanos o sobrinos, que esperan impacientes su herencia. - Un cheque en blanco pendiente de firma. Cuando hay dinero por medio, los familiares son como los buitres, que no abandonan la presa para llegar los primeros al festín, aunque hasta entonces, se mantienen a distancia. . - Algo de eso.. Nosotros nos encargamos de sus pagos, su ropa y todo cuanto pueda precisar y mandamos la factura a un abogado, que las paga sin poner la menor pega. Ya solo ser cliente de ese señor, muy conocido en la vida nacional, supone disponer de medios económicos desahogados. La verdad, no nos causa el menor problema y en sus momentos de lucidez, da gusto hablar con él y oírle exponer sus ideas y opciones en todos los aspectos. Ya quisieran muchos obispos y políticos tener sus excepcionales cualidades. Observo que lleva colgando de su cuello un enorme rosario, pero no siguiendo la extraña moda de cantantes pijoteros y horteras, que los lucen como si fueran amuletos o adornos caprichosos, sino como lo llevaría el miembros de una congregación religiosa. . Nos acercamos y observo que su ropa es cara y está cuidada. Tiene unas facciones, agradables y finas y su mirada brilla como la de un místico iluminado. Hay algo especial en ese hombre que induce al respeto y la curiosidad. Se le nota pulcro y serio. De no saber de quién se trata y en qué lugar se halla, hubiese podido pasar por una persona respetable y normal. Cuando llegamos, se fija detenidamente en mi, como si leyera mis interrogantes y me acerca el crucifijo de su rosario para que lo bese. Un tanto desprevenido ante su reacción, lo cojo y lo beso, mientras él muy solemnemente me da su bendición que yo, metido en el papel, recibo santiguándome. Al director no parece extrañarle mi actitud. - Habrá podido observar que tiene algo especial este hombre. - Pasillos y salas están muy limpios y cuidados. Las baldosas que cubren la pared a media altura, relucen y brillan como si acabaran de colocarlas y estrenarlas. Todo muy distinto a esas visiones cinematográficas sobre las obras de Dickens y las películas “Alguien voló sobre el nido del cuco” y “El silencio de los corderos”, con su angustioso patetismo de seres sufrientes y abandonados a la maldad y el sadismo de sus cuidadores. . - El director y yo continuamos la ronda. - -- Aquel, que está mirándose en los cristales y alisándose los cabellos un tanto amanerado, es una víctima de sus propios padres. Nació varón, como es fácil reconocer, pero desde pequeño sus inclinaciones iban más hacia el rosa y la muñeca, que al balón y el camión volquete. La madre, obcecada en corregir lo que llamaba “desviaciones” sexuales de su pequeño, se empeñó en interesarle por el sexo contrario y facilitarle esas experiencias antes de tiempo. Fue su mayor error. Le hizo sufrir un difícil complejo de impotencia e incomprensión que le hicieron convertirse en un ser extraño y amargado. El se sentía mujer y le obligaban a comportarse y malvivir como hombre. - . A tanto llegó la obsesiva pretensión de sus padres por enmendar la plana a la naturaleza, que hasta le obligaron a mantener relaciones sexuales con una prostituta. No se cómo se desarrollaría la escena. Su vida se convirtió en un verdadero infierno, eran otros tiempos, ya que lo ocultaron de amistades y reuniones y lo tenían casi recluido en su habitación evitando lo que consideraban una “vergüenza” familiar. Repudiaron a ese hijo como si sus inclinaciones fueran un estigma social y un pecado imperdonable. Al final, como era previsible, el chaval cayó en una fuerte depresión, que degeneró en un estado totalmente ausente de la realidad que le rodeaba. Es como si viviera aislado de todos. Vedado a toda posible salida sentimental y encerrado en su concha como el caracol. - Nació, desgraciadamente, en otros tiempos y con distintas costumbres. Si esos padres tan severos y empecinados en cambiar su natural orientación sexual, le hubieran comprendido y ayudado, no hubiera pasado nada de esto. Hoy sería normal y feliz. La madre murió poco después de internar a su hijo, ya que se negó a comer y tenía que vivir a base de pastillas. No pudo soportar el mal que le había causado, del que se consideraba responsable. Ya era demasiado tarde. Al final de sus días repetía constantemente el nombre del hijo, al que no le permitían visitar. Una tragedia familiar que podría haberse evitado si nadie intenta enmendar la plana a la naturaleza y deja discurrir la vida tal como se presentó. . - Este otro que ve escribiendo sobre la mesa, terminó dos licenciaturas al mismopo y con los títulos en su poder, al no encontrar trabajo en sus especialidades, tuvo que dedicarse a realizar encuestas domiciliarias para una empresa de detergentes. Un día, harto de soportar las burlas y malos modos del encargado, un “mindundi” que supo trepar, se enfrentó a él y a punto estuvo de cargárselo. Le tiró una papelera a la cabeza y ni la cirugía estética le pudo recuperar su aspecto anterior. A él, le atribuyeron trastorno mental y lo encerraron aquí, para librarlo de la cárcel. No es nada peligroso y tiene una cultura sorprendente. He leído algunos de sus escritos y versos, porque le gusta la poesía y tiene buenas aptitudes para ello. Ya quisieran muchos de los que publican y premian hoy día, con esas extrañas y desmedidas estrofas, tener su profundidad y su lirismo para enfocar y describir las ideas y sentimientos. - - Llegamos a la sala donde se halla mi familiar. Ni me reconoce, ni le reconozco. De no advertírmelo el director, hubiese pasado por su lado sin saber de quien se trataba. Éramos, aparte del estrecho parentesco que nos unía, grandes amigos y en multitud de ocasiones me había acompañado en mi labor profesional e incluso me ayudó a entrevistar a más de un actor y una actriz, sobre todo a éstas, ya que las mujeres se le daban muy bien. Era un joven atractivo, con una sonrisa contagiosa, extremada simpatía y un físico que despertaba rápidamente admiración y deseo de la dama en cuestión. Jamás he visto a un hombre con mayor capacidad y facilidad de ligar. -El alcohol, en todas sus variantes, desde la cerveza hasta el whisky, pasando por el tintorro, ponían a prueba su tremendo aguante. He sido asombrado testigo de una apuesta a base de beber botellas de cerveza. Cuando acabó y la ganó, llevaba bebidas cinco de la segunda caja tan fresco y normal. Y para celebrar su triunfo, iniciaba la ronda de los “caldos” escoceses. Fumador empedernido, bebedor impenitente, mezclador de sabores y grados en su estómago y poco dado a la comida, como todo el que bebe exageradamente, empezó a padecer “delirium tremens” y terminó con su magnífico y bien remunerado puesto en la empresa donde trabajaba, separado de su mujer y viendo elefantes rosas volando por la habitación. Un chaval admirable, con un porvenir magnífico y un presente maravilloso en todos los aspectos, que acabó convertido en un ser irascible, pendenciero y trastornado de mente, al que tuvieron que internar y más tarde hasta incomunicar, pues se transformó en un ser algo peligroso para el resto de sus compañeros. - Su mujer no quiso revelarnos donde se hallaba, ya que se trata de una persona bastante desagradable y poco familiar y nos ha costado años de búsqueda, pesquisas y hasta operaciones detectivescas averiguar su paradero. No se, si después de verlo en ese estado, hubiera sido mejor no haberlo encontrado. - Ahora soy yo el que sufre las pesadillas y ve monstruos sin probar el alcohol. Siento una pena tremenda al verlo en ese estado y pensar como ha degenerado en todos los aspectos. Una persona con todos los triunfos a su favor, que por obra y desgracia de la bebida se convierte en despojo humano. No he querido volver a verlo, aunque no he perdido su contacto a través de mi antiguo amigo el director del centro. Cualquier día recibiré la triste y esperada noticia de su definitiva pérdida. . - Al salir, el obispo continúa con el compañero. La charla parece muy productiva observando la conformidad y serenidad de su “pupilo”. Cuando paso ante ellos, me bendice con una sonrisa beatífica. Inclino la cabeza y le devuelvo el saludo. - Cuando salgo a la calle y me doy de golpe con el bullicio, los humos, los ruidos de coches y autobuses, los gritos de las gentes y toda esa parafernalia que acompaña a nuestro comunitario vivir, echo de menos el silencio y la tranquilidad del centro que acabo de abandonar y donde parece han encontrado refugio los que buscan la paz y el sosiego aislado de la cotidiana y callejera locura.

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