martes, marzo 27, 2007

Las dos patadas

Las dos patadas
Rafael González Rojas

27 de marzo de 2007. Ya se ha llegado a la violencia física en la confrontación política. Al militante socialista, miembro del Foro Ermua, Antonio Aguirre, le han dado una patada en sus partes en la puerta del Palacio de Justicia de Bilbao. Se la ha propinado un militante del PNV, a quien la Ertzaintza tuvo a bien dejar en libertad. Esta patada física hay que relacionarla con otra patada intelectual propinada al PP por el poderoso don "Jesús del gran poder", como se apoda al señor Polanco, por ser dueño de una poderosísima flota de mass media, cuyo buque insignia es el El País, al que escoltan dos destructores (nunca mejor empleado el vocablo), la cadena SER y la Cuatro, de televisión, amén de una serie de buques auxiliares, propios o mercenarios, que tienen tomado informativamente todo el territorio nacional. Como se sabe, este poderoso ciudadano, producto del franquismo, ha acusado precisamente de franquistas y de guerracivilistas a los miembros y seguidores del PP. O sea, a unos diez millones de españoles. Lo que faltaba. Éramos pocos y parió la abuela. Lo que no hace sino crispar más el ambiente al enguizgar más a los dos importantes bandos. Por una parte el PSOE y toda la caterva de aliados, estimulados, y por otra el Partido Popular, ofendido, a quien hay que admitir que le hace mucho daño un indeseable y a veces inevitable acompañamiento de extrema derecha, quienes no sólo insultan a los miembros del Gobierno sino que también zahieren a los propios dirigentes del PP por su blanda oposición. Otros les llaman "maricomplejines", un apelativo de mal gusto por lo peligrosamente anfibológico que resulta al oído. Los últimos episodios, principalmente la excarcelación de De Juana; la exculpación de Otegi, para lo que el fiscal general del Estado ha perpetrado todo un golpe, unido a su empecinamiento en impedir que los jueces actúen contra Batasuna, son hitos que van marcando la determinación de Rodríguez Zapatero de favorecer a ETA en sus exigencias, con lo que espera evitar la acción armada de las partidas etarras. Pero estas decisiones son las que han creado ese creciente malestar de los ciudadanos, que le ha permitido al PP ganar la calle. La irrupción de Polanco en el crispado debate ha sido otra provocación contra una oposición a la que cada vez se teme más. Pero Mariano Rajoy, en mi modesto entender, no ha debido entrar al trapo. Es tan grave la sinrazón de Polanco que ella solita, como un bumerán, le iba a dar en los hocicos. Rajoy no debió solicitar ningún boicot contra los medios de Prisa. Ni prohibir a sus líderes que acepten entrevistas o participar en debates de esos medios. Debió, sí, responder con toda dureza y relatar las hazañas y el pasado político de los dirigentes de Prisa, pero nada más. Cada vez hay más ciudadanos que no compran El País, ni escuchan la SER, ni ven la Cuatro. No, don Mariano, no era necesario que usted tocara a rebato contra Prisa. Eso es propio de Pepiño Blanco y Rafa Simancas, pero no de un demócrata serio como usted.

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