viernes, marzo 09, 2007

Joan Pla, Mas deudas secretas

sabado 10 de marzo de 2007
Mis deudas secretas
Joan Pla
U NA vez más, en poco tiempo, me encuentro, como el poeta, "acorralado entre el mar y la tristeza", pero ¿ qué culpa tiene el mar – me pregunto – de que aflore la tristeza en mis escritos o por qué razón estoy triste si el mar sigue siendo el mismo ? Creo que debería modificar el verso de Neruda para decir que estoy "acorralado", que estamos acorralados entre una banda de verdugos y otra de víctimas. Mi única tristeza es la de no poder convencer con este humilde escrito a los gobernantes y políticos que creen estar en posesión de la verdad absoluta y, para demostrarlo, no hacen más que insultar al que no les sigue la corriente, no les baila el agua y no dice amén a todas sus acciones y estrategias. Tristeza también por no poder convencer a los que han podido llegar a creer que los problemas más graves de España se resuelven con un toma y daca entre el partido del Gobierno y el partido de la Oposición. Ahora resulta que los del PP fueron más indulgentes con ETA que los del PSOE. ¿A qué grado de puerilidad y gilipollez puede llegar la dialéctica de nuestros días? Me recuerdan las grescas de mi cole, hace ya mil años. Tú le decías a otro niño "Mentiroso, más que mentiroso" y él te contestaba "Más eres tú, más eres tú…" y te sacaba la lengua o te hacía un corte de manga. Si le insultabas con el epíteto "maricón", que entonces era pecado, el te endilgaba la siguiente retahíla: "En tu casa todos son, tu madre una puta y tu padre un cabrón". Cunden en mi pueblo el agobio, el aburrimiento, el hastío. Es necesario renovar el aire. Permitid que os hable hoy de otro asunto, no porque quiera evadirme cobardemente del tema que hoy nos calienta a todos. Simplemente, quiero escribir acerca de otros asuntos, porque necesito remozar mis principios básicos y volver a mi cristiana convicción de que todo, absolutamente todo, coopera con el bien, cuando se obra con mente clara y corazón limpio. Voy al grano: Una vez, cuando hacía mis primeras armas en el periodismo, intenté describir al maestro Joaquín Rodrigo en una sola frase y dije que era "todo el color de España en la música de un ciego". Cuarenta años después, un buen amigo y colega ironiza sobre nuestros entusiasmos juveniles y comenta : "Lo jodido es que, cuando dices "todo el color de España", no dices que en España sólo había entonces un color y que, precisamente, la censura eliminó de tu entrevista todo lo que tuviese un color opuesto o contrapuesto al azul del régimen". De ahí mi reflexión sobre lo que la censura se llevó, es decir, sobre el "gone with the wind", como diría Parra, que sabe más inglés que Clark Gable: Hablábamos el maestro Rodrigo y yo de su obra más conocida y universal, "El concierto de Aranjuez", y yo le había preguntado, con inocencia y provocación simultáneas, acerca de su postura ideológica en aquel año atroz de 1940, recién terminada la guerra civil, que es cuando lanzó su famosa composición. Me extrañaba a mí, igual que a otros españoles, que su música fuese tan alegre y tan romántica en unos años en que todo era trágico en nuestro país. La guitarra recitaba un poema de jardines y de fuentes, de paz y de alegría, al tiempo que la orquesta grande nos describía un Aranjuez de ensueños y figuraciones. Mientras tanto, el hambre y el odio entre vencedores y vencidos hacían de nuestro pueblo un auténtico infierno de majaderos prepotentes y triunfales y de genios amordazados y condenados a la inanición o al exilio. En plena y ensordecedora fanfarria de himnos y de consignas totalitarias, nacía su "Concierto de Aranjuez", todo luz, todo color, todo armonía, como las pinturas de ese otro colega admirable - escritor y pintor- que fue Santiago Rusiñol, quien, por cierto, después de escribir "L'illa de la calma", fue a morirse pintando los jardines de Aranjuez, nueve años antes de que Joaquín Rodrigo estrenase su "concierto". Recuerdo que le pegaron un tijeretazo tan descomunal a los párrafos en que hablábamos del contraste entre la alegría de su composición y la tristeza de la nación en el año cuarenta que, durante una larga temporada, siempre que oía aquella pieza inmortal, me acordaba del primer zarpazo que me dio la censura. Después del aviso que se me dio y que, haciendo de tripas corazón, acepté a rajatabla, el periódico añadió una nota, casi un pequeño editorial que rezaba así, textualmente:"La música magistral de Joaquín Rodrigo es el testimonio más fidedigno de la paz y de la prosperidad del pueblo español, después de la victoria de nuestro invicto caudillo". Si me encontrase hoy con el maestro Joaquín Rodrigo, que entregó su alma a Dios en 1999, le volvería a hacer la misma pregunta que le hice cuando en España teníamos censura. Con aparente ingenuidad y evidente mala leche, le pregunté: ¿Cómo se escribe en el pentagrama la zarabanda de los políticos corruptos ? Ahora que el mundo entero reconoce el valor imperecedero de su obra, no quiero dejar de reiniciar mi diálogo secreto con las personas que han enriquecido mi espíritu: Mientras redacto este artículo suena en mi escritorio "El concierto de Aranjuez" y mis angelotes cotidianos arman una charanga celestial, evocando el venturoso día, ya lejano, en que tuve el honor de conocer y de hablar con Rodrigo a fondo y con absoluta alegría. Ha llovido desde entonces, pero aunque fueron muchos los cortes de la censura, en 1970, que es la fecha de nuestro primer encuentro, recibí, por la entrevista que le hice, felicitaciones efusivas del norte, del sur, del este y del oeste. Recuerdo que Rubinstein quiso honrarme con sus confidencias, cuando conoció el contenido de nuestro encuentro y de nuestra conversación. Picasso, un par de años más tarde, cuando fui a verle con Luis Miguel Dominguín, también me habló del maestro Rodrigo y de lo que me había comentado sobre el exilio de los cerebros y de los talentos españoles. Romero y los ministros de Franco se limitaron a potenciar los titulares de la entrevista, arrimando el ascua a su sardina por lo que significabas de grandeza en el campo de la cultura y del arte. Don Claudio Sánchez Albornoz, desde su exilio de Buenos Aires, también testificó su admiración por el maestro Rodrigo. Fueron muchas las cosas que tapó la ignorancia: Su condición de ciego, en aquellos años, le confirió la imagen de hombre poderoso, dada la circunstancia de que los ciegos, por aquellas fechas de posguerra, eran bastante pobres y no se les otorgaba otra salida que la de pedir limosna o vender los "iguales para hoy" en las esquinas de la ciudad. Su caso era un caso singular. Era ciego y era un señor que vivía del arte musical. Rompía los viejos moldes de la literatura picaresca, de modo que nunca pasó "más hambre que un músico". No necesitaba lazarillo para su mendicidad y, además, era un tipo universalmente famoso por sus composiciones. La ignorancia tapó la razón de sus éxitos y casi nadie se tomó la molestia de indagar por qué y desde cuando eras ciego. Él me contó lo de su enfermedad a los tres años, a principios del siglo XX, allá en Sagunto (Murviedro de mis entretelas de infancia escolar), enfermedad que le privó de la luz del día para siempre. Años más tarde, ya en plana democracia y con Felipe González en la presidencia del Gobierno, comenté con Miguel Durán, el que convirtió en millonarios a los ciegos de España, el fulgor y de su carrera y el mérito precursor de su obra. Estoy seguro de que Durán, al que yo bautice con lo de "el lince ciego", no ignora su estancia en París y sus esfuerzos y tenacidades en casa del maestro Dukas. La próxima vez que me encuentre a Durán, ahora que ya no es director general de la ONCE, he de pedirle que escuche conmigo aquella pieza del joven Joaquín Rodrigo, "Jo tinc un burro", que es una coral deliciosa para paliar la burricia y la ignorancia de los que han preferido cambiar la bienaventuranza evangélica de los pobres por la desventura trepidante de los discípulos de Alí Babá. Por último, confieso una deuda secreta: Al salir de su casa, impresionado por la entereza de su carácter y por la alegría que rezumaban sus palabras, contraje una deuda con él, que ha sido, durante mis ya largos años, una deuda secreta: Rodrigo me enseñó a ver la luz desde la luz definitiva de la esperanza. No, no se trata de una metáfora convencional. El mar de su pueblo es el mismo que me ha configurado a mí. Sagunto me queda en la otra orilla de nuestro mar balear. Mi padre, pintor de la escuela de tu tocayo Joaquín Sorolla, me educó, desde mi más tierna edad, en las normas de la luz del Mediterráneo. Llegué a la edad del pavo borracho de luz y me alisté en el grupo de los mallorquines que cantaban una vieja canción centroamericana que se titula "De colores". La luz y el color eran el fundamento de mis primeros pasos en el arte de vivir. Apareció Federico García Lorca en mis lecturas y me dijo aquello de que "el mar es el Lucifer del azul o el cielo caído por querer ser la luz" y sentí mis primeros miedos a la condena de la oscuridad eterna. Me pusieron gafas, porque veía demasiado. Ahora, sin gafas, no veo nada y cuento todas estas nimiedades, porque, al salir de su casa, impresionado por la luz de sus ideas y por el color de su música, contraje con él la deuda de escribir o de pintar algún día toda esa luz y todo ese ritmo que me infundieron su música y su personalidad. Ha sido, hasta hoy, una deuda secreta. En este instante acabo de hacerla pública, aunque todavía no he terminado de pagársela. Aún he de escribir y he de pintar más cosas acerca de la luminosa oscuridad en que él fue mi maestro. Empecé hablando del mar y la tristeza, pero he terminado hablando de luz, de color y de arte. No hay mal que cien años dure…

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