miércoles, agosto 22, 2007

El derecho de Gallardon

jueves 23 de agosto de 2007
El derecho de Ruiz-Gallardón
SI no fuesen patéticas, las reacciones a las declaraciones de Ruiz-Gallardón sobre cómo desea su futuro político -en el Congreso por la circunscripción de Madrid- resultarían cómicas. Todo dirigente que se precie, y más si, como es el caso, ha cosechado grandes éxitos electorales, tiene pleno derecho a manifestar en público y ante la dirección de su organización la naturaleza de sus aspiraciones. La oportunidad o inoportunidad de hacerlo es cuestión que él ha de valorar, y a buen seguro que lo ha hecho con tino. En un partido como el PP, en el que se ha instalado el quietismo -ni congreso ordinario, ni convención-, tiene toda la lógica que la pelea interna, que la hay, se dirima en la composición de las listas. Y ahí, en esa batalla, está Ruiz-Gallardón con todas las consecuencias.
Si otros mostrasen igual vocación por lo público y similar ambición por obtener el poder en limpia liza democrática como Ruiz-Gallardón, distinto gallo cantaría al primer partido de la oposición. La intolerancia -interna y de determinados sectores mediáticos que, curiosamente, ponen en duda el liderazgo de Rajoy con una frecuencia cíclica y le aconsejan que «fiche» a Rodrigo Rato de forma inmediata- responde al temor que la personalidad del alcalde de Madrid suscita en algunos sectores apalancados en el control de la organización, con perspectivas limitadas de éxito personal y con un futuro político improbable.
La reacción automática, incluso inusitadamente agresiva, contra la expresión pública de las aspiraciones del alcalde de Madrid dotan a su persona de una dimensión fuera de lo corriente y, lejos de deteriorarlo, lo subrayan como un dirigente que suscita filias y fobias, que es, justamente, lo que les ocurre a aquellos personajes públicos de relevancia. En política, como en tantas otras cosas en la vida, la medida de lo propio la dan las reacciones ajenas y, a tenor de las que suscita Ruiz-Gallardón en sus adversarios, su tamaño político les resulta excesivo.
El regidor madrileño, por lo demás, representa dentro del Partido Popular no sólo a un sector moderado y con gran capacidad de interlocución, sino también a aquellos que, desde su propia independencia de criterio y comportamiento, son fundadores del partido, al que han prestado permanente lealtad, ahora y cuando, antaño -ahí está el testimonio de Manuel Fraga respecto de Alberto Ruiz-Gallardón- hubo de recorrerse una larga y penosa travesía del desierto. En estas circunstancias, y a pocos meses de las elecciones, con un Mariano Rajoy que ha parado el reloj en su organización, los aspirantes deben levantar la mano y ofrecerse a concurrir a las elecciones, a fin de que los mejores -como ha recordado con oportunidad el vicealcalde de Madrid, Manuel Cobo- sean los que acompañen al presidente del Partido Popular en las listas. Será ahí donde se dirimirán los equilibrios internos, serán los nombres que se incorporen los que marcarán el sesgo del discurso político y serán, en definitiva, los que compitan en las urnas los que verbalizarán el patrimonio ideológico del Partido Popular, de su carácter centrista y reformador, dinámico y versátil, o continuista y rutinario, hermético y retrospectivo.
Los dirigentes del PP -por supuesto, también Eduardo Zaplana y Ángel Acebes, a los que debería molestar menos y reconfortar más la disponibilidad de Ruiz-Gallardón, agradecida por Mariano Rajoy- pueden y hasta deben manifestar sus preferencias y aspiraciones y, en ausencia de los foros estatutarios que el presidente del PP ha decidido mantener clausurados, debatir con transparencia acerca de las candidaturas de las próximas generales. Que ese debate genere algunas contradicciones y sea aprovechado por el siempre políticamente procaz José Blanco, secretario de Organización del PSOE, está dentro del guión y no comporta el más mínimo de los riesgos. La conmovedora preocupación de algunos por el liderazgo de Rajoy, supuestamente amenazado por el alcalde de Madrid, forma parte de una representación jeremíaca tan hipócrita como impostada. Está bien que Ruiz-Gallardón, con oportunidad o sin ella, los delate.

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