domingo, marzo 04, 2007

Muerte de una española (Idoia) En un polideportivo

domingo 4 de marzo de 2007
En un polideportivo
HABÍA nacido en un pequeño rincón de ese portentoso espinazo montañoso que vertebra el occidente de Lugo. Allí vino al mundo, junto a los serpenteantes Narla y Parga, que tributan su caudal al padre Miño kilómetros más allá. Hace más de una semana regresó a Friol, de noche y ya muerta, tras haber entregado su vida por España. Idoia volvía pues a su localidad natal, abandonado el anonimato que acompaña a tantos y tantos héroes sin nombre por el hecho de haberse convertido en la primer soldado que pierde la vida en una acción en el exterior de los Ejércitos. Una mujer...
Afganistán, un lugar a miles de kilómetros repleto de gente extraña y necesitada de ayuda, era la penúltima parada de su hoja de ruta, dramáticamente cortada por una mina escondida en las inmediaciones de uno de los hostiles pedregales de un sitio llamado Herat. Murió Idoia con todo el honor de aquellos que dan lo más valioso que tienen porque su país así se lo requiere. Generosa ofrenda la suya, merecedora, sin duda, de unas exequias en el patio de armas del Cuartel General del Ejército, en el altillo de Buenavista, allí donde tradicionalmente se les ha dispensado el último adiós a los soldados españoles.
No fue así. Se eligió el polideportivo de Friol para rendir el homenaje postrero a Idoia, horas después de que el presidente del Gobierno le impusiese, en un acto celebrado casi de madrugada, la Medalla al Mérito Militar con distintivo amarillo, y no rojo, que es el reservado para misiones de guerra. Dice el Ministerio de Defensa que no pudo constatarse que en el estallido de la mina que mató a Idoia hubiese «un hecho de armas». Debe ser que ahora en el país «de las ansias de paz infinitas» las minas sólo son lo que llevan los lapiceros de la escuela para hacer sumas con llevada... y ya llevamos muchos muertos en Afganistán para ser una misión de paz, como insiste el iluminado monclovita.
De la misma manera que en esa nación «del talante y el buenismo» los talibanes son gente normal con un mal pronto y la insurgencia, sólo unos tipos un poco díscolos, en «el mundo maravilloso» de Zapatero a los soldados caídos por España se les despide en la cancha de baloncesto (el deporte preferido del presidente del Gobierno) del pueblo natal de cada uno.
Del rojo al amarillo hay un buen trecho en cuestión de medallas, el mismo casi que separa un polideportivo del patio de armas de la Casa del Ejército, que custodia inmejorablemente el Regimiento Inmemorial del Rey Número I. Y no se trata del dinero que acompaña a la distinción póstuma, pues nada hay tan valioso como la vida. El dinero sólo es dinero. Se trata en realidad del fuero, de lo que España y los españoles deben dedicar a aquellos que envían a miles de kilómetros a representarles y que les son devueltos con el silencio desgarrador de la muerte guardado en un ataúd envuelto con la bandera de España.
Un funeral rápido -como pretendía la familia de la soldado muerta- es perfectamente compatible con los honores que el Estado y el Ejército debían a Idoia. No fue así y es una pena. Porque ya son demasiadas las veces que el Gobierno de Zapatero trata de pasar de puntillas sobre la peligrosidad de la misión de las Fuerzas Armadas en Asia Central. Basta ya de intentar proyectar la imagen de que las tropas españolas están en suelo afgano haciendo escuelas y hospitales o potabilizando el agua de las charcas. No es que no sea verdad, que no lo es, sino que además es injusto incluso insinuarle a gente tan valiente que -como Idoia y sus compañeros- se están jugando literalmente el pellejo.
¡Un polideportivo de pueblo! Creo que la primera soldado española muerta en el exterior merecía mejor despedida. Al menos sin esa espantosa nocturnidad que quizás intentara ocultar una mala conciencia.

No hay comentarios: