miércoles, junio 27, 2007

Jimmy Burns Marañon, Recordando a Blair

Recordando a Blair
27.06.2007 -
JIMMY BURNS MARAÑÓN

Lo recuerdo bien. El 2 de mayo de 1997 sentí que no sólo mi vida sino la de millones de compatriotas iba a cambiar para mejor tras la aplastante victoria electoral de Tony Blair. Nos encontramos por primera vez en la universidad a mediados de los 70. Blair iba a Oxford y yo estudiaba en el University College, pero un amigo común nos reunió una noche para discutir acerca del diálogo entre socialismo y cristianismo. Teníamos la misma edad, ambos habíamos sido educados en colegios privados, los dos éramos idealistas ante la necesidad de encontrar una tercera vía entre los dos antagonistas del pasado. Se inspiraba en parte en aquellos socialdemócratas en el seno del movimiento laborista que habían quedado desilusionados con el marxismo. Yo había recibido una educación jesuítica, y la influencia también del pensamiento liberal que heredé de mi abuelo, Gregorio Marañón. Recuerdo a Blair con pelo largo y rasgueando una guitarra, rechazando un canuto que circulaba por la habitación. El futuro político comenzaba ya a separarse del estudiante radical.Mientras yo me dediqué más tarde a escribir libros y al periodismo, Blair se formó en las artes de la abogacía antes de entregarse a tiempo completo a la política para convertirse en la única persona con el carisma, la inteligencia y el sentido común suficientes para sacar al país de la larga sombra de Margaret Thatcher y del mediocre gobierno plagado de escándalos de John Mayor. Así, me embarqué en las últimas horas del Primero de Mayo de 1997 en una especie de viaje personal como periodista y como ciudadano por Londres, siguiendo los resultados que iban apareciendo por televisión. Uno detrás de otro, iban desapareciendo los símbolos de la política de la intolerancia de derechas y de izquierdas para dar paso a una nueva generación de hombres y mujeres. La mayoría, diputados representando a un Partido Laborista revitalizado que parecía articular un nuevo sentido del bien común, diferente a los principios dogmáticos del pasado.Con un precioso sol de mañana de primavera, me uní a miles de personas en una fiesta en los aledaños del Royal Festival Hall, junto al río Támesis. Blair se subió a la plataforma y, eufórico, dijo: «Ha llegado un nuevo amanecer». Eso parecía en los días que siguieron. El primer Gobierno Blair pronto lanzó algunas iniciativas novedosas, como atribuir al Banco de Inglaterra una independencia total para establecer los tipos de interés, una medida que no figuraba en el manifiesto electoral laborista. Gran Bretaña firmó el llamado Capítulo Social, un paquete de medidas y políticas destinadas a proteger los derechos de los trabajadores rechazado por Thatcher. Blair estableció además un nuevo y generoso salario mínimo. Las reformas e inversiones en el sector público comenzaron a ser canalizadas hacia la sanidad, la educación y la vivienda. El nuevo ministro de Exteriores, Robin Cook, anunció una nueva política exterior 'ética', con un énfasis en los derechos humanos y en la transparencia. ¿Y Reino Unido ganó el festival de Eurovisión con 'Katrina and the Waves'!Diez años después, Tony Blair dimite como primer ministro mucho antes de las próximas elecciones generales, y asume su puesto Gordon Brown. No se va porque quiere, sino porque sabe que una mayoría del electorado británico no desea que permanezca al frente del Gobierno. Tras haber ejercido el cargo más que ningún otro líder laborista del pasado, ha agotado la confianza y la fe que muchos votantes depositaron en él, especialmente la de aquéllos que cambiaron su lealtad conservadora para darle su voto en 1997. Blair, como Churchill, cree que los historiadores le juzgarán con simpatía. Sin embargo, si el momento cumbre de Churchill siguen siendo los días en que los pilotos británicos salvaron a Europa de la tiranía nazi, Blair corre el riesgo de ver cómo su reputación queda manchada para siempre por su decisión fatal de unirse a EE UU en la intervención militar que depuso a Sadam Hussein, pero que también destrozó a la población civil iraquí y desestabilizó la región. La ocupación de Irak, tan pobremente planeada y ejecutada, ha entrado en su cuarto año sin una forma pacífica de poner fin al atolladero a la vista. Soldados y, sobre todo, civiles, mueren cada día en circunstancias terribles, y cualquier heroísmo que quede se pierde en esa sensación general de sangría humana innecesaria. El primer ministro saliente tomó la decisión de enviar tropas británicas al país árabe por las razones que él creía correctas, proteger la relación transatlántica, mantener la OTAN con vida, derrocar una tiranía. Pero fracasó a la hora de ejercer posteriormente la influencia necesaria sobre la política estadounidense, y fue incapaz de detener las tácticas 'cowboy' de Bush.En un discurso clave en Chicago en abril de 1999, Blair describió su visión de la necesidad de la intervención humanitaria. La denominó la «doctrina de la comunidad internacional», y declaró que «el problema de política exterior más urgente al que nos enfrentamos es el de identificar las circunstancias en las que deberíamos intervenir activamente en los conflictos de otros países». Así, convenció a Clinton para utilizar tropas de tierra en Kosovo, para poner fin a la limpieza étnica, y fue aplaudido por ello por refugiados kosovares y el mundo democrático. Fue su gran momento en política exterior. Se vio como un paso vital hacia el acuerdo que, en 2005, consagró en el marco de Naciones Unidas «la responsabilidad de proteger» como una justificación para la intervención de la comunidad internacional en conflictos domésticos. En Europa, como hemos visto también en el último Consejo Europeo, Blair ha logrado forjar un nuevo consenso entre los Estados miembros en torno a la necesidad de volver a conectar -si la UE aspira a cumplir con los ideales que la vieron nacer- con las necesidades reales de los ciudadanos, y de salirse de esa torre de engorrosa burocracia y directivas. Aunque los británicos siguen sin renunciar a la libra esterlina, en su haber está que Gran Bretaña sea hoy un socio cooperador, después de años de 'opt-outs' y tácticas de bloqueo con Thatcher y Major. En política interna, la corrupción era mayor bajo los gobiernos conservadores, pero Blair cometió el error de prometer hace años que las políticas de su Administración serían limpias. Y los medios británicos se han agarrado con fuerza al hecho de que altos responsables del Partido Laborista -y el propio Blair- hayan sido interrogados por la Policía bajo la acusación de vender títulos nobiliarios a cambio de donativos. En materia económica, debe gran parte del crecimiento y la estabilidad que han caracterizado estos diez años a la buena gestión del ahora nuevo primer ministro, Gordon Brown. Gracias a su sucesor, y a algunos hábiles asesores dentro y fuera del Gobierno, Blair puede reivindicar el haber elevado el problema del cambio climático a lo más alto de la agenda global. Pero, sobre todo, la gran aportación de Tony Blair es la construcción de la paz en Irlanda del Norte, donde ha logrado que la reconciliación entre un furibundo unionista y un comandante del IRA parezca una simple cuestión de sentido común, humanidad y democracia. Ahí hemos visto a Blair en la cima de sus dotes de hombre de Estado, paciente, resistente, convincente y visionario. Le echaré de menos.

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