jueves, marzo 01, 2007

Ismael Medina, Golpe de Estado permanente

viernes 2 de marzo de 2007
Golpe de Estado permanente
Ismael Medina
L A noche del pasado lunes, mientras cenaba tardíamente, busqué en el televisor si alguna de las emisoras ofrecía, entre tanta basura, algo soportable que mereciera la pena seguir. Y topé en la 6 con un programa dedicado al 23 de febrero de 1981. ¡Veintiséis años ya y todavía sigue vivo su recordatorio cuando bastantes de sus protagonistas visibles u ocultos han muerto; o la mayoría de los vivos sobrellevan la vejez con mejor o peor vitalidad y dignidad! Una vez más me persuadí, sobre todo tras aguantar hasta el final la manipulación, de que el empeño en rememorar año tras año aquel lejano episodio, nunca esclarecido en sus verdaderos adentros por necesidades del guión, es reiterativo por lo que encierra de necesaria coartada para justificar con aquel contradictorio golpe de Estado, triunfante en los objetivos de quien o quienes realmente lo planearon, el encadenamiento de reiterativos golpes de Estado que lo precedieron y que han continuado hasta hoy. Aunque, a diferencia de aquél, con hábitos civiles. El programa fue un montaje hábilmente manipulado con dos objetivos preferentes: salvar al monarca de toda posible salpicadura y cargar la culpa sobre unos militares tachados de radicalmente ultrafranquistas y antidemocráticos. ¿Y por qué no patriotas engañados por quien podía? Se recurrió a enfrentar declaraciones enlatadas, como la del fallecido general Pinilla, seducido hasta el final por el utópico y cambiante padre Llanos desde su etapa de exaltación falangista a la de consorte ideológico de La Pasionaria en el Pozo del Tío Raimundo, y las de militares que fueron protagonistas o no. También encausados o no tomados en cuenta por los dos jueces instructores, el Tribunal Superior de Justicia Militar y luego el Tribunal Supremo. Tampoco faltó un bigotudo de en torno a la cincuentena, tópico acusador implacable, que vive de la teta del Estado como delegado o subdelegado del gobierno Rodríguez en tierras aragonesa, según pude entender. Patéticas las declaraciones del exgeneral Armada, hoy dedicado a la jardinería en su predio gallego. Excusó cualquier implicación del monarca y hasta negó que llevara una lista de gobierno al Congreso ocupado por Tejero y sus guardias civiles, pese a las muchas evidencias de que la tenía bien dispuesta y con el beneplácito de quienes la integraban. Todos ellos, como he escrito alguna vez, los vio entrar en el domicilio de Armada dos noches antes el general Aguado que habitaba en el mismo edificio. Pero primero el juez instructor y luego el Tribunal rechazaron su testificación, solicitada por uno de los defensores, don Adolfo de Miguel, que fuera con anterioridad uno de los más prestigiosos y severos magistrados del Tribunal Supremo. Patética fue también la intervención del aciano y balbuciente general Juste. Y muy en su papel de callar lo que sabe, Sabino Fernández Campo. Una cosa quedó clara pese a tanto esfuerzo encubridor: merced a orden superior, aunque no concretado su origen, se bloqueó cualquier posibilidad de que el Tribunal extendiera las implicaciones más allá de la treintena de acusados cuya elección como cabezas debía servir de "escarmiento democrático" en las filas del Ejército. TV6, cuya dependencia rodriguezca es de sobra conocida, pretendió dar la impresión de imparcialidad con el juego, obviamente desequilibrado, de acoger opiniones de militares "franquistas". Pero se le vio el plumero con la elección de los tres personajes políticos llamados a juzgar las opiniones puestas en pantalla: Bono, el gran pastelero manchego; Martín Villa, siempre flotante con el franquismo y el totalitarismo partitocrático, amén de muñidor de la teatral vuelta de Carrillo y de la legalización del PCE; y Roca, que tras la disolución del FLP se jugó a los chinos con Narciso Serra, compañero de despacho jurídico, quien de ellos se incorporaba al PSOE y quien al nacionalismo catalanista. ¡Vaya tres pájaros! Me habría gustado verlos enfrentados, por ejemplo, a los autores de dos de los libros más consistentes sobre el 23 de febrero de 1981, y también implicados en aquel vidrioso acontecimiento. Me refiero a Ricardo Pardo Zancada y a Gil Sánchez-Valiente, a cuyo libro, hace poco aparecido ("Mi 23F. Historia de un maletín". Imagineditores), me referí en dos crónicas anteriores. Aquel fue un golpe de Estado con tres posibles salidas (un gobierno militar de transición, el gobierno de coalición de Armada o la que finalmente resulto), cualquiera de las cuales contribuiría a consolidar la Monarquía. Así lo creo y lo sostengo en uso de mi derecho a interpretar y opinar tras muchos años de pesquisas. EL GOLPE CONSTITUCIONAL PRIMERO DE LA SERIE FUE la manipulación retrospectiva montada por TV6 la que me impulsó a escribir esta crónica. Y es que cuando se analiza lo sucedido desde que Adolfo Suárez accedió al poder, aupado por el monarca, se llega a la conclusión de que el actual sistema de totalitarismo partitocrático nació de un primer golpe de Estado que hizo escuela y ha proseguido hasta hoy bajo variados ropajes. Conviene rememorar pese a que reincida en la exhumación de hechos conocidos. Presumo en mi descargo que recopilaciones de esta índole contribuyen a contemplar con esclarecedora perspectiva un periodo turbulento de nuestra reciente historia y a ilustrar a los lectores más jóvenes sobre lo acaecido. La Ley de Reforma Política, sancionada mediante referéndum y en cuyo resultado influyó de manera decisiva el llamado "franquismo sociológico", autorizaba la creación de partidos políticos y la convocatoria de elecciones parlamentarias. Pero no que las Cortes nacidas de aquellos comicios se atribuyeran la condición de Cortes Constituyentes. Una violación flagrante del Derecho Constitucional. Y por ende, un golpe de Estado inequívoco que lastraba de ilegitimidad de origen a la constitución así amañada y a todo lo que en adelante se hiciera a su amparo. También, por supuesto, al monarca que la sancionó haciendo caso omiso de su juramento de fidelidad a las Leyes Fundamentales del Estado Nacional tras recibir de Franco el traspaso de la Jefatura del Estado conforme a la ya lejana Ley de Sucesión. La ilegitimidad de ejercicio, añadida a la de origen, perduraría hasta hoy en persistente riada. LA VOLADURA INTERNA DE UCD COMO PASO PREVIO AL ACCESO DEL SOCIALISMO AL GOBIERNO DE LA NACIÓN LA voladura interna de la UCD, en cuya conspiración tuvo un papel decisivo Abril Martorell, escondió un golpe de Estado. Sobraba Adolfo Suárez una vez cumplida con docilidad la misión de desmantelamiento institucional que se le había encomendado. Los sondeos de opinión preveían que si UCD se mantenía como tal ganaría las siguientes elecciones, aún con merma, respaldada de nuevo por el "franquismo sociológico". Se cerraba así la posibilidad de un gobierno socialista, tan deseada para la consolidación de la Monarquía ex novo nacida del golpe de Estado constitucional. La misión de dar paso electoral a un gobierno del PSOE fue encomendada a Leopoldo Calvo Sotelo, sucesor propiciatorio del defenestrado Adolfo Suárez. Leopoldo Calvo Sotelo, reiteradamente fracasado en la esfera empresarial, convocó elecciones anticipadas para perderlas, según confesó al sorprendido y curtido Pertini, a la sazón presidente de la República italiana. Se percibía, sin embargo, una fuerte resistencia a esa deriva en amplios sectores del Ejército, pese a la tarea de desguace y desmoralización a la que se había dado con gran empeño el teniente general Gutiérrez Mellado, llevado por Suárez a la vicepresidencia del gobierno para ejecutar tan sórdida tarea. UN GOLPE DE ETADO CUYO OBJETIVO ERA ANULAR LA RESISTENCIA DEL EJÉRCITO A LA DESCOMPOSICIÓN NACIONAL FUE así como se incitó a un amplio sector de los cuadros de mando del Ejército para que, persuadidos de que lo hacían en nombre del Rey, se alzaran el 23 de febrero de 1981. Y tan convencidos estaban que bastaron unas llamadas telefónicas del monarca para que no salieran a la calle las unidades ya movilizadas en todas las capitanías generales y para que el teniente general Milans del Boch retirara las tropas que habían ocupado Valencia sin resistencia alguna. No sólo se anulaba cualquier posibilidad futura de resistencia militar a las arbitrariedades políticas y se sentaban las bases para el futuro desmantelamiento de las Fuerzas Armadas, hoy convertidas en mera ficción burocratizada y dependientes de un dócil y generosamente retribuido generalato. Se abría de par en par la puerta para que, como estaba previsto, el PSOE ganara de calle las elecciones generales anticipadas. La previsión venía de lejos. Y aunque haya tratado el tema por extenso, también en múltiples crónicas publicadas en "El Alcázar" (quien tenga interés por conocerlas puede encontrarlas a través de Google en Archivo Linz, junto a las de otras firmas, acaso más atendibles que la mía), merece la pena una síntesis como recordatorio. El "socialismo del interior", PSOE luego del congreso de Suressnes y de la derrota del socialismo exiliado, fue ideado en el entorno de Carrero Blanco con vistas a la democracia posfranquista y conformado por el SECED. Un estudio biográfico de quienes inicialmente lo integraron en el ámbito de "cristianos para el socialismo", descubre que, salvo muy contadas excepciones, todos ellos provenían de familias burguesas acomodadas e incluso en algunos casos con ancestros aristocráticos. En la revista "PRI", subvencionada por la Generalidad pujoliana y dirigida por Eliseo Bayo, publiqué un estudio pormenorizado al propósito en el que anotaba, asimismo, las vinculaciones de aquellos "elegidos" con vástagos de conocidos hombres de empresa y de la banca que explican las concomitancias posteriores entre socialismo y dinero. A toro pasado, y como mimético reflejo del mayo francés del 68, se incorporaron toda una serie de universitarios, hijos tantos de ellos de dirigentes franquistas y pocos de los cuales conocieron los calabozos policiales ni la cárcel. Si lo que perseguía Carrero era evitar la eventualidad del revanchismo antifranquista en la democracia partitocrática que sobrevendría a Franco, erró el tiro. No hay peor especie en el ámbito político que la de los conversos. EL PSOE Y EL GOLPISMO DE LA CORRUPCIÓN LAS elecciones anticipadas dieron el resultado previsto y Felipe González accedió a la presidencia del gobierno, al tiempo que estrechaba aún más sus siempre buenas relaciones con el monarca. Y de la misma manera que Adolfo Suárez se valió de Gutiérrez Mellado para el juego sucio, Alfonso Guerra cumplió análogo papel con González, quien reunió en su torno a un equipo de ambiciosos, ahora convertidos en "barones" del partido a los que Rodríguez ha puesto fuera de juego para que no le hagan sombra ni discutan sus arbitrariedades. Lo critican en privado o en público. Pero a la hora de votar en sede parlamentaria lo hacen con disciplinada subordinación al partido. Leguina, uno de ellos, lo confesó sin ruborizarse en una reciente entrevista. Felipe González y sus acompañantes tenían necesidad de que se olvidaran sus antecedentes personales y políticos. Y no sólo se dieron a la superación de sus más íntimas frustraciones personales de juventud. También de sus orígenes políticos mediante la exageración retórica de su izquierdismo. Pero como partido, y no pocos de ellos personalmente, estaban en deuda con concretos poderes internacionales que apoyaban la estrategia de la alternancia en el gobierno para encubrir la deriva democrática hacia el totalitarismo partitocrático y preservar de riesgos la existencia de la forma monárquica del sistema. Y asimismo lo eran de quienes dentro y fuera de España los habían financiado con largueza. Se vieron forzados en la práctica de gobierno a satisfacer las exigencias de cobro de aquellos favores y a enterrar aparatosas promesas electorales, lo mismo en política exterior que interior. La expropiación de Rumasa fue sin duda alguna la primera de las acciones golpistas del gobierno González. No es cosa de un relato minucioso de lo que aconteció. Pero sí de aludir a sus rasgos más significativos. En primer lugar que el Decreto-Ley expropiatorio vulneró principios sustanciales de Derecho, luego avalados por el Tribunal Constitucional merced al voto favorable de los magistrados políticamente afines y al voto de calidad de su presidente, quien tras su retorno a Venezuela proclamaría avergonzado la irregularidad de una sentencia que afectaría en adelante a la credibilidad del más alto tribunal de la nación. Pero aún más escandalosa sería la posterior almoneda de lo expropiado. El gobierno del PSOE debía pagar también los apoyos financieros recibidos con anterioridad. Y así fue como gracias al reparto de los bancos de Rumasa y a unos dispendiosos créditos del Banco de España superaron una sería crisis los grandes de la banca española. Irregularidades sin cuento caracterizaron el reparto de las empresas de Rumasa entre la clientela exterior e interior y fueron muchos los que se enriquecieron en aquella ciénaga del agiotismo. Pero había quedado abierto el melón de la corrupción y a ella se dieron con fruición muchos miembros del partido a todos los niveles, amén de concretos gobiernos separatistas, habituados históricamente a la rapiña. Consolidados tales usos nada de insólito tuvo que la operación de los GAL, mal planeada y ejecutada, se fuera al traste a causa de que los inferiores no suelen sustraerse a la tentación de imitar a sus superiores. Todo el periodo de poder socialista, en definitiva, estuvo caracterizado por un permanente golpismo corruptor a costa de las arcas del Estado. EL GOLPE BAJO AL PSOE DEL QUE SE BENEFICIARON AZNAR Y EL PP GONZÁLEZ y el PSOE se aferraban al poder favorecidos por el anacrónico y perturbador sistema electoral de totalitarismo partitocrático promulgado en tiempos de Suárez, el cual beneficiaba a los nacionalismos secesionistas, sin duda alguna una de sus principales claves. Y también por un electorado proclive a seguir a ultranza unas siglas a despecho del interés general y del suyo propio. Su continuidad, que las encuestas parecían asegurar, daba al traste con la ficción democrática de una alternancia ocultamente regulada por los poderes mundialistas. Así se pusieron en marcha los mecanismos necesarios para sacar del poder a González y al PSOE. Concretos servicios secretos se dieron a la tarea de proporcionar a determinados medios documentación consistente sobre los GAL y los grandes escándalos de corrupción, colectivos y personales, durante el periodo socialista. A duras penas se salvó González de sentarse en el banquillo de los acusados. Barrionuevo, Corchera, Vera y otros cumplieron en esa ocasión el papel de émulos de Armada. Y también en este caso existió un interés superior para que, a despecho de la evidencia, la "x" no se despejara. A caballo de tales escándalos, profusamente aireados dentro y fuera de España, Aznar y el PP ganaron las elecciones aunque por mayoría relativa y forzados a pasar por las horcas caudinas de un gravoso pacto para el Estado de gobernabilidad con CiU, siempre apegado a vocación secesionista. Aznar había aprendido la lección de la alternancia y se apresuró a anunciar que sólo permanecería al frente del gobierno dos legislaturas. El segundo mandato con mayoría absoluta le fortaleció y quiso dejar en claro los límites de las competencias constitucionales de la Jefatura del Estado yd el Ejecutivo. Pretendió poner frenó al borboneo. Pero no cayó en la cuenta de que el monarca es un acreditado espécimen borbónico. O acaso le importara poco ese enfrentamiento, una vez que cumpliría su compromiso de no repetir como presidente del gobierno y al frente del PP. Sin entrar en pormenores sobre el llamativo éxito económico de los dos gobiernos de Aznar, del que todavía vivimos, y tampoco sobre sus aciertos y desaciertos políticos, entre estos últimos no imponer a los nacionalismos de toda laya el cumplimiento de los preceptos constitucionales en cuanto a himnos, banderas y cerrar el paso de manera rigurosa a la reiterada vulneración de competencias. Tampoco acertó a contrarrestar el poder mediático del polanquismo, al que dejó recrecido Aludiré por último a una acusación hoy muy en boga entre determinas periódicos y columnistas: que designó a Rajoy como su sucesor para que no le hiciera sombra y poder manejar el partido desde FAES, al tiempo que le forzó a mantener en su torno a quienes le fueron fieles durante las dos legislaturas. Aznar era consciente de que, en virtud de la ficción de la alternancia, se confabularían poderes internos e internacionales para que de nuevo el socialismo volviera al poder. Y de que a Rajoy y a la dirección del partido les aguardaba un periodo de dura brega en la oposición que les serviría de saludable experiencia. Se reservó, eso sí, la función de marcar desde FAES la línea ideológica del partido y hacer de Pepito Grillo siempre que lo considerase necesario. No marró en sus previsiones sobre lo inevitable del cambio de siglas en el poder. Pero ni él ni quienes patrocinaban la alternativa atisbaron lo que se les venía encima si Rodríguez alcanzaba la presidencia del gobierno. Tampoco la vieja guardia socialista cuyas rencillas internas hicieron posible que Rodríguez se aupara con el mando del partido. EL GOLPE DE ESTAD DE MARZO LOS sondeos jugaron una mala pasada a los manijeros de la alternancia. El crédito alcanzado por los gobiernos de Aznar favorecían que el PP ganara las elecciones, aunque no repitiera mayoría absoluta. Y no me refiero a los sondeos más próximos a las elecciones. Las más de las encuestas rigurosas de opinión de los centros de poder no salen a la luz. Se convierten en materia de análisis e interpretación para definir estrategias. Con suficiente antelación a las elecciones de 2004 se conocía en esos centros de poder, sobre todo en los invisibles que ganaría el PP. Hubo tiempo suficiente para trazar una estrategia capaz de impedirlo. Estoy persuadido, y no sólo llevado de la intuición, de que la inclusión de la retirada de Irak en el programa electoral de Rodríguez le fue sugerida, o cuando menos reforzada. Y no sólo por Chirac Mohamed VI. Al primero le convenía un aliado para apoyar, junto al alemán Schöeder, su enfrentamiento con Bush y Blair para preservar los opíparos negocios francoalemanes con Sadam Hussein y mantener la ya menguada influencia gala en su antiguo espacio colonial de Oriente Medio. El déspota de Rabat jugaba cartas aún más arteras cuyos resultados están a la vista: el enfrentamiento con Washington de un gobierno socialista en Madrid induciría a los USA a reforzar en Marruecos su despliegue defensivo al sur de Europa, reblandecería su oposición a la definitiva marroquinización del antiguo Sahara español y no moverían un dedo el día en que Marruecos se apropiara de Ceuta y Melilla. La retirada de nuestras tropas en Irak se convirtió en el caballo de batalla de la campaña electoral socialista. Pero los sondeos de opinión a los que antes he aludido evidenciaban que dicha promesa no era suficiente para impedir la victoria electoral del PP, pese a la penetración en la sociedad, sobre todo entre los jóvenes inclinados a la abstención, de un pacifismo pancista. Se hacía imprescindible un golpe de efecto capaz de cambiar las tornas. Ahora se acusa a Aznar con encono de haber cometido un error garrafal al identificarse con Bush y Blair en la reunión de las Azores. La alternativa que se le presentaba a Aznar no era otra que la de elegir entre la desmedrada Europa francoalemana, siempre poco de fiar, o hacerlo con el poderoso imperio anglonorteamericano y el influyente lobby judío y su prolongación israelí. Franco afrontó parecida disyuntiva durante la II Guerra Mundial y demostró su condición de estadista al escapar de la encrucijada sin entregarse a uno u otro bando. Pero Aznar se vio ante la necesidad imperativ no de optar y se decidió por el más fuerte. Estoy persuadido de que Felipe González habría hecho lo mismo de ser en ese momento presidente del gobierno. ¿O no cambió, por ejemplo, el "OTAN no" cuando estaba en la oposición por el "OTAN sí" una vez instalado en La Moncloa? No me aventuro a predecir lo que resultará finalmente del juicio contra los todavía presuntos autores de la matanza de los trenes de Atocha, en relación con los cuales me sorprende que durante la vista no parece que se hayan aportado como prueba adjunta a los informes periciales sobre los explosivos las imágenes de las explosiones en la estación de Atocha registradas por una de las cámaras de seguridad. Los lectores de Vistazo a la Prensa que estén interesados en conocerlas las pueden encontrar en http://paz-digital.org/new/content/view/461/138/1/8/. No tienen desperdicio y un especialista en la materia puede deducir si existe correspondencia con uno u otro tipo de explosivos sobre los que ahora se polemiza. Está claro en cualquier caso, al menos para mí, que, con independencia de quienes fueran los inductores y autores de los atentados, la elección del 11 de marzo para cometerlos, a tres días de las elecciones, respondió a muy precisos objetivos políticos. Y asimismo, que no se improvisa de la noche a la mañana, sino que se precisa de una concienzuda preparación para emprender las ilícitas acciones masivas contra el PP y la correspondiente manipulación mediático que el PSOE emprendió cuando todavía los trenes estaban despanzurrados y no se habían rescatado todas las víctimas de la matanza. Existen suficientes indicios políticos y no políticos para admitir que entre el 11 y el 14 de marzo de 2004 asistimos a un golpe de Estado. RODRÍGUEZ, EL GOLPISTA EMPEDERNIDO LO de menos a posteriori es si, para satisfacer a sus amigos Chirac y Mohamed VI, que no tardarían en recular, Rodríguez, presa de un antinorteamericanismo visceral, se dio demasiada prisa en retirar a nuestras tropas de Irak, las cuales hubieron de sufrir la chufla hiriente de los soldados de otras naciones que no dieron la espalda a los compromisos contraídos. Lo que importa es subrayar que Rodríguez y sus aún más mediocre contorno socialista le tomaron el gusto al golpismo político como sistema. ¿O no lo es acaso saltarse a la torera con asiduidad la barrera de la constitución como si el Estado fuera un predio personal y de partido susceptible de enajenaciones caprichosas para satisfacer su ego, resentimientos e invectivas? Golpes de Estado fueron, por ejemplo: la trasgresión sistemática de La Ley de Partidos y del Pacto Antiterrorista que tan excelentes resultados dieron durante el gobierno Aznar para dejar a ETA sin respiro; el apoyo entusiasta al inconstitucional Estatuto independentista de Cataluña, haciendo suyo el Pacto del Tinell; su implicación en el chapucero asalto de Gas Natural a Endesa y ahora el conchaveo con Prodi para que la empresa estatal italiana ENEL sustituya a La Caixa en el asalto a la mayor empresa energética española y en su posterior fragmentación; la defenestración de Nicolás Redondo al frente del socialismo vascongado para sustituirlo por López, siempre propicio a revivir el Pacto de Estella, amancebarse con el PNV y avenirse con el terrorismo; negociar con ETA-Batasuna una falsa paz, sin importarle lo más mínimo cesiones continuadas al recrecido chantaje del terrorismo que, además de radicalmente inconstitucionales, afectan a la integridad del Estado y a la unidad de España; valerse de órganos vitales de la Justicia, como es el caso de la Fiscalía General del Estado, para que los desplantes de la ilegalizada Batasuna no sean perseguidos como la fortaleza del Estado exige; amparar la pretensión del terrorismo ETA-Batasuna de participar en las elecciones próximas bajo otras siglas; pasar por alto como si fueran una futesa el atentado del aeropuerto de Barajas y el recrecimiento de la guerrilla urbana etarra en Vascongadas; forzar sucesivas rebajas de pena al contumaz asesino Juan Ignacio de Juana Chaos para su puesta en libertad, exigida por la banda terrorista y sus valedores nacionalistas en el gobierno de aquella taifa; degradar el parlamento a mera ficción y utilizarlo para un cerco atosigante del PP, convertido en enemigo a muerte; crearse una guardia pretoriana con entidad de división con el propósito inequívoco de usar su potencial para reprimir cualquier reacción que pueda interferir su ejercicio despótico y atrabiliario del poder; reabrir de manera insensata y facciosa las heridas de nuestra ya lejana guerra civil; mantener tropas españolas en zonas de conflicto e incluso de guerra abierta como es el caso de Afganistán, difícilmente separable de lo que ocurre en Irak; crear el equívoco y funambulesco paraguas de la Alianza de Cavilaciones para satisfacción del expansivo terrorismo islámico, favorecer y proteger la penetración islámica en España, haciendo caso omiso de su engallada reivindicación de Al Andalus, e incluso abrir las puertas para la inserción de islamistas marroquíes en nuestras menguadas y desmoralizadas Fuerzas Armadas. Y tantos otros desafueros constitucionales que sería demasiado prolijo reseñar y susceptibles, junto a los expuestos, de justificar su remoción inmediata del poder bajo acusaciones consistentes de reiteradas violaciones constitucionales, de golpismo pertinaz e incluso de traición a España, definida por la constitución como una e indivisible.

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