miércoles, agosto 22, 2007

Cambio de actitud hacia Bush e Irak

miercoles 22 de agosto de 2007
Cambio de actitud hacia Bush e Irak
FRANCIA es un actor esencial en la escena internacional, no solamente por ser uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, sino porque desde hace siglos ha encarnado y defendido -con mayor o menor acierto- ciertos valores universales que comparten todas las democracias. Por eso ha sido tan nefasto para todos los equilibrios globales el periodo de incomunicación entre París y Washington derivado de las divergencias sobre la oportunidad de la intervención aliada en Irak. La fractura se extendió al conjunto de Europa y en buena parte hizo que aquella operación naciese en cierto modo «coja» desde sus orígenes. El entonces presidente francés, Jacques Chirac, optó además por hacer de esta crisis una postura expresa, con todas sus consecuencias. Aunque su sucesor, Nicolas Sarkozy, pertenezca al mismo partido, resulta evidente que ha comprendido que ni es bueno para Francia nadar contra corriente, ni tampoco para la comunidad de naciones democráticas que Francia no esté a la cabeza de los grandes procesos geoestratégicos. Desde la llegada al Eliseo, su nuevo inquilino ha dado señales evidentes de querer dejar atrás esta parte de la política exterior de su antecesor.
La posición simplista de perseverar en la incomunicación hasta que termine el mandato de George W. Bush para abrir una nueva página cuando haya un nuevo presidente en la Casa Blanca habría sido una opción equivocada. No es razonable esperar una comprensión especial de un presidente norteamericano hacia alguien que haya querido ignorar deliberadamente a su antecesor. Además, puede que la situación en Irak sea en estos momentos catastrófica, pero los desafíos y las amenazas que están en el origen de la crisis que llevó a la intervención para derrocar a Sadam Husein no han desaparecido, ni mucho menos. La decisión de Sarkozy de tomar sus primeras vacaciones en Estados Unidos y de mostrarse cercano a George W. Bush es lo mejor que podía haber hecho un presidente francés en estas circunstancias, para Francia y para Europa. El viaje a Bagdad del nuevo ministro francés de Asuntos Exteriores ha sido, por otra parte, el mejor reflejo de que Francia quiere participar en los asuntos más importantes del mundo, independientemente de que en su visita a la capital iraquí Kouchner también dejara claro que no estuvo de acuerdo con la intervención militar.
El mundo se ha vuelto muy complicado para las democracias, y los asuntos de riesgo -el terrorismo, la nuclearización de Irán, las derivas políticas de Rusia y China, la expansión del populismo chavista, el cambio climático, etcétera- han adquirido una dimensión que no puede ser abarcada en solitario, ni siquiera por una superpotencia como Estados Unidos. El camino que ha marcado Francia, reforzando la alianza transatlántica, es el más indicado en estos momentos. Otros dirigentes políticos deberían seguir el ejemplo.

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