jueves, agosto 16, 2007

Enrique Badia, Made in China

jueves 16 de agosto de 2007
Made in China Enrique Badía

Hablar de millones de unidades siempre impresiona. Entre eso y la sequía de noticias propia del verano ha merecido gran realce la coincidente retirada del mercado de grandes partidas de juguetes Mattel —líder mundial del segmento— y baterías de teléfonos móviles Nokia compradas a la japonesa Matsushita, en ambos casos por defectos de fabricación considerados nocivos o peligrosos para la integridad personal del consumidor. La coincidencia de que unos y otras se hubieran fabricado en China ha dado lugar a toda una serie de juicios y presunciones sobre las capacidades productivas y la calidad de los productos provenientes del enorme país asiático.
Reza el refrán doméstico que un grano no hace granero y suele ser verdad. También puede aplicarse al evidenciado percance de la fabricación en aquel país, entre otras razones porque no puede considerarse que exista una sola China, sino varias, y no únicamente por su vasta dimensión. La peculiaridad de su régimen político ha configurado un modelo de desarrollo no menos singular. Así, junto a la prosperidad cuasi occidental de unas zonas, más de 700 millones de personas, sobre una población de 1.100 millones, siguen viviendo en áreas rurales cuya configuración está más próxima a los relatos medievales que a la multiplicidad de nuevos ricos que pululan por Shanghai. Asimetría que lógicamente se refleja en multitud de aspectos, incluido el nivel formativo de la sociedad. Lo que quiere decir que no todos los territorios chinos se encuentran en la misma fase de industrialización: unos llevan años, otros apenas están empezando a transitar, con lo que pueda comportar de fiabilidad.
Quiere decir que resulta tan poco aconsejable como en cualquier otro asunto emitir juicios cargados de generalización. No la eluden precisamente la mayoría de críticas que está apareciendo estos días, poniendo en tela de juicio todo cuanto incorpora made in China en su datación. Aunque, por contraste, casi ninguna se adentra en otros fundamentos de la cuestión.
Las empresas multinacionales —de eso se trata— acuden al gigante asiático para producir a menor coste, tanto por la presión de unos consumidores que quieren pagar precios más bajos, como guiados por el ansia —por descontado lícita— de aumentar o cuando menos mantener sus márgenes y, en definitiva, el rango de beneficios que reclaman los accionistas, analistas o, en conjunto, esos mercados siempre prestos a premiar o castigar expectativas, según se cumplan o no. Hasta aquí, todo normal. Lo reprobable es que lo hagan —si lo hicieran— descuidando los estándares exigibles de calidad.
Tanto Mattel como Nokia, responsables últimos de haber colocado el respectivo producto en el mercado dan la sensación de haber evidenciado serios fallos en sus controles internos de fabricación y suministro. Porque no conviene olvidar que la retirada y sustitución pomposamente anunciadas de los artículos defectuosos se ha producido tras la constatación de incidentes en el ámbito consumidor.
Son, por tanto, esas empresas, más que la genérica fabricación en China, quienes deberían ser objeto de crítica y quién sabe si algo más. Las autoridades responsables del consumo, por ejemplo, tendrían que ejercer sus potestades para corregir algo que, de haber existido, sólo se puede considerar irresponsable: usar a los consumidores como campo de pruebas y experimentación.

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