sabado 30 de junio de 2007
Traición a España
Ismael Medina
G UERRA y paz son como la pescadilla que se muerde la cola. La paz no puede entenderse sin el contrapunto de la guerra. Y viceversa. Lo percibió y plasmó nuestro Quevedo en muy transitados versos: "Sale de la guerra, paz;/ de la paz, abundancia;/ de la abundancia, ocio;/ del ocio, vicio;/ y del vicio, guerra". El hombre ha estado en guerra consigo mismo o con el otro desde su mismo origen. La paz no ha sido otra cosa en la historia humana que un periodo más o menos breve de descanso entre guerras, bien o mal aprovechado. Es la causa de que no haya perdido vigencia la vieja máxima latina de si quieres la paz, prepárate para la guerra. Lo absurdo, lo estúpido, lo suicida es ir a la guerra sin la voluntad y los medios necesarios para combatirla y ganarla. Se trata de una inexcusable memoria histórica que obliga sobre todo y en cada coyuntura a quienes están al frente de los designios de un pueblo. Me llamó la atención desde niño, y es una de las muchas lecciones debidas a mi padre, un gran maestro nacional, lo habitual en el mundo animal de los signos externos de poder y ornamentación de los machos y su paralelismo con los vistosos uniformes de los militares en todos los tiempos. También hoy, pese a imperativos de funcionalidad y adecuación a las nuevas tecnologías para el combate. Y aunque las feministas me cuelguen sambenitos, añado respecto a la aludida equivalencia que a la mujer atrajeron siempre los uniformados, especialmente en tiempos conflictivos, pues intuían tras de ellos una imagen de fortaleza y de valor. O si se quiere, de garantía real o presunta de perpetuación de la especie. Y en esa misma línea nada de insólito encierra la evidencia de que en periodos de abundancia, ocio y vicio a los que se refería el incisivo Quevedo, hoy vigentes, se cultive con énfasis la imagen del galán con apostura y musculatura varoniles. Un ocasional y chulesco sucedáneo, a la postre, de la condición militar, imagen hoy degradada y socialmente orillada. LA DEGRADACIÓN DE LAS FUERZAS ARMADAS COMENZÓ CON SUÁREZ SE ha registrado en todos los ciclos de crecimiento y decadencia de civilización, imperios y pueblos un punto de inflexión que marca la diferencia. Me refiero a la traslación desde la república de la armas y de las letras, para nosotros simbolizada por la estatua yacente del Doncel de Sigüenza, al huero pacifismo "progresista" que se expandió por el mundo occidental a partir de la movida hippie de las campas de Berkeley y en Europa se tradujo en el mayo francés del 68. En lo más desolador y sórdido de esa onda hace Rodríguez funambulismo de saltimbanqui ciego y sin olfato. Rodríguez y sus huestes son el subproducto terminal, conviene subrayarlo, de un nauseabundo proceso de desfondamiento de la moral castrense y del espíritu colectivo de defensa que emprendió el vicepresidente del gobierno y teniente general Gutiérrez Mellado, con el beneplácito de Adolfo Suárez y del monarca. Conviene recordarlo. La amnistía general que siguió a las elecciones generales de 1977 se nos presenta todavía hoy como el cierre de la cúpula de la democratización, bajo la cual fulguraría el ara de la reconciliación. No fue así en la realidad. Aún proviniendo del franquismo la democracia partitocrática y la mayoría de sus fautores, según expliqué en mi anterior crónica, pronto se le vieron las orejas de un visceral antifranquismo, recrecido hasta la exasperación con la llegada al poder de Rodríguez. Aquella amnistía fue apresurada por exigencias encubridoras que poco tenían que ver con lo pregonado. Y alcanzó a los terroristas etarras bajo la falsa presunción de que su objetivo criminal había sido la lucha contra el régimen de Franco. O por un exceso de amor a la libertad y a la democracia, que se dijo para justificarlo. Se ocultó lo que era de sobra conocido: que ETA, con el respaldo maniqueo del nacionalismo secesionista, había declarado la guerra al "Estado español" hasta la consecución de la independencia de Vascongadas y la anexión de Navarra. Y siguió matando a ritmo frenético pese a que los constitucionalistas dejaron abierto un pernicioso y excitante portillo que el nacionalismo secesionista y su brazo armado han aprovechado hasta hoy con creciente determinación. Continuó sin apenas respiro la guerra contra España. Una guerra irregular, si se quiere. Pero guerra. Incluso lo confirmaban la estructura y nomenclatura etarras: una rama militar, cuyas unidades operativas se denominaban comandos, y otra política, ambas bajo la dirección de una suerte de gobierno con poderes excepcionales. ETA consiguió que sus propias denominaciones bélicas fueran asumidas hasta hoy mismo por los políticos y los medios encandilados con la "joven democracia". Fue su primera victoria dialéctica, cuyas funestas consecuencias sufrimos ahora con muy superior gravedad gracias a la paranoia pacifista y desintegradora de Rodríguez. Las acciones de la guerra irregular combatida por ETA contra el "opresor Estado español", tanto las selectivas como las indiscriminadas (de lo uno y de lo otro ha habido también en las llamadas guerras convencionales), se dirigieron con preferencia en aquellos tiempos contra mandos, efectivos y centros militares (la Guardia Ciivil, conviene recalcarlo, es un Cuerpo Armado del Ejército de Tierra). Gutiérrez Mellado tomó dos insidiosas y cobardes decisiones: que los militares sólo vistieran el uniforme en el interior de los recintos castrenses y lo hicieran de paisano fuera de ellos; y que los funerales por los muertos a manos de ETA se celebraran de forma semiclandestina en escenarios cerrados y se hurtaran al homenaje que le debían la familia castrense y la sociedad. Se quebraron principios esenciales que siempre han sostenido a los ejércitos, entre ellos el orgullo de servir a la Patria hasta la muerte y mostrarlo en público. Fue aquél, sin duda, el primer e inicuo sarretazo a la moral castrense, cuyas negativas consecuencias acentuarían sucesivos gobiernos. Y es que también entonces, aunque encubierta, afloraba una revanchista y torticera "memoria histórica", propia de conversos y de turbios personajes con el estigma asumido de vencidos, que identificaba a los Ejércitos con el franquismo. No es ocasión de relatar el proceso que desde aquellos iniciales despropósitos nos ha conducido por sucesivas etapas degradatorias a la existencia de unas jibarizadas Fuerzas Armadas de recluta mercenaria, mal dotadas de medios acordes con las amenazas a que nos enfrentamos y cuyos mandos superiores se seleccionan desde el poder político más en razón de perfiles sumisos que de capacidad objetiva para la misión que les compete. Acerca de este desmantelamiento suicida de las Fuerzas Armadas en lo moral y lo material escribí "España indefensa" (Ediciones Dyrsa, 1986), libro del que recojo estas palabras finales: "Pero cuando un pueblo y sus más vitales instituciones admiten, sin un mínimo asomo de pasión restitutoria, que se proclame de mil maneras la muerte de España, hay motivos sobrados para temer lo peor". Y lo peor ha llegado, aunque no lo último. A UNA GUERRA SE VA PARA COMBATIRLA Y GANARLA CUANDO un gobierno desplaza unidades militares propias a una zona exterior de conflicto ha de ser consciente de que envía a sus soldados para combatir a un enemigo, sea uniformado o no. Y que si éstos asumen el riesgo de morir, los políticos que los desplazan han de apechar con la responsabilidad de las consecuencias que se deriven de un planteamiento erróneo de la misión encomendada y de dotarlos de medios inadecuados para algo más que su propia defensa. A la guerra no se va para juegos florales. Se va para combatirla con el propósito de vencerla y de ganar el derecho a imponer la paz. El general norteamericano Patton, uno de los generales míticos de la II Guerra Mundial junto al alemán Rommel, lo expresó con aleccionadora rudeza (Cito de memoria, pero en términos bastante exactos).: "Yo no mando a mis soldados a morir como cabrones. Los mando para que mueran como cabrones los soldados enemigos". Algo que Rodríguez desconoce, aquejado como está de un delirio pacifista que nos conduce al desastre en política interior y exterior. El pasado martes conecté con Telemadrid para presenciar el programa de debate de Saez de Buroaga. Un formato habitual en emisoras de televisión y radio en que comparecen casi los mismos participantes y desembocan en desabridos enfrentamientos entre los defensores a ultranza de los desaguisados gubernamentales y los alineados con las tesis de la oposición. Personajes, por lo general, formalmente vinculados a unos u otros partidos o de periodistas a ellos adscritos. Un permanente diálogo de sordos en que sobresale y suele imponerse el cinismo subordinado de los aferrados a la nómina de Alicio Rodríguez y el recurso último al improperio cuando carecen de una respuesta válida a cualquier argumento razonable. Empeño en que descuella María Antonia Iglesias, una suerte de irascible Pasionaria pasada por una prensa hidráulica. Fuera de sí, llegó a acusar de criminales, dirigiéndose a Alfonso Rojo, a quienes atribuyen al gobierno rodriguezco, no sin elementos de causa, la responsabilidad política de los recientes lutos en Líbano. De poco le valieron a Alfonso Rojo su vital experiencia como corresponsal de guerra en múltiples escenarios. Ni a Aristegui su envidiable conocimiento de la entretelas políticas de los conflictos, sobre todo en la hoguera de Oriente Medio, y de lo que se cocina en el seno de la ONU. La Iglesias y compaña se comportan como los muñecos de un torpe ventrílocuo, en este caso de Pepino Blanco. Pepito Bono, el pastelero de Toledo y navajero de Albacete, y que, como el tero, en un lugar canta y en otro pone el huevo, dio la clave de la política militar de Rodríguez cuando, a sus órdenes, era ministro de Defensa. Prefería morir a matar. Sería admisible como actitud personal. Pero no como imperativo lema militar en sustitución del tradicional "Todo por la Patria", médula del espíritu castrense de entrega y de servicio a España. Al contrario que Patton, el gobierno Rodríguez y sus acólitos, prefieren enviar a nuestros soldados a que mueran como cabrones en escenarios lejanos, bajo el paraguas manoqueo de la ONU, a que lo hagan a sus manos cualesquiera miembros de las múltiples unidades de combate del neoimperialismo islámico. ¿Misiones humanitarias? ¿Misiones de paz? Meras coberturas dialécticas para enmascarar una intervención militar al amparo del "derecho de injerencia", invento francés hecho suyo por las Naciones Unidas en numerosos acuerdos y declaraciones del Consejo de Seguridad. Una pantalla movible encaminada a justificar el derrocamiento de regímenes totalitarios, reales o presuntos, seleccionados a conveniencia para sustituirlos por aleatorios y subordinados sistemas democráticos de partidos. Así lo entendieron todos los gobiernos que han enviado unidades de sus Fuerzas Armadas a Iraq, a Afganistán, a Líbano y a otros tantos escenarios conflictivos de la Europa balcánica, Asia, Africa o el Caribe. Todos, menos el español actual. Han procurado esos gobierno dotar a sus fuerzas expedicionarias de los mejores medios defensivos y ofensivos a su disposición, conscientes de los riesgos y de las exigencias que entraña una guerra, sea convencional o no. Todos, insisto, menos el que nos desgobierna en España. Mientras esas otras naciones honran a sus muertos como caídos en combate, en España se les despide de manera miserable como muertos "en accidente". O "asesinados" ocasionalmente por una partida de bandidos, igual que si se tratara de policías abatidos por los atracadores a un banco. UNAS FUERZAS ARMADAS EN PRECARIO LOS 62 soldados que viajaban de retorno de Afganistán en el "Yack 42" murieron al estrellarse el avión, fuera por causa del mal tiempo, un falo técnico o un error del piloto. Nunca se aclaró del todo. Aunque murieran en accidente, no lo fueron "por accidente". Murieron en acto de servicio, de la misma manera que se considera accidente de trabajo al obrero que lo sufre camino del tajo o de vuelta a casa. Pero no era esa la cuestión capital sino el motivo por el cual se alquiló para su transporte el avión a una compañía privada, en vez de utilizar lo asignados al Ejército del Aire. No se trataba entonces, como tampoco ahora, de una carencia en sentido estricto. Se oculta que en torno al 70% del presupuesto de mantenimiento de la flota aérea militar lo absorbe, ahora con especial fruición, el de la flota de aeronaves y helicópteros utilizados a esgalla, incluso para caprichos personales, por el monarca, el presidente del gobierno, sus ministros y otros capitostes de inferior categoría. Las horas de entrenamiento del personal de vuelo son cicateras por necesidad. El "accidente" de los Caguar en Afganistán se debió a su vulnerabilidad, ya que se trataba de aeronaves diseñadas para observación marítima y carentes del blindaje y de las armas ofensivas propios de helicópteros de combate. Las insuficiencias de la Fuerza Aérea se extienden a la Marina y al Ejército de Tierra. El problema es de muy superior entidad al tan manoseado estos días de la ausencia de inhibidores de frecuencia en los BMR enviados a Líbano, en vez de los blindados "Pizarro" y "Leopard", asaz más acordes para la guerra contra el imperialismo islámico que se libra en Oriente Medio. Carecemos de unas Fuerzas Armadas en número y recursos acordes con las exigencias actuales de una razonable política de defensa. Fue un disparate, forzado por el antimilitarismo de los gobiernos anteriores, la tan aplaudida decisión del presidido por Aznar de crear unas Fuerzas Armadas profesionales de incorporación voluntaria, cuyo continentes no logra completarse pese al alto porcentaje de inmigrantes hispanoamericanos que lo integran. Una opción que solo pueden afrontar naciones ricas y cuyos gobiernos no regatean inversiones presupuestarias destinadas a Defensa. PARA GANAR LA PAZ HAY QUE GANAR ANTES LA GUERRA LA guerra que se libra en Irak, Afganistán y Líbano contra ejércitos irregulares abastecidos por Irán y Siria es una guerra de contención frente al expansionismo islámico. Un neoimperialismo que no oculta su objetivo de reconquistar Al Andalus, la entera Península Ibérica, en la que introduce un quinta columna en aumento. Y que también hoy la concibe como plataforma indispensable para penetrar en el corazón de Europa. Hierve el fundamentalismo islámico, armado y político, en todo el Norte de Africa. En nuestra vecindad, bajo vientre de Europa. No es aventurado suponer que un día se haga con el poder en Argelia y Marruecos. Y si no se corrige de manera radical la deriva de quiebra de las unidad nacional puesta en marcha por los constitucionalistas de 1978 y llevada por Rodríguez a sus más letales consecuencias, amén de la suicida jibarización de nuestras Fuerzas Armadas, nos encontraremos en situación parecida a la de la España visigótica de don Rodrigo frente a las hordas bereberes de Tariq. De ahí la importancia capital de aniquilar al enemigo en sus mismas surgientes mediorientales, incluido Iraq. Y si fuera preciso, mediante una guerra internacional de grandes proporciones para abatir los actuales regímenes tiránicos de Irán y Siria. Pepino Blanco, López Garrido y sus comparsas mediáticos vuelven una y otra vez sobre la culpa aznariana de la guerra de Irak y la fotografía de las Azores . Una obsesiva tapadera a falta de argumentos atendibles para justificar sus errores. Estos días, mientras la progresía española y europea la emprendía contra Bush, Blair y Aznar, era condenado a muerte en Iraq el lugarteniente de Sadam Husein apodado "el Químico", culpable de la aniquilación de miles de kurdos mediante la siembra de unos gases letales que también fueron empleados en la guerra con Irán. ¿Se quiere mayor prueba de la existencia de armas de destrucción masiva en manos del tirano iraquí? No fueron encontradas por las tropas aliadas tras la invasión en cumplimiento de la teoría democratizadora del "derecho de injerencia". Pero existieron y se utilizaron con anterioridad. No es descabellada la sospecha de que fueran escondidas en las colindantes Siria e Irán, ésta convertida hoy en potencia nuclear. Se calla asimismo que la aplicación a Iraq del democrático "derecho de injerencia" fue avalado por resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Y que allí quedaron fuerzas de otras naciones cuyos máximos dirigentes no estuvieron en las Azores, cuando nuestras tropas abandonaron precipitada y vergonzosamente el territorio iraquí por orden perentoria de Rodríguez. No diferían aquellos dictámenes en su contenido de los posteriores a que se acogió ese mismo Rodríguez para enviar fuerzas expedicionarias españolas en "misión de paz" a las guerras de Afganistán y Líbano. Pero como su misión era "humanitaria", se ordenó a nuestros soldados de no respondieran con parigual o mayor dureza si eran atacados. A seguir con disciplina la doctrina Bono de morir y no matar. O dicho a la manera de Patton, de morir como cabrones a la sombra de la Alianza de Civilizaciones, mero remedo de la política de claudicación ante ETA. Y existen pruebas fehacientes de las conexiones entre ETA y el terrorismo islámico por mucho esfuerzo que se despliegue para ocultarlo. PREGUNTAS INQUIETANTES E INEXCUSABLES NO entraré en la disputa de si fueron galgos o podencos los inductores, organizadores y autores de la matanza del 11 de marzo de 2004, a la que Rodríguez y el P(SOE) deben su acceso al poder. Ni lo sabremos sea cual sea la sentencia del Tribunal de la Audiencia Nacional que juzga a los señalados como culpables próximos de los atentados. De ellos que puede decirse, recurriendo al tópico, que ni son todos los que están ni están todos los que son. Llama la atención, no obstante, que se haya conocido con presteza el uso de explosivo militar C-4 que ocasionó la muerte de seis de nuestros soldados en la reciente acción de guerra en Líbano y desconozcamos, transcurridos tres años, el tipo de explosivo de pareja potencia destructiva que se utilizó en los trenes de Atocha. No cabe otra explicación plausible, o sospecha, que existió desde el primer momento un llamativo interés en ocultarlo. Tentación nada insólita en quienes con la mentira y la manipulación han pervertido la política de Estado. También respecto de la retirada de Iraq y la contradictoria intervención en las guerras "pacificadoras" de Afganistán y Líbano. Territorio este último en que, a diferencia de Iraq, Francia conserva intereses y rescoldos de antigua potencia colonial que le incitan a su implicación. Rodríguez no introdujo en su campaña electoral la promesa de retirar nuestras tropas de Iraq y un rupestre antinorteamericanismo por que así conviniera al interés de España. Ni por desmelenada demagogia. Tampoco su cumplimiento nada más alzarse con el poder. Lo hizo a instancias de Chirac y al servicio de la política exterior del Estado francés en aquella coyuntura. Lo que mueve a dos interrogantes que algún día tendrán respuesta: ¿Qué prometieron Chirac y el Gran Oriente de Francia a Rodríguez luego de su ascenso a la secretaría general del P(SOE)? ¿Y qué gravosa deuda contrajo y les debió en adelante? Preguntas de parecida índole pueden hacerse respecto de los nacionalismos separatistas y las ramas política y militar de ETA. Y asimismo del descabellado respaldo a la penetración islamista en España. Es cierto el arraigo del federalismo revolucionario en el socialismo español. También que los separatismos vascongado y catalán, como se demostró durante nuestra guerra, son capaces de aliarse con el diablo para alcanzar sus objetivos secesionistas. Y que no desdeñan valerse del terrorismo, de la guerra encubierta, para presionar al gobierno de la Nación, sobre todo cuando perciben su debilidad. O que lo saben obligado por oscuros centros de poder a satisfacer sus exigencias. Todo ello es conocido. Pero el descaro, la superchería y la tozudez de Rodríguez en llevarlo adelante ni tan siquiera alcanza una explicación razonable en la cortedad de su inteligencia, en su inclinación a la tarangana o en su paranoica naturaleza. Acaso radique en su comprobada propensión a esconderse en momentos críticos. Una innata cobardía característica de los déspotas sin talento, siempre proclives a la claudicación ante los que pueden hacerles mayor daño. ETA-Batasuna tiene atrapado a Rodríguez. Pero no sólo por los compromisos adquiridos en el curso de las negociaciones emprendidas desde 2002, a espaldas del pacto antiterrorista con el PP y de la Ley de Partidos. Su perversa entidad era de dominio público desde antes que ETA-Batasuna comenzara a desgranarlos a través de "Gara". Algo de muy superior gravedad para Rodríguez se guarda ETA para chulearlo. Y también ERC que igualmente lo tiene cogido por los huevos, que diría Trillo. ¿Acaso debamos remontarnos a la tenida de Carod-Rovira con Ternera en las proximidades de Perpiñán, en la que, además de los acompañantes de confianza de ambos, participaron seis misteriosos personajes, mitad por mitad franceses y españoles? Barrunto, a tenor de lo sucedido después, que allí se fraguó una traición de gran alcance y de muy problemático remedio en las actuales circunstancias.
sábado, junio 30, 2007
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2 comentarios:
Don Ismael Medina Cruz, sabio español
¿Don Ismael Medina? ¡Casi nadie al aparato......!!!
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