domingo, junio 03, 2007

Pio Moa, En la revista Chesterton

En la revista "Chesterton"
3 de Junio de 2007 - 18:50:09 - Pío Moa
Cuya lectura en general recomiendo, como una de las revistas de mayor interés en el mercado actual. En el número de junio:
"En esa línea acaba de salir un libraco sobre la transición, escrito por Nicolás Sartorius y Alberto Sabio. No valdría la pena ocuparse de él si no fuera porque avanza todavía un paso hacia el espíritu y el estilo de la checa. De su nivel y método pueden dar idea las siguientes lucubraciones sobre los secuestros de Oriol y Villaescusa: “Reinaba la confusión en el ambiente y la incertidumbre alcanzaba cotas máximas: ¿desde cuándo y hasta dónde tenía la policía sus infiltrados en el GRAPO? ¿Cómo pudieron atravesar Madrid a plena luz del día los secuestradores de Villaescusa sin que pasara nada? ¿Por qué al poco de encargarse el comisario Conesa de dirigir la operación culminó con éxito la liberación de Oriol y Villaescusa?”. Cuestiones perfectamente contestadas desde hace mucho tiempo: no hay la menor prueba de que la policía tuviera por entonces infiltrados ni confidentes en el GRAPO, como, en cambio, los tenía en el PCE, en CCOO o en el PSOE, los cuales llevaban años funcionando con muy pocas medidas de clandestinidad. Los secuestradores no atravesaron Madrid, sino una pequeña parte de la ciudad, como ha ocurrido en todos los secuestros o atentados terroristas, ¿o cree este par de… historiadores que la policía puede controlar todas las calles? Si así fuera, no se produciría ningún atentado. Y el modo como Conesa dio con el hilo que llevó al ovillo, ha sido ampliamente aclarado desde entonces.
Un historiador medianamente serio no puede plantearse siquiera cuestiones tan absurdas a estas alturas. Le basta con leer la abundante literatura del GRAPO, mi testimonio De un tiempo y de un país o el de José Barrionuevo sobre su paso por el ministerio del Interior, por poner algunos ejemplos. Pero nada de esto interesa a los autores, que prefieren pasar por alto las fuentes más elementales, con el fin evidente de embarullar al lector con enigmas bobos, pero no inocentes.
Ahora bien, nuestros profesionales de la cosa no se conforman con presentar tales enigmas al lector descuidado, enseguida encuentran la explicación: “Ya entonces se rumoreó que el raro desenlace se debió a un grapo llamado Pío Moa, que años después dedicaría su esfuerzo a ofrecer una versión dulcificada de Franco y su régimen con el apoyo político del entorno del Partido Popular”. ¿Se rumoreó entonces tal cosa? ¿Por qué no intentan demostrarlo estos caballeros de industria? En realidad nunca se rumoreó nada por el estilo. El rumor retrospectivo lo han inventado y hecho circular hace poco, más de veinte años después, a raíz de mis investigaciones sobre la guerra civil, que echan por tierra las versiones stalinistas sobre nuestro pasado reciente, servidas por nuestros lisenkos de la historiografía. También han inventado el bulo de que el PP me apoyaba. Y menos aún me he dedicado a dulcificar nada: simplemente estos demócratas a la staliniana han sido incapaces de rebatir mis trabajos en cualquier aspecto sustancial, por eso han de recurrir a tales infamias.
Viene luego una cita atribuida al general Sáenz de Santamaría: “Para mí que el tal Pío Moa era un infiltrado de Conesa. Fue muy sorprendente que pocos meses después de todo aquello apareciese escribiendo en Abc, ¡nada menos que en Abc! (…) Declaró que a Oriol lo habían cambiado de sitio varias veces pero que en ese momento lo tenían junto con Villaescusa en un piso de Alcorcón (…) Lo cierto es que Pío Moa apenas estuvo detenido y no llegó a ser procesado”. ¡Sorprendente, en verdad! Pues cualquier historiador de mediana solvencia puede comprobar fácilmente que escribí en ABC (y en Diario 16 y otros), no “pocos meses”, sino varios años después. Puede comprobar también que en aquella ocasión no fui detenido, ni “apenas” ni nada, como no lo fueron otros miembros de la dirección del PCE (r)-GRAPO, y sí me convertí, por una temporada, en el hombre más buscado por la policía. ¿Cómo podía “declarar” nada, en tales circunstancias? Puede comprobar asimismo, sin demasiado esfuerzo, que quien informó a la policía sobre el paradero de Oriol y Villaescusa –que no estaban entonces juntos, sino separados–, fue Cerdán Calixto, tras ser detenido. Cerdán dirigía precisamente los secuestros.
Aunque el general Sainz no era lo que se dice un águila, ¿pudo haber soltado tales sandeces? Me permito dudarlo, y más al conocer la fuente de sus supuestas palabras, el periodista Diego Carcedo, antiguo falangista radical y colaborador del órgano de la Falange, Arriba, uno de tantos intoxicadores afortunados que han “evolucionado” sin aclarar nunca por qué, aunque cabe sospechar para qué. En sus “biografías” disponibles en Internet ni se menciona su pasado al servicio de la Falange; como tantos, intenta borrar los rastros, borrar su propia historia, no obstante lo cual se declara historiador, faltaría más. Y, claro, el general ha fallecido y por tanto no puede desmentir al “honrado profesional” ni a los no menos honrados Sartorius y Sabio (¡menudo sabio!).
Un historiador, si quiere serlo en serio, no se dedica a recoger especulaciones gratuitas, ni a citar sin ton ni son, sino que procura contrastar unas informaciones con otras y discriminar la fiabilidad de las fuentes. Ninguno de estos dos honestos profesionales de la intoxicación cita mis testimonios, ni los del propio GRAPO. Ni siquiera se preguntan cómo es posible que continúen semejantes “enigmas” después de que los socialistas hayan estado trece años en el poder, teniendo a su disposición toda la documentación del ministerio del Interior, así como a los policías y varios presos. Llamativo, ¿verdad? Podría recordar también que diversos políticos socialistas y comunistas, no recuerdo bien si el propio Sartorius –pudiera ser– mostraron interés, poco después de la Transición, en que se destruyeran las fichas policiales, o al menos algunas de ellas. Alegaban que esas fichas suponían una especie de documento infamante para los distinguidos demócratas que ellos eran. ¿Documentos infamantes? ¿No constituían, más bien, el testimonio glorioso de su oposición a la dictadura y de su lucha por las libertades? Pues parece que ni ellos mismos lo creían.
He escrito que tales archivos deben contener gran cantidad de material valioso para la historia… si no han sido debidamente expurgados, como parece lo más probable. José Ramón Gómez Fouz ha utilizado información policial para escribir su muy interesante libro Clandestinos, sobre la actividad de comunistas y socialistas en Asturias bajo el franquismo, y deja bastante clara la profunda infiltración sufrida por estos partidos que, sin prueba alguna, acusan a otros de haber sido infiltrados. Confidentes policiales ocuparían altos cargos en el PSOE, llegando alguno a senador, lo cual explica el extendido interés por destruir los archivos. No fue, por cierto, una historia gloriosa, sino bastante sórdida. Lo indica el escritor José Ignacio Gracia Noriega en el prólogo al libro, citando el comentario de Vasílief, jefe de la Ojrana zarista, sobre la “psicología del traidor” y sus reacciones incontrolables de arrepentimiento y repentino odio fanático a la policía. Sin embargo, observa Gracia Noriega, “en España el confidente delataba para conseguir algún tipo de beneficio, bien en el orden material, recibiendo de oscuros presupuestos el equivalente a las treinta monedas de plata, o bien para preservar su seguridad. En ese ambiente el fanatismo estaba de más (…) Cualquier parecido entre el atormentado Gypo Nolan, de la novela de Liam O'Flaherty, y el delator de la policía franquista, que delataba a cambio de miserables prebendas, salvo el acto mismo de la delación, es inexistente”.
Por otra parte, un historiador que pretenda acercarse a la verdad y no intoxicar a sus lectores tiene a su alcance, también, las memorias del socialista Barrionuevo 2001 días en Interior. Barrionuevo, como los demás ministros de Interior, tuvo amplia ocasión de investigar el asunto, y he aquí sus conclusiones: “La pereza mental de algunos resiste todas las evidencias. En algún momento algún listo dictaminó que el GRAPO no era un grupo terrorista conveniente, que sus actuaciones eran sospechosas y que de alguna manera estaba influido por la policía. Desde que se formularon por primera vez estas absurdas e infundadas teorías se había avanzado considerablemente, con información plenamente contrastada, sobre los orígenes, desarrollo, composición y fines de los GRAPO (…) Pero daba igual. Los listos habían emitido su dictamen y no lo modificaron” (p. 190). La única objeción a Barrionuevo es que tales infundios no provenían de “pereza mental”, y que su partido estaba lleno de semejantes “listos”, unos procedentes del comunismo y otros del franquismo.
Obviamente, con estas observaciones no pretendo enseñar métodos historiográficos a Sartorius y su sabio compañero de fatigas, pues en realidad ellos van por otro camino, el de la propaganda negra y la provocación.

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