jueves, marzo 22, 2007

Jesus Zarzalejos, Historia de una mochila

jueves 22 de marzo de 2007
Historia de una mochila
POR JESÚS ZARZALEJOS
El juicio del 11-M está demostrando que un proceso penal no es un laboratorio para reproducir hechos absolutamente claros y comportamientos inequívocos, sino el instrumento del Estado para reconstruir, con la mayor fidelidad posible, toda la secuencia del delito. Es una tarea en la que no se puede aspirar a tener siempre acusados coherentes y sinceros; testigos de memoria prodigiosa; documentos indubitables y peritos con eficacia de teleserie americana. Muchas veces, los tribunales tienen que juzgar con pruebas imperfectas y espacios en blanco, versiones contradictorias y conductas ambiguas, lo que concede a las defensas un claro margen de actuación, más allá de las pruebas de descargo que pudieran plantear. La semana pasada, los letrados defensores del 11-M prepararon, con toda legitimación, el terreno para cuestionar la eficacia probatoria de la bolsa con explosivos que apareció en la madrugada del día 12 de marzo de 2004 en la Comisaría de Puente de Vallecas. La táctica consistía en rodear de dudas la inserción de dicha bolsa en los primeros pasos de la investigación. Sin embargo, los testimonios policiales prestados en la sesión del martes aportan una versión verosímil, coherente y, sobre todo, frente a la que no existe otra más creíble. Y si existe, nadie la ha llevado a juicio.
El caso de la «mochila nº 13» es un ejemplo de esa desproporción entre las incógnitas previamente difundidas y la impresión que causaron las declaraciones de los policías directamente relacionados con ese objeto. Obviamente, será el Tribunal quien valore en conciencia la eficacia de la prueba, pero la publicidad de las sesiones permite presumir que tras las explosiones llegaron a los trenes funcionarios de diversos Cuerpos y unidades, sanitarios y bomberos; que la extracción de víctimas y heridos fue la prioridad de todos ellos; que los efectos que estaban en los trenes fueron sacados a los andenes no siempre de forma controlada; que entre tales efectos se encontraba la mochila o bolsa de deporte cuestionada; que fue introducida con otros efectos de las víctimas en bolsas de plástico de gran tamaño; que tales bolsas -no sólo la de la mochila- recorrieron un trayecto con varias etapas desde el punto de hallazgo hasta el recinto de IFEMA, pasando dos comisarías, para acabar finalmente en la de Puente de Vallecas, donde una funcionaria la localizó ya de madrugada. Esta secuencia de hechos resulta de las declaraciones efectuadas bajo juramento o promesa de decir verdad prestadas por los policías -algunos de ellos aún en prácticas- que, sucesivamente, intervinieron en cada fase de eso que llaman la «cadena de custodia», la cual, según se dijo, nunca se rompió.
En todo caso, si hay otra versión sobre la bolsa de deportes -como la del policía corrupto que mete droga en el maletero del coche para acusar al inocente-, no sólo tendría que ser más verosímil que la ofrecida por los policías responsables de su traslado y custodia. También debería haberse puesto en conocimiento del Tribunal y sometido al filtro de las pruebas, practicadas con plenas contradicción y publicidad.

No hay comentarios: