viernes, marzo 09, 2007

Ismael Medina, Rodriguez, y la estrategia revolucionaris del terror

sabado 10 de marzo de 2007
Rodríguez y la estrategia revolucionaria del terror
Ismael Medina
V A a resultar que Franco es el culpable de la excarcelación del contumaz asesino Ignacio de Juana Chaos y de otros anteriores tratos de favor a los terroristas. Uno de los argumentos esgrimidos para justificar lo injustificable es que se aplicó la normativa penal de 1973, a cuyo amparo, y retorciendo la argumentación jurídica, la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo rebajó hasta un pelín menos de tres años la condena a doce en que quedó la de 96 solicitada con anterioridad por la Fiscalía. Y motivo de que su titular, Fungairiño, fuera deportado a otro espacio judicial por su superior, Conde-Pumpido, en vestes de comisario político del dictadorzuelo Rodríguez. No discuto que los magistrados han de aplicar la legislación vigente, aunque desconcierta a la opinión pública que, al amparo de una misma normativa, una condena pueda bajar escalonadamente de noventa y seis años a poco menos de tres. Y me pregunto por las razones que aconsejaron a los sucesivos gobiernos de la democracia partitocrática mantener en vigor una norma franquista durante más de las tres décadas transcurridas desde su promulgación, pese a que uno de lo obsesivos empeños de tales "demócratas" ha sido el de erradicar cualquier vestigio de Franco y del Estado Nacional. Pero aún más me sorprende que Belloch, ministro de Justicia e Interior con Felipe González, y promotor del nuevo Código Penal, pasara por alto la existencia de tales preceptos y los mantuviera. ¿Se consideró acaso que su vigencia favorecería eventualmente a los autores de delitos vinculados al poder político? Por aquel tiempo, no conviene olvidarlo, menudeaban ya los escándalos socialistas de corrupción y los GAL eran una realidad. Menos asumible fue el aprovechamiento torticero de la sentencia por Rodríguez y su gobierno. Les aterrorizaba la posibilidad de que De Juana Chaos muriera incidentalmente como consecuencia de la huelga de hambre. Y digo que de manera imprevista puesto que estaba convenido que no sucediera. De ahí que se montara una gran farsa de cara a la opinión pública, con alarmantes noticias sobre su estado de salud, las cuales no respondían a la verdad. Hay motivos sobrados para presumir la existencia de un acuerdo entre el poder socialista y los interlocutores batasunos de ETA, encaminado a que éstos utilizaran la huelga de hambre de uno de sus más desalmados asesinos para amenazar con una brutal escalada de atentados, añagaza creíble para muchos tras la voladura del estacionamiento de la nueva terminal de Barajas. Lejos de ser contraproducente para esa estrategia, característica de la guerra psicológica, la muerte no buscada de dos infelices inmigrantes ecuatorianos reforzaba el objetivo de la sembradura del miedo colectivo. Aquélla sangre nada conmovió a los bandidos etarras ni a la canalla política y social que les hace el juego. Pero sí a Rodríguez y a sus dakois. Toda la turbia y enfática retórica pacificadora de Rodríguez se asentaba sobre la presunción de que el miedo a nuevos atentados terroristas en serie acobardaría a una gran parte de la sociedad y la impulsaría a respaldar las negociaciones con la banda terrorista como única garantía de paz. Era un valor convenido no sólo con ETA-Batasuna. También con el que se ha dado en llamar el sector duro del PNV que Arzallus azuza desde la sombra e Ibarreche desde la poltrona de Ajuria Enea. A Rodríguez no le atemorizaban los terroristas. Pero sí le acosaba el miedo a que los dos muertos de la T-4 provocaron de inmediato una viva y contraproducente reacción social. Fue la causa de que Rodríguez, cuyo valor ya ni tan siquiera se le supone, retrasara su visita a la escombrera de la T-4 y la realizara asegurándose de que estaría a resguardo de eventuales abucheos. Aunque tardía la visita, importaban exclusivamente de ella unas imágenes para su enfática utilización por los medios afines, en particular las televisiones bajo control. Y para impedir que las víctimas promovieran una multitudinaria solidaridad en torno los féretros de las víctimas, el gobierno se las quitó de encima mediante un funeral semiclandestino, al estilo de los que en tiempos organizaba Gutiérrez Mellado para los militares asesinados, y su urgida remisión a Ecuador. Quien haya estudiado, e incluso leído someramente, manuales sobre la guerra psicológica conocerá que dos de sus puntales son para quienes la practican la exaltación heroica de su propia gente y acobardar a la sociedad enemiga. Ambos recursos se han utilizado desde antiguo, lo mismo en las guerras convencionales que en las revolucionarias. Y con superior refinamiento y crueldad durante las más recientes. El terrorismo de una u otra calaña hace suyas con extremo sadismo la estrategia y la táctica de la guerra psicológica tomadas de la matriz soviética. Es consecuente que los expertos en el tema hablen de "esquizofrenia del terror", la cual posee lógicas peculiaridades según se trate de bandas terroristas occidentales o islámicas, aún sin desconocer que ambas compartan objetivos y se apoyen entre sí. Por esa razón no es descabellada la hipótesis de que ETA pudiera estar relacionada de alguna manera con la matanza del 11 de marzo en Madrid. No es ocasión, sin embargo, de adentrarme en la explicación de los perfiles de una y otra "esquizofrenia del terror". Los percibirá de inmediato quien, ajeno a tópicos, analice los métodos del bandidaje etarra y del bandidaje islámico. Considero oportuno, no obstante, subrayar que, a diferencia de los asesinos del fundamentalismo islámico, los occidentales de estirpe marxista no fían en el premio de paraísos con huríes y holgura para satisfacer cualesquiera vicios prohibidos mientras viven. Matan a traición con frío y sensual regusto, en tanto los otros se sienten movidos por la ira de Alá. Pero además de que temen morir, motivo por el que, salvo contadas excepciones, se entregan sin oponer resistencia, están persuadidos de que les ampara la abolición de la pena de muerte, amén de una benevolente normativa penal y penitenciaria, la cual encuentra su retablo dialéctico en los pretendidos "intelectuales progresistas" de los que beben Rodríguez y sus huestes. Un rostro caritativo para con los asesinos que se torna feroz cuando, revolviendo en el pasado, se convierten en lobos hambrientos tras el rastro de excesos atribuibles a la derecha o a la que suponen tal. No son aceptables por la sociedad las negociaciones de un Estado con una banda terrorista minoritaria y fuera de la ley sin ampararse en una demanda social de paz a cualquier precio. Pero una aspiración colectiva de tal índole sólo se puede alcanzar desde una psicosis social de temor a que miembros indeterminados de la misma puedan ser víctimas de acciones sangrientas como las registradas con anterioridad. Una sociedad inmersa en la fiebre consumista y moralmente desarbolada es presa propicia para la estrategia del terror. No puede olvidarse al propósito que caló en la mentalidad colectiva la alusión artera a "víctimas inocentes", referida con aviesa intención discriminatoria a las que no pertenecían a las Fuerzas Armadas, a los cuerpos de Seguridad del Estado o a inequívoca vinculación política. Una distinción que daba pábulo a considerar que estas otras víctimas, e incluso sus familias, también los niños, no eran "víctimas inocentes" por cuanto de manera directa o indirecta estaban al otro lado de la trinchera de la "lucha armada". Lo que realmente empavorecía eran atentados como el de Hipercor, en Barcelona, o aquellos otros en que morían o sufrían heridas personas que estaban ocasionalmente en las proximidades de la explosión. Los llamados "daños colaterales" con perverso eufemismo. Tampoco puede obviarse otro factor psicológico del que el bandolerismo etarra obtuvo congruo provecho y al que aludí en ya lejanas crónicas de Vistazo a la Prensa o en su Foro. Me refiero a la amnistía política que se apresuraron a promulgar con entusiasmo los recién llegados democratizadores. La pregonada voluntad legislativa de enterrar resentimientos derivados de la guerra civil, los cuales habíamos superado desde muchos antes la mayoría de los españoles, escondía dos objetivos políticos nada desdeñables: arrumbar definitivamente la indagatoria judicial sobre el magnicidio de que fue víctima el presidente del gobierno, Carrero Blanco, la cual estaba a punto de descifrar el tuétano de la conspiración y poner nombre a su escondidos inductores; y abrochar la legalización del partido comunista. Pero había de justificarse de alguna manera que la amnistía alcanzara a los asesinos etarras. Y se recurrió a una fórmula cuyas tétricas consecuencias no alcanzaron a medir ni vislumbrar los eufóricos amnistiadores: que habían matado por un exceso de amor a la libertad y a la democracia. Y si antes de la muerte de Franco las víctimas no excedían de la veintena, ETA cometió en las tres décadas siguientes más de mil asesinatos (han de incluirse objetivamente los que perecieron en el Hotel Corona de Aragón y en el abatido avión de Iberia "Alambra de Granada) por amor a su libertad (la independencia abrasiva de Euskal Herría) y a su democracia (la popular de corte soviético). Los interesados en adornar sus testas con el laurel del paz, de una falsa paz que les perpetuara en el poder alcanzado "por accidente", no desconocían tales antecedentes. Tampoco que sólo la estrategia del terror podía conducir al éxito de una indigna negociación con el terrorismo vascongado en sus fuerzas convergentes: el de la acción criminal y el de la acción política. Pero la estrategia del terror estaba yerta, una vez que el gobierno Aznar, con el concurso del francés y el norteamericano, había reducido ETA a una práctica inanición, incluso en el ámbito de la guerrilla urbana, hoy más conocida por "kale borroka", cosa que me indigna. La reanimación de la estrategia del terror requería recuperar la capacidad operativa del terrorismo etarra. Y enarbolar al propio tiempo la amenaza del terrorismo islámico. Parece demostrado que los contactos entre el socialismo encabezado por Rodríguez y ETA-Batasuna se iniciaron antes de que el P(SOE) ganara las elecciones del 14 de marzo de 2004 "por accidente". Y que a la necesidad de eliminar obstáculos para la negociación respondió la defenestración de Nicolás Redondo para sustituirlo por el sumiso Pachi López, persuadido además de que el éxito del pacto impulsado por Rodríguez le llevaría a formar parte preeminente en un gobierno vascongado de coalición. También el orillamiento de otros socialistas de alcurnia en el partido, como Rosa Díez, opuestos a la quiebra de la unidad de España. Mi opinión acerca de los anclajes internos y exteriores de la matanza del 11 de marzo la conocen quienes hayan leído algunos de mis artículos al respecto. Y no la cambiaré hasta que concluya la vista de la causa ya en marcha y se emita sentencia firme. Me abstendré mientras tanto de emitir juicios sobre se escucha en la sala de Justicia, hasta el momento motivo para la confusión. Pero sí me creo en la necesidad de anotar tres evidencias: la resolutiva aportación de la matanza a la estrategia del terror; su ilícito, insidioso y bien urdido aprovechamiento por las huestes de Rodríguez, bajo la batuta de Pérez Rubalcaba, para mover contra el gobierno Aznar y el PP a una franja atemorizada del electorado, caldeada de antemano a costa de la intervención internacional en Iraq para derrocar al genocida Sadam Husein; y la insistencia del gobierno en impedir la promoción del magistrado Javier Gómez Bermúdez a la presidencia de la Audiencia Nacional, a propuesta del Consejo General del Poder Judicial. Fuera ETA o no parte de la matanza del 11 de marzo, fuera o no casualidad la condición marroquí de la mayoría de los acusados de perpetrarla, guarde o no relación con lo ocurrido la reunión de Perpiñán, es lo cierto que cundió el pavor en un amplio segmento de la población Y que éste abarcaba también a ETA a causa de la sangrienta estela que tenía tras de sí. Pero también como consecuencia de la escenificación de su capacidad para matar que escondía el trágala de la furgoneta cargada de explosivos que se dejó capturar en Cañaveras en vísperas de la matanza. Todo ello creaba el caldo de cultivo indispensable para hacer creíbles y deseables las inmediatas monsergas de paz evacuadas por Rodríguez. Faltaba la guinda del "alto el fuego permanente" anunciado por ETA-Batasuna, el cual no fue unilateral sino pactado. El "alto el fuego permanente" proporcionaba a ETA la presunción de una generosa contribución a la paz. Lo precisaba Rodríguez como coartada. Nunca planteó a ETA-Batasuna la exigencia de entregar las armas y disolverse, única garantía válida de paz. Se ha limitado a solicitar del recrecido terrorismo armado y político una condena retórica de la violencia, una petición de perdón a las víctimas y que guarde las armas en sus escondites. Palabras huecas. El "alto el fuego permanente" lo aprovechó ETA, al igual que anteriores "treguas", para reorganizarse, rearmarse, depurar a los tibios, llevar a la dirección a los más duros, incorporar a sus bandas criminales nuevas levas y reactivar la guerrrilla urbana como instrumento de presión sobre la población de Vascongadas, aherrojada por el nacionalismo secesionista. Las detenciones y alijos de armas realizados por la policía antiterrorista francesa, en algunos casos espectaculares, sirvieron para la depuración interna a que antes me he referido. Y la facilidad de varias de ellas incitan la sospecha de que fueron favorecidas desde el interior de la banda. Un método que utilizó con asiduidad el KGB a través de los partidos comunistas dependientes para desprenderse de sus activistas "quemados" y convertirlos en mártires de la causa. Y no se olvide que ETA aparecía junto a otros "movimientos de liberación nacional" en el organigrama del Secretariado del PCUS para la acción revolucionaria en naciones no comunistas. Crear falsos mitos, mártires y héroes "del pueblo" se le dio siempre muy bien al agit-prop soviético y ha hecho escuela. Y ese, el de mártir y héroe, ha sido al papel asignado a De Juana Chaos de común acuerdo entre ETA-Batasuna y el P(SOE). Un elemento más de la estrategia revolucionaria del terror en la que se integran asimismo las constantes e impunes provocaciones del conglomerado batasuno, con Otegui y Barrena al frente. El gobierno dispone de recursos más que suficientes para reprimir los desmanes y provocaciones de ETA-Batasuna y de sus componentes ilegalizados por sentencias judiciales, incluidas las dictadas por el Tribunal Supremo. La pregunta es obvia: ¿Por qué no lo hace? Y también la respuesta: por la sencilla razón de que favorece la estrategia del terror, indispensable para llevar adelante una negociación cuyo objetivo revolucionario va incluso más allá de la forma confederal del Estado de que tanto se habla. El desenlace pretendido no es otro que la ruptura de la unidad nacional mediante la creación de Estados-nación independientes en Cataluña, Vascongadas y Galicia, cuando menos. Estoy persuadido de que todo estaba perfectamente planeado. También de que Rodríguez y sus disciplinados pesebreros no previeron la masiva respuesta que en la sociedad ha tenido la tenacidad reivindicativa de la AVT, del Foro de Ermua y de tantas otras asociaciones que no se resignan a que la sangre de las víctimas del terrorismo ni España sean traicionadas. Esas multitudinarias manifestaciones y la convocada por Rajoy para el próximo sábado han roto los esquemas de Rodríguez, de sus ocultos inspiradores y de los cuadros ovejunos de su partido a los que sólo preocupa no despegar el culo de las rentables poltronas que ocupan. Cogidos con el pie cambiado, repudiada su indigniad, prisioneros del terrorismo, siervos de los independentismos que han fomentado y pillados en su propia trampa, no disponen ya de otro recurso que el de excitar un estado generalizado de crispación y acusar al PP, con cínica desenvoltura, de haberlo provocado. Cierto que Rajoy, al igual que la CEDA entre 1933 y 1936, ha jugado la carta equivocada de la moderación frente a la revolución. Y asimismo que no basta con sumarse a una reacción social cada vez más consistente. Cierto también que de poco valdría en las actuales circunstancias la moción de censura que se le reclama desde algunas resentidas tribunas mediáticas. Además de perderla en un parlamento que hace largo tiempo dejó de serlo, no podría plantearla de nuevo durante la actual legislatura y renunciaría a su uso en circunstancias de tensión más propicias que no tardarán en producirse. Al Partido Popular le restan pocas opciones, aún en el caso de que proceda a un indispensable fortalecimiento interno, asentado en un válido ejercicio de democracia interna que exhibir ante el electorado frente a monolitismo dictatorial del P(SOE). Pero acaso la carta más sólida que podría jugar, sobre todo si la manifiestación del sábado alcanza la dimensión esperada, sería el órdago de una acusación en regla a Rodríguez por alta traición. Fundamentos no faltan. Algunos purista de la democracia, de una democracia inexistente, rechazan alarmados las advertencias de que Rodríguez, fagocitado por el fantasma rojo de su abuelo paterno, nos ha retrotraído al clima revolucionario de enfrentamiento de la II República. Pero no sólo quienes tenemos viva memoria de aquel periodo podemos confirmarlo. Esa misma alarma cunde en numerosos gobiernos occidentales y en los más cualíficados órganos extranjeros de opinión. Temen que España recaiga en enconados enfrentamientos y se convierta en factor indeseable de desestabilización internacional. Y no les faltan motivos para creerlo.

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