viernes, marzo 23, 2007

Miguel Angel Loma, La eutanasia que viene

sabado 24 de marzo de 2007
La eutanasia que viene
Miguel Ángel Loma
E N el episodio de la triste muerte de Isabel Echevarría en un hospital de Granada, mediante la retirada del respirador artificial que la mantenía con vida, hay una circunstancia que no podemos ignorar: la manipulación del caso para introducir y «normalizar» el debate de la eutanasia. Pero no nos engañemos, la eutanasia que viene, y que ya tenemos con la guadaña asomando la patita por la puerta de los medios de comunicación y de algunos hospitales, más que legalizar situaciones como ésta o la de Ramón Sampedro, legalizará situaciones similares a los casos de «sedación irregular» que se dieron en el 2005, en el servicio de Urgencias del hospital Severo Ochoa de Leganés, bajo la dirección del doctor Luis Montes. Para quien no conozca el caso, este médico aplicaba un protocolo de contundencia tan sedativa a los pacientes que ingresaban en su servicio, que hizo saltar las alarmas al comprobar que el número de muertes rompía las estadísticas habituales. (Curiosamente, cuando uno de esos pacientes fue el padre del propio doctor Montes, no se aplicaron los criterios del temible protocolo y pudo salir del hospital sin dejar huérfano a su hijo). En el caso de Inmaculada Echevarría, al menos fue ella quien decidió que acabaran con su vida (lo que, obviamente, no suprime el rechazo moral del acto, ni quita tristeza al asunto), pero en la futura eutanasia, aunque se aprobará invocando este tipo de casos que resultan más «justificables» y vendibles a la sociedad, serán otros quienes decidirán sobre la vida del eutanasiado. Al principio se tratará de procurar una «muerte digna» a personas muy enfermitas y que la hayan solicitado; después se interpretará la norma (o se modificará) de un modo más flexible, para poder suplir la voluntad del «interesado» en los casos que se considere imposibilitado para prestar su consentimiento; y finalmente, se abrirá la mano del matarile eutanásico para todos los que se encuentren en una determinada situación, a criterio del comité ético de turno. El ejemplo más claro del efecto expansivo a que tiende la progresista cultura de la muerte, lo tenemos con el aborto; aprobado para unos supuestos casos muy excepcionales, y que ha acabado convirtiendo a España en el mayor abortódromo de Occidente, con el exterminio anual de unas cien mil criaturas, bajo un fraude de ley tan grosero como consentido por quienes disponen de los medios para combatirlo. No se me olvida un programa relativamente reciente de Canal Sur TV sobre la eutanasia, y cómo el público asistente, integrado mayoritariamente por personas de provecta edad, aplaudía alborozadamente todas las intervenciones favorables. Dudo mucho de que aquel venerable público fuera consciente de que, en realidad, estaban avalando con sus aplausos que, en un futuro no muy lejano, un tercero disponga sobre la conveniencia de mantenerlos o no con vida, atendiendo a que sus cuidados resulten excesivamente gravosos para el sistema sanitario, o para la propia familia; sea lo que fuere en ese momento ya la familia.

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